Capítulo 1 (Parte 3) - La Torre de Dios

La torre le ponía los pelos de punta.

Era tan alta que su cima –si es que tenía cima, pues nadie la había visto nunca- se perdía e
ntre las nubes. En los días más claros podías partir de su base e ir subiendo la vista, cada vez más y más alto, hasta a un punto en que te caías de espalda al suelo y la torre seguía alzándose en el cielo, imposiblemente alta. E imposiblemente estrecha también, porque no hacía falta ser un genio para darse cuenta que cualquier estructura semejante con una base de tan sólo cinco metros de anchura se tendría que haber hecho pedazos contra el suelo ya antes de acabarla. Pero en cambio ahí estaba, firme y constante por mucho que lloviese o muy fuerte que fuese el viento, como riéndose del sentido común. Y ahí estaba desde antes que se crease el pueblo.

¿Y qué podía decir de su color? La torre entera era de un plateado metálico sin muesca ni irregularidad alguna, tan perfecto y limpio que daba la sensación de ser más plateado que la misma plata. No era natural, y le daba dolor de cabeza sólo con mirarla un rato.

La torre era visible desde muchos kilómetros de distancia, como una aguja brillante  que unía la tierra con el cielo. No era de extrañar que la gente la llamase la Torre de Dios.

-¿Vamos a la torre? –le preguntó a Eyre, que prácticamente tiraba de él por las calles en dirección a la extraña estructura. Saludó con la mano a Madala, una vieja panadera famosa en el pueblo por ser una experta cotilla y que levantó una ceja al verles pasar a toda prisa.

Me pregunto qué historias se inventara con esto.

-Sí.

-¿Por qué? Se me ocurren cientos, miles de sitios más bonitos y románticos –porque te recuerdo que hoy nos casamos y se supone que esto va de romance y todo eso- que visitar que no esa siniestra torre.

-No seas cobarde, Nero. La torre es segura, siempre y cuando vayamos con cuidado. Y ya tendremos tiempo esta noche para todo el romanticismo que quieras. Incluso un poco de acción, si te portas bien.

-Como quiera la señora –respondió Nero, bromeando para ocultar su inquietud. Era verdad que no había desaparecido nadie desde que se puso la reja y se instaló un puesto de guardia permanente, pero la amenaza seguía ahí.

Se detuvieron cuando llegaron a la reja, momento que aprovechó Nero para recuperar el aliento. Estaba de guardia Derrick, un amigo de infancia que había crecido hasta ser tan enorme como Alc, sólo que en vez de grasa Derrick estaba tan cuadrado que parecía tener músculos hasta en las uñas de los pies. Nero le saludó con una inclinación de cabeza y éste le respondió con una fuerte risotada y dándole una palmada en el hombro que casi lo tiró al suelo.

-¿Qué hacéis por aquí, tortolitos? –preguntó el guardia con voz atronadora. –Si queréis huir de la boda me parece que os habéis equivocado de dirección.

Estalló en risas como si hubiese contado un chiste buenísimo, aunque Nero no le veía la gracia por ninguna parte. De todas maneras hizo servir una de sus risas de falsete, una escandalosa y sincera a partes iguales, para no quedar mal con su viejo amigo. Derrick era buen tío, a pesar de su pésimo sentido del humor.

-Hola, Derrick –le saludó Eyre al guardia una vez éste se calmó. -¿Nos abres la puerta?

Querríamos ver la torre antes de nuestra boda.

El enorme guardia levantó una ceja, sorprendido.

-¿Queréis ver la torre antes de casaros? –preguntó con un tono que dejaba bien claro su incredulidad. Eyre asintió con la cabeza, y unos segundos después un dubitativo Nero hizo lo mismo. –Bueno, allá vosotros –dijo Derrick, encogiéndose de hombros.  –Cada cual con sus locuras.

En eso tienes razón, pensó Nero mientras Derrick rebuscaba en un manojo de llaves, esto es una locura. ¿Qué le había dado a Eyre para venir a visitarla precisamente hoy,  un ataque de nerviosismo pre-boda? Observó a la torre y tuvo que reprimir un escalofrío; de tan cerca aún le producía más inquietud.

-¿Recordáis las reglas, no? –les preguntó el guardia mientras abría la puerta y la empujaba a un lado para dejarles paso. –No os acerquéis demasiado, no la miréis fijamente durante mucho rato. Gritad si sentís que empezáis a marearos. Y sobre todo, no la toquéis.

-Puedes estar tranquilo que no pienso tocar esa cosa – le aseguró Nero.

Los futuros esposos cruzaron la puerta, adentrándose en la zona restringida cercana a la torre. Nada más dejar la oscura reja de metal a su espalda Nero sintió un estremecimiento; una sensación de inminente peligro que se acrecentaba con cada paso que daba en dirección a la maldita torre. Apretó los labios, esforzándose por rechazar esa sensación que sabía sólo se debía a su imaginación descontrolado: no había ninguna diferencia entre la zona restringida, de unos diez metros de tierra plagado de malas hierbas y arbustos resecos, con el exterior marcado por la reja. Se le llamaba zona restringida únicamente porque estaba prohibida para los niños y los animales, no porque marcase el área de influencia de algún extraño y oscuro poder.

