No ha salido exactamente cómo me
esperaba, pensó Nero.
Había
comprobado que Eyre estaba bien y conseguido que el asesino se alejase de ella,
lo que cual entraba en sus planes. Lo de la ballesta había sido toda una
sorpresa... teniendo en cuenta su práctica con las armas, ni siquiera esperaba
lograr acertar en el blanco. No había servido de nada, claro, pero su actuación
había quedado mucho más realista. Había acabado bordando el papel de héroe:
valiente, decidido y un tanto estúpido. El tipo de persona que atacaría de
frente sin tener un plan preparado.
Contaba
con haber convencido al público de su actuación.
El
asesino le seguía de cerca. No había conseguido ganarle mucha distancia, a
pesar de la oscuridad y la ventaja que le daba el conocerse las calles de su
pueblo como la palma de su mano. Quizás esa cosa no necesitaba la luz para poder
ver… En eso no había pensado.
Saltó
por encima de unos cascotes y siguió corriendo, las piernas cansadas, el
costado ardiendo de dolor tras una mala caída y el corazón a cien por hora. Su
respiración sonaba como un viejo fuelle a punto de explotar. No podría seguir
manteniendo este ritmo por mucho tiempo: él era un actor, no un atleta. Antes o
después le atraparía, y entonces…
Me matará.
Su
cuerpo aguantó justo lo suficiente para entrar a la casa de Gregory, un
mercader de lana del pueblo. Era una casa relativamente grande, con dos pisos
de altura y habitaciones mucho más espaciosas que las que tenían las casas
vecinas, muestra de la riqueza que había invertido su propietario en ella.
Por
supuesto esa riqueza no le había servido de nada contra el asesino. Había
muerto como todos los demás, y ahora su casa en la que tanto había gastado
estaba prácticamente destrozada. Columnas partidas, paredes tiradas abajo,
grietas por doquier… era un milagro que no se hubiese derrumbado.
En
el suelo del recibidor estaba el martillo de guerra del padre de Eyre. Había
sido el arma favorita del viejo soldado: con una longitud de ochenta
centímetros acabados en una mortal cabeza de metal, destrozaba las armaduras
como si fuesen de papel. Nero la había dejado ahí antes de ir a la Torre,
previniendo que era demasiado pesado para cargar con él durante todo el camino.
Además, era aquí donde le sería útil.
Cogió
el martillo con las dos manos y con un movimiento rápido lo levantó y lo apoyó
contra su hombro, para así poder cargar con su peso más fácilmente. Subió los
escalones (la madera vieja crujiendo a su a paso) que daban al segundo piso
rápidamente y con decisión, ignorando los pinchazos de dolor de sus piernas y
el cansancio que le invadía. El asesino le encontraría en cualquier momento, y
debía de estar preparado.
La
escalera daba a un pasillo estrecho y alargado, con puertas a los lados. Nero
abrió la primera con la que se encontró con un golpe de hombro y entró a la
habitación, que no era otra que el dormitorio del mercader.
Había
señales de batalla por todas partes: la cama partida en dos, muebles tirados
por el suelo, cristales rotos de la ventana… Había un par de guardias muertos
sobre los destrozos, y el propio mercader estaba en una esquina, tumbado sobre
un charco de sangre.
Nero
apartó la vista de la masacre y se concentró en lo único que importaba: la
columna. Con el edificio tan destrozado y las paredes de carga tocadas, la
columna de madera que había en el centro de la habitación era lo único que
sostenía el techo. Y no aguantaría mucho tiempo; por cómo se tambaleaba y se
resquebrajaba estaba claro que no tardaría en romperse. Nero no era un experto,
pero suponía que era demasiado peso para un único punto de apoyo. Seguramente
bastaría con un golpe bien dado para que toda la casa se viniese abajo.
O
eso esperaba.
Levantó
el martillo y separó las piernas, preparándose para golpear la columna con
todas sus fuerzas. Se quedó quieto, aguzando el oído, mientras esperaba a que
el asesino entrase a la casa.
¿Por qué no viene? ¿Qué está
haciendo?
Esperó,
con una gota de sudor frío cayéndole por la frente. Los brazos le ardían de
tener el martillo levantado, pero esperó.
Y
entonces lo escuchó: el sonido de unas pisadas en el piso de abajo.
Nero
contuvo el aliento mientras las pisadas sonaban cada vez más cerca, apretando
con tanta fuerza el mango del martillo que los nudillos se le marcaban rojos.
Aún no era el momento. Un poco más. Golpearía cuando estuviese seguro que ese
monstruo no pudiese escapar.
Los
escalones crujieron.
