Un par de soldados llevaron a Peter más allá del muro que rodeaba
la Torre, a través de verjas metálicas, alambres de espino y más puestos de
guardia, hasta llegar a una pequeña habitación. En ella, sentado tras una mesa
de granito, había un hombre gordo con un ridículo bigote retorcido que se
elevaba en punta en el borde de los labios.
-Señor Dorado–saludó uno de los soldados que acompañaban a
Peter, llevándose la mano al pecho. –Le traemos a otro extranjero, señor. Viene
de un mundo que se llama Tierra y su nombre es Peter Rodríguez.
-¿Ha dado algún problema?
-No, señor. Parece inofensivo.
-Muy bien, soldado –replicó el hombre acariciándose la punta
del bigote mientras observaba a Peter con una expresión de aburrida
indiferencia. –Descansen.
Los soldados dieron un paso atrás, apoyando su cuerpo
acorazado contra la pared. Parecían estar más relajados, pero Peter podía
sentir sus vigilantes ojos atentos a cualquier movimiento imprevisto. Estaba
claro que el tipo este del horroroso bigote, el “señor Dorado” como le
llamaban, debía ser su superior, quizás incluso un miembro de la nobleza que
gobernaba este mundo. Tenía un aspecto muy distinto al de los soldados con los
que Peter se había topado hasta ahora; no llevaba armadura y vestía un traje de
un rojo tan intenso que hacía daño a la vista. Sus mofletes eran abultados y
sonrosados, como los de un cerdo bien alimentado, y contrastaban con los
rostros secos y consumidos que había visto de los soldados.
-Siéntate –le ordenó el señor Dorado, señalando con un gesto
lánguido de la mano a un taburete de piedra que había ante su mesa. Peter le
obedeció enseguida, haciendo una mueca al notar la dureza de su asiento a
través de sus gastados tejanos.
-La Tierra… Creo que ese mundo no tiene ningún acuerdo de
cooperación con Navar, pero no estoy seguro. Extranjero Peter, ¿tiene constancia
de algún tratado entre nuestros dos mundos?
-Diría que no. Excelencia –añadió tras una breve pausa, no
estando muy seguro de cómo debía dirigirse a su interlocutor. Los soldados le
trataban de señor, pero nunca estaba de más pasarse de respetuoso. Un poco de
peloteo no hacía daño a nadie.
-Entonces procederemos con el comportamiento estándar
–anunció el señor Dorado, cruzando los dedos de las manos. -¿Cuáles son tus
capacidades, Peter? O dicho de una manera más sencilla, ¿qué sabes hacer?
¿Qué es esto, una
entrevista de trabajo?, pensó
Peter sorprendido. Una suposición que vio confirmada al reparar en la mirada
que le lanzó el señor Dorado; la misma mirada que tantas veces había visto en
los ojos del personal de Recursos Humanos y que venía a decir, en pocas
palabras: “yo decido tu destino, capullo”.
-Yo… Bueno, he acabado el instituto, y he hecho varios cursos
de electrónica e informática. Trabajo arreglando ordenadores, consolas y todo
tipo de electrodomésticos. También puedo hacer apaños y…
-No nos interesan los conocimientos particulares de su
cultura, Peter –le interrumpió el señor Dorado con una breve nota de fastidio-.
En Navar no tenemos “electrónica”, “informática” o “electrodomésticos”, sea lo
que sean. Aquí necesitamos albañiles, arquitectos y médicos. Incluso un
carpintero nos podría ser de utilidad, si toma las precauciones adecuadas.
¿Puedes realizar tú alguno de estos oficios?
Peter miró a un lado mientras se rascaba la nuca, incómodo.
-No, no puedo hacer ninguna de esas cosas.
-Entonces tu destino está claro, Peter el extranjero. Irás a
una granja, donde trabajarás durante un periodo máximo de un año para ganarte
tu libertad. Soldados –dijo dirigiéndose a los hombres acorazados-, ya sabéis
qué hacer con él.
-Espere un momento –exclamó Peter, alzando el tono de voz
para captar la atención de su interlocutor. -¿Ya está? ¿Así de rápido decide
que tengo que ir a “una granja”? No es que le tenga manía al campo, pero eso ha
sonado como si fuese el peor destino del mundo. De este mundo, al menos. ¿No
debería darme una oportunidad antes de expresar mis puntos fuertes? Ya sabe,
comentar mi capacidad de trabajo en equipo, mi enorme sentido de la
responsabilidad, mis ganas de trabajar… Incluso podría explicarle dónde me veo
dentro de tres años. Estoy seguro que así podría hacerse una idea mucho más
precisa de mi valía.
