El Sol brillaba con fuerza en el cielo, un astro enorme y de
un rojo intenso y amenazador. Las nubes se movían lentamente, impulsadas por
una suave brisa que tenía un extraño olor a canela. El suelo estaba cubierto
por unas baldosas grises que no estaban en muy buen estado –muchas de ellas
presentaban grietas y manchas oscuras-, y sobre ellas había un grupo de
hombres… O de algo que tenía forma humana. Los “seres” tenían cabeza, piernas,
brazos y troncos, pero estaban cubiertos por completo por una coraza metálica
que les daba el aspecto de enormes escarabajos. Junto con los gigantescos
martillos que blandían en sus manos resultaban de lo más impresionante, incluso
comparándolos con el firme muro de piedra de más de diez metros de altura que
rodeaba la Torre.
Durante unos instantes ambos grupos, el recién llegado y los
seres acorazados, se observaron el uno al otro en completo silencio. Por favor, que no sea un mundo de insectos
gigantes, pensó el viajero, apretando los labios. Odio a los insectos gigantes.
Respiro aliviado cuando uno de los seres se llevó la mano a
la cabeza, se subió la visera del yelmo y mostró su rostro. Un rostro grave,
marcado por numerosas cicatrices y con cara de pocos amigos, pero
indudablemente humano.
-Bienvenido a Navar, extranjero –dijo el hombre, manteniendo
la distancia. Su voz era dura, pero sus palabras sonaron claras y precisas,
como si las hubiese dicho cientos de veces antes. El viajero frunció el ceño,
sorprendido no sólo de que supiese su lenguaje sino de que además hablase con
el mismo acento de su región de origen. –¿Es ésta la primera vez que cruzas a
través de la Torre?
-Eh... La verdad es que sí- dijo el viajero.
Al oír su respuesta los hombres acorazados parecieron
relajarse, como si se hubiesen sacado un peso de encima. Un par de ellos
dejaron el martillo en el suelo, despreocupados, y la expresión de su
interlocutor cambió a una más amable y cordial.
Qué extraño, pensó el viajero frunciendo el ceño.
Casi juraría que estaban asustados de mi.
Lo cual no tenía nada de sentido, porque el aspecto del
viajero era cualquier cosa excepto amenazador.
-¿Por qué…
-Las preguntas pueden esperar -le interrumpió el soldado con
un gesto seco. -Debes dejar tus posesiones en el suelo antes de que llegue el
mensaje. De lo contrario, podrían sufrir daños o romperse.
-¿El mensaje? ¿Qué…
El viajero no pudo ni siquiera acabar la pregunta cuando
sintió como si un millón de agujas al rojo vivo se clavasen en su cráneo. Cayó
al suelo y se retorció entre espasmos, gritando como un condenado. La mochila
que llevaba a la espalda se llevó unos cuantos golpes y se escuchó el crujido
de un objeto al romperse, pero en esos instantes era lo de menos. Durante esos
agónicos instantes el dolor era todo, el
dolor y la frase que se repetía una y otra vez en su cerebro grabándose a fuego
y sangre en su memoria:
PARA PASAR LA PRUEBA TIENES QUE CONSEGUIR UN MILLÓN DE
CORONAS.
Tan repentinamente como había llegado, el dolor desapareció.
Se quedó tirado en el suelo, tan débil que incluso respirar
le suponía un esfuerzo. Permaneció así durante un largo rato, inmóvil, mientras
poco a poco sus pensamientos se aclaraban y la tortura sufrida pasaba a ser tan sólo un recuerdo. Un recuerdo más,
que algún día olvidaría.
Aunque supo sin lugar a dudas que jamás podría olvidar el
mensaje.
-Dicen que la primera vez es la peor -dijo el hombre
acorazado rompiendo el silencio. -¿Te encuentras bien? ¿Puedes entenderme?
-Yo... -tenía la boca seca, con un regusto amargo. Aún se
encontraba débil, pero consiguió reunir suficientes fuerzas para incorporarse y
quedarse sentado, con una mano en la frente. -Creo que sí. Me siento como si un
elefante hubiese bailado sobre mi cabeza, pero sí, te entiendo.
-Será suficiente.
“Tengo que examinar tus pertenencias. Debo asegurarme que no
llevas nada que pueda poner en peligro a los habitantes de este mundo.”
Sin decir ni una palabra, el viajero dejó a un lado su
mochila. El soldado se acercó y la contempló durante unos instantes,
dubitativo. Intentó abrirla de varias maneras –tirando de los lados, poniéndola
boca abajo e incluso diciendo “ábrete” en voz alta- hasta que el viajero se
cansó y le enseñó cómo podía hacerlo, ganándose un sorprendido “gracias”.