Nero
gritó y golpeó con todas sus fuerzas la columna, provocando una explosión de
astillas de madera. El martillo se le resbaló de sus manos, temblorosas y
doloridas tras el impacto, mientras la columna empezaba a doblarse y partirse. Nero
no dudó, corrió hacía la ventana y saltó a través de ella, las manos por
delante para protegerse la cara de los cristales rotos.
Había
juntado un montón de desperdicios para amortiguar su caída, pero aún así el
choque contra el suelo fue tan violento que le arrancó un grito de dolor.
-¡Agh!
¡Mierda! –exclamó, con la boca sabiéndole a sangre. -¡Joder!
El
estruendo de la casa derrumbándose apagó sus gritos. Primero cayó el tejado
sobre el piso superior, y pocos segundos después la estructura entera se vino
abajo con un estallido ensordecedor. Una nube de escombros y polvo se abatió
sobre Nero, que se protegió como buenamente pudo haciéndose un ovillo y
cubriéndose la cabeza con los brazos.
Pasaron
varios minutos antes de que Nero pudiese ponerse en pie, entre toses. Se sentía
como si le hubiesen pegado una paliza, escuchaba un pitido constante por el
oído izquierdo y tenía el pelo hecho un horror, pero seguía vivo. Podía haber
sido mucho peor.
Se
pasó la mano por la cara para quitarse el polvo, haciendo un gesto de
cansancio. El edificio entero se había derrumbado como un castillo de naipes
sobre el asesino, enterrándolo bajo toneladas de escombros. Nero confiaba en
que eso fuese suficiente.
Ahora,
a rescatar a Eyre.
-¿Nero?
¿Eres… eres tú?
-Sí,
soy yo. Ya estoy aquí.
El
fuego aún rugía a un lado, iluminando la Torre con destellos rojizos. Nero se
agachó junto a Eyre, examinando las ligaduras que la ataban de brazos y
piernas. Cuerda resistente y nudos complejos; tardaría una eternidad en
desatarla. Miró a su alrededor buscando algo que le ayudase a romperlos.
-¿Qué
ha pasado? –preguntó Eyre, su voz un tono más agudo de lo normal por el miedo.
Desde su posición estirada boca abajo en el suelo intentó mirar hacía más allá
de la zona restringida, sus ojos abiertos de par en par escrutando en la
oscuridad. -¿Dónde está?
-He
acabado con él –respondió Nero. Sus ojos repararon en la figura partida en dos
de Derrick, su viejo amigo. Su espada de metal yacía tirada a un lado, y
parecía muy afilada. Se agachó para recogerla.
-¿Has
acabado con él? –repitió Eyre, frunciendo el ceño. -¿Cómo?
-Le
he tirado una casa encima.
Eyre
lo miró fijamente.
-No
creo que eso sea suficiente para matarlo, Nero.
¿Qué? Nero
se quedó congelado.
-Yo
vi como los guardias lo combatían, Nero –continuó Eyre, mortalmente seria.
–Paso sobre ellos como una hoz segando trigo, destrozando las barricadas, las
paredes y todo lo que se interponía en su camino como… como si no fuesen nada-.
Hizo una pausa durante un instante, su mirada perdida en los recuerdos. -Sea lo
que sea ese hombre, tirándole una casa encima sólo habrás conseguido detenerle
un rato.
“Vete,
por favor. Vete antes de que te encuentre de nuevo”.
Un
estremecimiento recorrió entero a Nero al sentir la súplica de Eyre. Nunca la
había visto así, tan vulnerable. Tan asustada.
-No
–respondió con firmeza, tragando saliva. – Si vuelve puedo distraerlo, hablar
con él para ganar tiempo; cualquier cosa. No pienso abandonarte.
-No
seas estúpido, Nero –dijo Eyre mientras él se arrodillaba y empezaba a cortar
las cuerdas que le ataban las piernas, utilizando la espada como una sierra. Al
estar tan sujetas no se atrevía a hacerlo de otro modo por miedo a lastimarla. –No
podrás hablar con él: está loco. Las cosas que me ha dicho… -se mordió
suavemente el labio inferior, asustada. –Cree que esto es un juego, y que para
ganar sólo puede dejar a una persona viva de todo el pueblo. Cree que tú eres…
El
fuerte estrépito del metal haciéndose pedazos la interrumpió. El asesino había
entrado a la zona restringida tirando abajo una sección entera de la reja, y
ahora permanecía de pie sobre sus restos. Ninguna herida, ningún moratón en su
pálido rostro. La única prueba que Nero podía ver de que le había tirado una
casa encima era el polvo que le cubría.