El señor Dorado se lo quedó mirando, perplejo.
-¿Eso es lo que hacéis en tu mundo?
-Por supuesto –respondió Peter con una gran sonrisa de
superioridad.
-Menuda pérdida de tiempo –replicó secamente el señor Dorado,
cortando de raíz la sonrisa de Peter. –Lleváoslo de aquí.
Los soldados cogieron de los hombros a Peter y le alzaron de
su asiento. Le arrastraron fuera de la habitación como si no fuese más que un
saco, sujetándole de los brazos y con las piernas colgando a ras de suelo.
Peter estaba tan sorprendido por la situación que ni siquiera tuvo la presencia
de ánimo necesaria para protestar a pesar de lo humillante que le resultaba.
Una vez en el exterior
se encontraron con otro de par de soldados escoltando a un extranjero, y ambos
grupos se detuvieron para intercambiar saludos militares. Peter aprovechó el
momento para soltarse de los brazos de sus captores y enderezarse, intentando
recuperar un poco de su pérdida dignidad, aunque en seguida recibió un empujón
para que se pusiera de nuevo en marcha. Resignado, lanzó un suspiro de fastidio
y siguió los pasos del guardia que caminaba delante suyo, echando un vistazo
disimulado al otro extranjero cuando pasó a su lado.
El tío parecía un actor de Hollywood. Alto, rubio, con un
rostro de Adonis y unos ojos de un azul tan profundo que te podías perder en
ellos, Peter sintió al instante un poderoso, instintivo y envidioso odio por su
persona. Se quedó mirándolo fijamente, con la frente arrugada y los labios
apretados en una mueca de rabia.
Muy guapo, pero seguro
que es más tonto que una alpargata, pensó Peter, sonriendo con malicia. A éste fijo que le envían a la granja con
todos los inútiles.
-¡No te detengas! –le ordenó el soldado que había tras él,
dándole un nuevo empujón.
-Vale, ya voy, no hace falta ponerse así –dijo Peter
caminando de nuevo y lanzándole una mirada de reproche al soldado que éste
ignoró. –Ni que esa granja fuese a salir volando, hombre.
Peter siguió de nuevo a los soldados a través del campamento
militar que rodeaba la Torre, tatareando una pegadiza canción de música pop
mientras observaba disimuladamente todo lo que le rodeaba. Los edificios que
vio no superaban los dos pisos de altura y eran sólidos, de resistente piedra y
líneas sencillas y rectas. El suelo estaba cubierto por baldosas grises,
monótonas y aburridas. Había mecanismos de defensa por todas partes: verjas,
muros, ballestas-trampa y muchos otros dispositivos con pinchos y hojas
afiladas que Peter no reconoció, pero que resultaban de lo más intimidante.
Grupos de soldados hacían guardia ante las trampas o en puntos claves del
campamento, todos ellos con la misma armadura que les hacía parecer escarabajos
y la misma expresión de estoica concentración.
Una chispa de interés apareció en la mirada de Peter cuando,
tras examinar la posición y orientación de las defensas del campamento, se dio
cuenta que su objetivo no era proteger a la Torre de posibles invasores sino
uno muy distinto: proteger el mundo de Navar de la Torre.
O mejor dicho, de los extranjeros que llegaban a través de
ella.
-¿Cómo es la vida en la granja? -preguntó Peter al guardia
que iba delante suyo, que parecía tener una actitud más amistosa que el que
caminaba por detrás de él. -Mi tío Albert tenía una granja en las afueras de la
ciudad a la que yo iba siempre una semana en verano, obligado por mi padre
claro está. Yo odiaba todo aquello: madrugar, recoger la cosecha, dar de comer
a cerdos, vacas y otros animales sucios y malolientes… Nunca podré olvidar la
peste. –Peter guardó silencio durante un segundo mientras un escalofrío
recorría su cuerpo. -Aquello era un infierno. Ojalá que en este mundo las cosas
sean diferentes.
-Me temo que las granjas son muy parecidas en todos los
mundos –respondió el soldado. –En nuestras granjas también tendrás que madrugar
y recoger la cosecha, pero no hace falta que te preocupes por dar de comer a
animales que huelan a estiércol. Bastantes problemas tendrás ya recogiendo los
frutos del árbol del Diablo y otras exquisiteces similares para los nobles.