-¿Realmente no te gusta, verdad? -le preguntó Eyre, sonando preocupada.

-Es que no es normal, Eyre. ¿Cómo puede sostenerse? ¿De qué esta hecho, que en todo este tiempo no ha sufrido ningún daño? ¿Y lo más importante, porqué desaparece la gente que la toca? No hay ninguna explicación.

-No sé... ¿magia?

Nero rechazó la sugerencia con un gesto de la mano.

-La “magia” de la que hablas no son más que trucos de espejos y engaños. Sé de lo que hablo, he actuado junto a varios magos famosos. Pero esto -dijo señalando a la torre plateada-, es otra cosa.

Eyre se lo quedó mirando, la cabeza un poco ladeada y un asomo de sonrisa asomándose en sus labios. Estaba haciéndose la interesante de una manera tan descarada que resultaba gracioso.

-¿Qué pasa? -le acabó preguntando Nero.

-Es un portal.

-¿Qué?

-La torre es un portal; un mecanismo de viaje. Si la tocas te transporta a otros mundos.

Nero hizo una mueca. Abrió la boca para pedir explicaciones a su prometida, pero la cerró al darse cuenta de qué no sabía qué demonios decir. No todos los días una persona a la que quieres te suelta tanta locura concentrada en dos frases.

-No tengo ni idea de cómo funciona o cómo la construyeron –continuó Eyre, como si tal cosa-, pero mi familia está bastante segura sobre su función. Mi tatarabuela llegó a este mundo a través de la torre.

La tatarabuela de Eyre había sido la fundadora de Mepetres. Eliminó a las bestias feroces de la región, expulsó a los bandidos que asaltaban los caminos y consiguió el permiso del mismísimo rey para formar una nueva población alrededor de la misteriosa torre plateada. Si la mitad de lo que decían las leyendas sobre ella era cierto, era lo más parecido a un héroe que había existido nunca en el reino.

Pero de eso a ser de otro mundo hay mucha distancia.

-No me crees, ¿verdad?

-Bueno… -Nero se rascó la cabeza, pensando una manera delicada de expresar sus dudas. -Es difícil de creer.

-Sí, tienes razón.

Eyre se giró, dándole la espada, y dio unos cuantos pasos en dirección a la torre, quedándose a tan sólo un brazo de distancia de su plateada superficie. Preocupado y asustado por lo que pudiese hacer, Nero se acercó con la intención de detenerla si hacía el más mínimo gesto de tocar la torre.

Fuese cierto o no lo que decía Eyre, nadie que hubiese tocado la torre había regresado. Jamás.

-Vamos a casarnos, Nero. A partir de hoy, formarás parte de mi familia.

-Sí, si no me matas de un susto antes –replicó Nero, haciéndole soltar una risa a su prometida. –Así que te agradecería que te alejases un poco de la torre, no fuese que te resbalases y desaparecieras en otro mundo por accidente. Sería todo un problema. Para empezar, no sabría cómo explicárselo a los invitados. Y ya me imagino lo que diría tu padre: “maldito desgraciado” –exclamó imitando la voz ronca de su futuro suegro y gesticulando los brazos como lo hacía él-, “ves ahora a mismo a tocar esa torre y no pares hasta encontrar a mi princesa, no me importa la de mundos que tengas que buscar!”

-Sí, eso sería muy propio de mi padre –dijo Eyre con una gran sonrisa.

Caminó rápidamente hacía Nero y saltó sobre él, rodeándole con sus brazos al tiempo que reía como una niña haciendo una travesura. Contagiado por su entusiasmo Nero no pudo evitar ponerse a reír también, aunque no tenía ni idea de porque.

-Realmente te quiero un montón, tontorrón –le susurró Eyre al oído en un tono tan cálido que le puso los pelos de la nuca de punta. Sintiendo que éste era uno de esos “momentos”, Nero la abrazó con más fuerza y bajó el rostro para besarla, aunque se detuvo soltando una exclamación de dolor cuando Eyre le apartó tirándole de la mejilla.

-¡Au! ¿Qué estás haciendo? Eso duele bastante.

-La culpa es tuya por lanzarte como un pulpo –replicó Eyre maliciosamente-. ¿Es que no puedes esperarte a la boda? No hemos venido hasta aquí para besuquearnos como dos adolescentes salidos.

-Pero…

-No, en serio, yo tengo tantas ganas como tú de tener un poco de intimidad. Pero no es el momento. Te estoy contando cosas muy importantes sobre mi familia, cosas que debes saber ahora que vas a ser mi marido.