-¿De qué mundo vienes? –le preguntó mientras corría y
descorría la cremallera, maravillado como un niño ante un juguete nuevo. –Nunca
había visto nada así, tan sencillo y a la vez tan útil.
-Vengo de la Tierra.
-¿La Tierra? ¿Se llama así, la Tierra, a secas? –preguntó
extrañado, a lo que el viajero asintió con la cabeza. –Qué nombre más curioso.
La Tierra –repitió para si mismo en voz baja, pensativo. Se giró en dirección
en compañeros y les gritó: -¿Alguno de vosotros ha oído hablar de un mundo
llamado la Tierra?
“No”, “ni idea” y “para nada” fueron las respuestas que
recibió.
-En fin –dijo el soldado mostrando una sonrisa en su rostro
marcado de cicatrices, aun jugueteando con la mochila-, esa es la parte buena de
este trabajo. Siempre te encuentras con algo nuevo.
-¿Y cuál es la parte mala? –le preguntó el viajero.
-Que a veces lo que te encuentras te mata –respondió el
soldado, abriendo la mochila y dejándola en el suelo. –Pero bueno, todos los
trabajos tienen sus pegas. Veamos que tienes aquí.
Empezó a examinar los objetos uno a uno, pesándolos con la
mano, comprobando los bordes y moviéndolos para ver si tenían algún líquido en
su interior. Trabaja rápido y eficientemente, pero se detuvo cuando se encontró
con un tebeo. Sus ojos recorrieron con una expresión de perplejidad la portada,
en la que se veía una chica de muy bien ver casi desnuda haciendo una pose
agresiva.
-¿Esto es normal en tu mundo?
-Sólo es un cómic de superhéroes –respondió el visitante
encogiéndose de hombros. –Casi todas las mujeres salen así; es la tradición.
-Increíble –murmuró el soldado. -¿Es una tradición en tu
mundo que una mujer tan hermosa como esta vaya en ropa interior por la calle?
–preguntó soltando un suspiro de admiración al tiempo que abría el tebeo y
pasaba las hojas rápidamente, ojeándolas con avidez. – ¿Y además se pelea con
hombres, y los gana? Me gustaría visitar tu mundo.
-No es exactamente eso, lo que quería decir es que es una
tradición dentro de la historias de superhéroes que… -el viajero calló al ver
la cara de “no me estoy enterando de nada” que le puso el soldado. –Bah, qué
más da. Quédate el cómic si quieres, yo ya me lo he leído.
-¿En serio? Eres muy generoso –dijo el soldado con total
sinceridad.
A pesar del dolor de cabeza que aún sentía, el viajero no
pudo evitar sonreír. En su mundo de origen hubiese sido imposible ver a un
musculitos como el soldado contemplar el tebeo como si fuese un tesoro.
-Es una lástima que no pueda –dijo el soldado cerrando el
tebeo de golpe. Una a una fue guardando todas las cosas de nuevo en la mochila.
–Verás, esto ha sido sólo un primer examen. Guardaremos tus objetos y serán
analizados en más profundidad, y aquellos que superen los controles de
seguridad te serán devueltos una vez te ganes tu libertad.
-Espera un momento –le pidió el viajero alzando las manos.
–Me has dicho muchas cosas de golpe y creo que no he entendido ninguna. ¿Cómo
qué os quedáis mis cosas y que tengo que ganarme mi libertad? La Torre no me
dijo nada de esto.
El soldado se envaró, lo que hizo que pareciese aún más alto,
y su armadura metálica más alienígena y peligrosa. Paso la mano por el mango de
su gigantesco martillo en un gesto que casi pareció casual.
Casi.
-¿Cómo te llamas, extranjero?
El viajero enarcó una ceja, sorprendido ante el cambio de
tema.
-Peter. Peter Rodríguez.
-Me caes bien, Peter Rodríguez, así que iré al grano. Estás
dentro de la región de Fortuna, y quien manda en la región no es la Torre, si
no la nobleza. Concretamente el duque de Adinerado, que desde el momento en que
pisaste estas tierras es tu amo y señor. Como todo extranjero podrás ganarte el
derecho a ser libre tras un año de honroso trabajo.
-¡Yo no soy propiedad de nadie! En mi país, todo ser humano
es libre desde el mismo momento en que nace.
El soldado le puso la mano en el hombro, un gesto que
resultaba reconfortante y amenazante a la vez.
-Lo lamento, pero así son las cosas. Ya no estás en tu mundo.
“Bienvenido a Navar.”
errata en la línea 64 "...de muy bien ver...", en realidad es de "muy buen ver"
ResponderEliminarMe ha encantado esta parte además de facil de leer =)