Mientras pensaba en lo que acababa de decir el soldado, Peter
miraba de reojo a un edificio de una sola planta y bastante grande al que se
dirigían un grupo de soldados cargando sacos y bolsas de todos los tamaños y
formas, algunas de ellos realmente extravagantes. Debían de ser las pertenencias
de los extranjeros, y el edificio un almacén donde guardarlas hasta que
pudiesen ser examinadas. Guardo su situación en la memoria por si más tarde
podía intentar recuperar su mochila.
-¿El árbol del Diablo? –dijo con un asomo de temor en la voz.
–Ese nombre no inspira mucha confianza. Más bien todo lo contrario, es el
típico nombre que tendría un árbol maldito regado por la sangre de unas pobres
e inocentes muchachas, asesinadas a sangre fría en una noche oscura y sin
esperanzas.
El soldado se le quedó mirando, con el ceño fruncido y la
mirada perpleja.
-Eres un tipo bastante raro, extranjero. ¿En tu mundo son
todos así?
-Yo siempre me he considerado una persona especial –replicó
Peter. –Pero dime, ¿tengo razón? ¿O el nombre ese de árbol del Diablo es pura
casualidad?
-No, no es casualidad, pero no tiene nada que ver con todo
eso que te inventas. El árbol del Diablo recibe su nombre por culpa de sus
frutos. Basta con que le des un pequeño bocado a uno para que sientas como te
arden las entrañas, como si el fuego del mismísimo Infierno te devorase desde
el interior.
-Vaya, parece
terrible.
-Y tanto, extranjero. Los gritos de aquellos que comen uno de
estos frutos son terribles, cargados de un dolor y desesperanza tales que
estremecen el alma -dijo el soldado con un estremecimiento que recorrió todo su
corpachón. -Reza a tus dioses porque jamás tengas la desgracia de escuchar
lamento semejante.
Qué poético, pensó Peter. Mal rollo, pero muy
poético.
-Oh, eso haré; rezaré a todos mis dioses para no tener esa
desgracia -le aseguró Peter afirmando con la cabeza repetidas veces,
nerviosamente. -Pero hay una cosa que no entiendo, ¿si los frutos del árbol del
Diablo son tan peligrosos, porque se los comen los nobles?
Peter miró hacia un lado mientras hacía la pregunta,
aparentemente distraído observando una especie de mariposa de más de veinte
centímetros de largo que volaba sobre sus cabezas. Sin embargo, en realidad su
atención estaba centrada en el soldado, muy atento a cómo respondía éste a su
pregunta.
-Los nobles son diferentes a nosotros –explicó el soldado. Su
expresión corporal era natural; su tono de voz seguro. No daba la impresión de
estar mintiendo. -Mejores.
A Peter el único noble que había conocido hasta el momento,
el señor Dorado, no le había parecido “mejor” que los soldados. A primera vista
era clavado al típico miembro de la nobleza de una sociedad primitiva, acostumbrado
al poder, los privilegios de su cargo y con una única diferencia real con los
plebeyos a los que gobernaba: haber nacido de padres nobles.
Pero como le había dicho aquél soldado cuando llegó de la
Torre, este mundo era diferente. Para empezar el aire olía a canela y los
insectos eran mucho más grandes, ¿así qué porque no iban a ser diferentes
también los nobles? Quizás tuviesen super-poderes y todo.
Peter apartó a un lado sus pensamientos al ver que los
soldados le conducían hacía un edificio que destacaba sobre los otros del
campamento, tanto por su tamaño como por las filas de ventanas que se podían
ver en sus lados, pequeños agujeros de oscuridad en la lisa y grisácea
superficie de piedra. Conforme se iban acercando más Peter se dio cuenta que había
barrotes de metal cruzados sobre las ventanas, tapándolas por completo a
excepción de unas estrechas aberturas por las que pasaba el aire al interior.
-¿Qué es este sitio? -preguntó Peter alzando una ceja.
Recorrió con la mirada las hileras de ventanas, preguntándose cuál podía ser su
propósito, cuando reparó que podía ver algo medio escondido en las sombras de
una de las pequeñas ventanas. Entrecerró los ojos, aguzando la vista, y creyó
distinguir un rostro cansado que lo observaba con expresión derrotada a través
de los barrotes.