-Pero es que…

-Yo también estoy estresada y cansada con todos los preparativos. Han venido familiares míos a decenas, incluso una vieja tía-abuela de la capital de la que nadie se acordaba. Y por supuesto he tenido que saludarlos y hablar con todos, sonriendo como una tonta mientras cada uno de ellos me deseaba suerte y me repetían los mismos consejos una y otra vez para tener un feliz matrimonio. Estoy HARTA.

Soltó un suspiro cargado de frustración, y Nero decidió contar hasta diez antes de volver a intentar hablar. Esperaba que así Eyre tuviese tiempo de calmarse un poco y le dejase decir más de dos palabras seguidas.

-Vale, vale, lo he entendido –aseguró Nero en tono tranquilo. -Pero, ¿podrías hacer el favor de soltarme la mejilla?

-¡Ah! Lo siento –se excusó su prometida, soltándole al fin. Se echó un poco hacía atrás, arrepentida, mientras Nero se frotaba la cara haciendo gestos de dolor. –Será mejor que te lo diga todo antes de que decida pagar aun más mi frustración contigo, ¿no?

-Es una buena idea, sí.

-Bien-. Cogió aire y se envaró, adoptando una postura mucho más seria y rígida de lo que era costumbre en ella. Nero se sorprendió al reconocer la puesta en marcha de una actuación ensayada. –El mundo de origen de mi tatarabuela se llama Ozonne. Es una tierra donde los caballeros surcan el cielo sobre los lomos de dragones, donde el honor es mucho más importante que el oro y la reputación de una familia lo es todo. En este mundo la familia de mi tatarabuela, mi familia, teníamos una mancha en su honor que ella consiguió restaurar después de mucho esfuerzo.

“Sin embargo nadie lo sabe, porque no consiguió regresar.”

“Así que antes de morir les hizo jurar por su alma a todos sus descendientes que si alguno de ellos viajaba mediante la torre y llegaba a Ozonne, o se encontraba con algún miembro de nuestra familia (los Malecchio) en otro mundo, les haría saber que Valeria Mallechio había cumplido su promesa y que el honor había sido restaurado.”

Por los dioses, pensó un Nero más que sorprendido, si parece el argumento de una novela de aventuras barata. Estuvo tentando de echarse a reír ante tantos disparates, pero al reparar en la intensidad de la mirada de Eyre decidió controlarse. Fuese o no cierto lo que estaba contando, para ella era algo muy importante.

-Todo Malecchio recita el juramento cuando alcanza la mayoría de edad aquí -continuó Eyre en tono solemne-, en la misma torre por la que llegó nuestra antepasada, al igual que hacen aquellos que, como es tu caso, se unen a la familia por matrimonio.

“Así que júralo. Repite el juramento, y prométeme que si yo muero antes de dar a conocérselo a nuestros hijos tú se lo explicarás todo y te encargarás de que sigan los pasos de la familia.”

Nero tragó saliva, sintiéndose superado por la situación. Todo esto del juramente parecía muy serio, mucho más de lo que a él le gustaba, y por lo visto estaba arraigado profundamente en la familia de Eyre. Daba un poco de miedo, cómo descubrir que tus encantadores vecinos pertenecen a una misteriosa y retorcida secta religiosa. Sólo que peor, porque al menos los vecinos no te pedían que te unieses a ellos antes de casarte.

¿Tenía alguna otra opción?

No, nunca la había tenido. Desde el mismísimo instante en que se dio cuenta que amaba a Eyre, que estaba destinado a recitar este juramento.

-Lo juro por mi alma–anunció tan solemnemente como pudo. –Si alguna vez llego a Ozonne o me encuentro con algún miembro de la familia Malecchio, les haré saber que Valeria Malecchio cumplió su promesa y restauró el honor de tu familia. Nuestra familia.

“Y me aseguraré de que nuestros hijos hagan lo mismo”.

-Gracias –dijo Eyre, dando la impresión de que se había sacado un peso de encima. Sus ojos brillaban de la emoción cuando, esta vez sí, dejo que Nero la besase.

-Y ahora, ¿podemos ir a casarnos?

-Sí -respondió Eyre, cogiéndole de la mano. -Creo que sí.

Haciendo el camino de vuelta por la zona restringida hacía la puerta de la reja, Nero se dio cuenta de que ya no estaba nervioso. Le pasaba lo mismo que en una actuación: una vez subido el telón, los nervios desaparecían y una calma fría lo invadía. Estaba preparado para casarse, quería casarse. Amaba a Eyre y ella lo amaba a él; lo demás no importaba.

Derrick estaba abriendo la puerta de la reja cuando, de repente, el aire vibró. No duró más de un segundo, pero Nero se tambaleó como un pato mareado y se hubiese caído al suelo si su prometida no le hubiese sujetado de la mano.

¿Qué demonios ha pasado?, se preguntó, con una mano agarrada a la reja por si volvía a suceder. Tanto las miradas de Eyre como la del guarida mostraban una confusión total.

Entonces, llevado por un súbito impulso miró hacía atrás, hacía la estructura plateada que se alzaba hasta los cielos.

Había aparecido un hombre ante la torre.