El
asesino le miró con sus oscuros ojos que parecían un pozo al abismo, y Nero
sintió como su voluntad se desvanecía. Fue un milagro que no dejase caer la
espada.
-No
–dijo Eyre con un hilo de voz.
No quiero morir.
El
miedo se apoderó de su corazón, dio fuerzas a sus piernas y eliminó el
cansancio que sentía de un plumazo. Todo su cuerpo le pedía a gritos que
huyera, que dejase atrás a Eyre y huyera de ese hombre que había venido de la
Torre y que era una promesa de muerte. Mejor vivir siendo un cobarde que morir
y ser un cadáver más, un rostro vacío mirando el cielo con ojos muertos.
No quiero morir.
Lo
había intentado. ¡Había derribado una casa encima suyo, por Dios! Nadie podría
recriminarle nada. Huiría, y cuando el asesino hubiese acabado lo que tenía que
hacer –una muerte más, había dicho Eyre- regresaría y enterraría a los caídos.
Lloraría, y toda su vida se sentiría culpable por haberla traicionado, pero
seguiría vivo.
-Hazlo
–dijo Eyre, apenas un susurro. Nero la miró, llorando de miedo pero con los
labios apretados firmemente. - Márchate y sálvate tú.
Lo
sabía. Sabía que la abandonaría.
Y
entonces se dio cuenta. Nero Van Der Nero era un cobarde, dispuesto a sacrificar
la mujer que quería para salvarse.
Pero
él no tenía porque ser Nero.
No dejaré que muera.
Acabó
de cortar las cuerdas que sujetaban las piernas de Eyre con un movimiento
brusco, y la ayudó a ponerse de pie. Una sonrisa confiada apareció en su rostro
mientras plantaba cara al asesino, la espada ante sí y su prometida a la
espalda.
Sé el personaje. Vívelo.
-¿Qué…
qué estás haciendo? –pregunto Eyre, estupefacta. –No puedes…
-No
te preocupes, amor mío –respondió Nero con la seguridad de un héroe que nunca ha
perdido una batalla. Blandió la espada en el aire, calibrando su peso.
–Saldremos de ésta. Confía en mí.
-No,
no lo haréis –replicó el asesino, dando un paso hacia adelante. Una vez más
centró su mirada hechizada en Nero, pero esta vez no tuvo efecto alguno. La profunda
oscuridad que mostraba no era nada para un héroe de verdad como el que en estos
momentos era Nero.
-¿Eso
crees, monstruo?
El
asesino se detuvo. Si no fuese porque parecía imposible, Nero hubiese jurado
que estaba dudando qué hacer.
-Pues
te equivocas.
Nero
le lanzó la espada al asesino, y sin esperar siquiera a ver si golpeaba a su
objetivo se giró y le dio un suave empujón a Eyre para que se pusiera en
marcha.
-¡Vámonos
de aquí, rápido!
Salieron
corriendo tan rápido como podían, con Nero ayudando a su prometida que apenas
tenía fuerzas en las piernas tras tantas horas estirada. En seguida escuchó
pasos apresurados a su espalda, pero los ignoró, concentrado como estaba en
ayudar a Eyre. Ahora ya corría tan rápido como él, pero al ir con las manos
atadas a la espalda le costaba mantener el equilibrio. Si se caía, el asesino
la alcanzaría sin remedio.
-¡Vamos!
¡Vamos!
Al
estar tan pendiente de los movimientos de su prometida Nero no reparó en un
trozo de metal deformado que había en el suelo, proveniente de la destrozada
verja que rodeaba la Torre. Tropezó con él y cayó al suelo con una exclamación
de sorpresa e incredulidad.
-¿Qué…
-empezó a preguntar Eyre al escuchar la caída. Las palabras murieron en su
garganta cuando vio lo que había sucedido.
-¡Vete!
–le ordenó Nero, haciéndole un gesto con la mano. Aún seguía en el papel, héroe
hasta el fin. De todas maneras ya era demasiado tarde para huir.
-¡Vamos,
cabrón! –le gritó al hombre que los perseguía. Sólo necesitas una muerte más. -¡Ven a por mí, hijo de puta!
El
asesino cargó contra él, rápido como una centella. Extendió el brazo derecho
hacía atrás, preparando el golpe.
Nero
cerró los ojos.
No
sintió dolor, sólo unas gotas de un líquido caliente que le golpearon la cara.
Sorprendido,
abrió los ojos. Y de inmediato deseo no haberlo hecho.
-No…
no, no, no, no…
Eyre
estaba de pie ante él, con el puño ensangrentado del asesino atravesándole el
pecho. Se había puesto delante suyo. Lo había protegido.
El
asesino retiró el brazo y Nero se lanzó hacía delante, cogiendo el cuerpo de
Eyre entre sus brazos antes de que cayese al suelo. La sangre que se derramaba
por el agujero abierto de su pecho cubrió de rojo la ropa de Nero.
-Eyre,
no –suplicó Nero, destrozado. El héroe había desaparecido, ahora sólo quedaba
Nero, con los ojos cubiertos de lágrimas mientras sostenía el cuerpo agonizante
de su amada.
Tiene que ser mentira,
pensó Nero. Está actuando, fingiendo su muerte
para engañarle y que piense que la ha matado. Tiene que ser eso.
Pero
era real. La sangre era real, su
respiración entrecortada era real, su rostro pálido mirándolo fijamente era
real. Todo era real.
-Yo…
-intentó decir Eyre, pero una tos sangrienta se lo impidió. El brillo de sus
ojos se apagaba; su vida se apagaba. Aún así, sonrió mientras miraba al hombre
con el que se tendría que haber casado. –Siempre te qu…
No
acabó la frase.
Nero
aún tardó un rato en darse cuenta que había muerto.
-Es
lo que tenía que pasar- dijo el asesino.
Caminó
de vuelta por la zona restringida, dirigiéndose a la Torre plateada que se
alzaba hasta los cielos. Su mano derecha aún goteaba sangre; la sangre de Eyre.
-Te
mataré –prometió Nero, abrazado al cuerpo cada vez más frío de su amada. Su voz
era odio y rabia, dolor y pena. Sus amigos, su familia, su amor. Todo se lo
había arrebatado. Todo. -Aunque tenga que perseguirte por cientos de mundos,
aunque me cueste el resto de mi vida, te mataré, ¿me oyes? Acabaré contigo.
El
asesino tocó la torre, y desapareció.
En la segunda parte del capitulo, lo que no me convence es la parte en que Nero adopta el personaje de héroe. Das a entender que cuando utiliza sus alter ego, se transforma completamente en ellos, como deduzco por la parte en que dice que es capaz de ignorar la mirada del extraño. Sin embargo, después de decirle a Eyre que no se preocupe, decide tirarle la espada y salir corriendo, por lo tanto no es así, no lo encuentro muy coherente.
ResponderEliminarMe gusta especialmente la parte en que el duda si dejar a Eyre ante la llegada del extraño, sobretodo la parte en que describe sus miedos, y como lo enlazas con la frase en que el no tiene que ser necesariamente un cobarde, igual lo que falla es el personaje que ha escogido.
En la parte que precede, cuando encuentra a Eyre tirada, me falla el que ella le pida que la abandone para salvarse. Me parece demasiado melodramático, le resta interés a la muerte de ella por saturación de drama. Encontraria mas lógico que le urgiera a darse prisa con las cuerdas.
El resto de la segunda parte bien, sobretodo el momento en que Nero cae, precisamente cuando esta pensando en la posibilidad de que le ocurra eso a Eyre.
Luego otra cosa que supongo forma parte de la trama. Cuando se encuentra a Eyre en la explanada de la torre y ella le explica que el extraño cree que todo forma parte de un juego, llega a decirle a Nero que el asesino cree que el es...y ahí se corta. Luego da la sensación de que daba igual a quien matase. Igual estaba todo planeado y el asesino solo intentaba llamar la atención de Nero.
En la primera parte, no me convencía la forma en que se suponía la casa tenia que derrumbarse, pero vuelto a releer, tiene sentido. Me gusta la planificación que hace Nero, dejando el martillo y tal.
Hola Jaime,
ResponderEliminarEn este momento de la historia Nero puede "transformarse" en otra persona que actua, sin embargo, muy en el fondo sigue siendo él mismo. Por eso puede actuar distinto a como lo haría su personaje si cree que es lo mejor.
Estoy pensando seriosamente de cambiar lo que dices que te parece muy melodrámatico, lo de poner lo de las cuerdas tampoco lo veo mal.
En lo que comentas que Eyre está a punto de decirle una cosa a Nero y entonces se corta, tienes razon al suponer que forma parte de la trama. Lo que iba a decirle Eyre era muy importante, y se vera mucho más tarde en la historia. Pero sí, si que importaba a quien de los dos matase,y de hecho mucho.
por que sobrevive el? no se entiende... si la quería matar pq no lo hizo antes? (tenía que pasar)
ResponderEliminarLa explicación para la supervivencia de Nero se verá bastante más adelante en la historia... casi al final de la novela.
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