-Aquí guardamos a los extranjeros como tú, aquéllos que no
tienen ninguna habilidad especial ni nos sirven para nada -respondió el soldado
a su espalda. -Aquí aguardarás hasta que llegue el transporte que te lleve a
una granja.
El otro soldado abrió la puerta metálica de la prisión
-porque eso es lo que era, una prisión- y de inmediato un tsunami de olores
golpeó a Peter con la fuerza de un martillo. Olores de mundos diferentes y
lejanos, de fragancias desconocidas y pieles de animales curtidas que jamás
habían existido en la Tierra, pero, sobre todo, un olor rancio y repugnante que
le hizo arrugar la nariz con repulsión. El olor de cientos de personas juntas
durante muchas horas en un espacio cerrado y con escasa ventilación. Olor a
sudor, a suciedad y a desesperación.
-No me podéis meter ahí dentro -exclamó horrorizado. Se
dirigió al soldado más simpático, que le sonreía amablemente, esperando que
mostrase algo de compresión por su situación. –Escúchame, no hace falta qué lo
hagáis. No voy a causar ningún problema, ni siquiera intentaré escaparme. ¿A
dónde iba a ir? Este mundo es nuevo para mí. Podéis dejarme en cualquier otro
sitio y me quedaré quieto y en silencio como un mueble, pero, por favor, no me
metáis ahí dentro.
-Nada de eso importa -replicó el soldado. Su voz no era
cruel, ni siquiera ruda, simplemente indiferente. Seguía sonriendo al tiempo
que le hacía un gesto con la mano a Peter para que entrase a la prisión. – Eres
un extranjero, una propiedad. Trabaja bien, obedece órdenes y no protestes, y
algún día te ganarás tu libertad. De lo contrario acabarás donde acaban todas
las herramientas que no sirven: en la basura.
El soldado extendió la mano hacía Peter, invitándole a
entrar. El terrestre se quedó quieto durante unos segundos, alternado el peso
de su cuerpo de una pierna a la otra y dudando qué hacer. No había nadie más a
la vista, pero los soldados estaban confiados, tranquilos. ¿Por qué no iban a
estarlo? Peter era un tipo flacucho y un poco bajo, con el cabello oscuro
despeinado, un enorme narizón y una actitud semejante a la de un ratoncito
nervioso e inofensivo. Los soldados tenían entrenamiento militar, un cuerpo
robusto, armas y una impresionante coraza que les protegía todo el cuerpo.
Sin embargo, tenían el yelmo subido. Sus ojos estaban al
descubierto.
Peter avanzó, alzando su brazo en un movimiento lento y
fluido. Las puntas de sus uñas apuntaban directamente al rostro del soldado que
sonreía delante suyo.
-¡Vamos, vamos!
Se oyeron pisadas rápidas y pesadas y al poco apareció un
numeroso grupo de soldados corriendo en dirección a la Torre. Delante de todos
ellos iba un soldado con una armadura aún más impresionante que la de sus
compañeros y que blandía un escudo y un espadón con el filo de un color azul
oscuro en las manos. Daba órdenes al resto con una voz fuerte y autoritaria:
“¡Vamos! ¡Daos prisa!”
Al llegar a la altura de Peter, el grupo de hombres
acorazados se detuvo.
-Vosotros dos, encerrad al extranjero y venid con nosotros
–ordenó el soldado que estaba al mando a los dos que escoltaban a Peter. -Hay
problemas en la Torre y necesitamos a todos los hombres disponibles.
Peter bajó el brazo, inofensivo. Se dejó conducir sin
problemas hacía el interior de la prisión por los apresurados soldados, sin levantar
siquiera un dedo ni alzar la voz para protestar por su situación.
No parecía más que un extranjero acobardado.
Error ortográfico en línea 67 "...tatareando..." es en realidad "tarareando".
ResponderEliminarMe gustan los capitulos pq son de lectura fácil pero cada vez me doy cuenta que la narrativa es para un publico muy joven (de entre 12-17 años). ¿Esto es así?
¿Lo dices por el lenguaje? El contenido no creo que para sea un público joven como te refieres, en cuanto a la narración es un poco mi estilo, supongo.
ResponderEliminarEs difícil de describir pero el dialogo y las respuestas son como de colegueo y no tan fuertes aunque muchas acciones si lo sean. Por ejemplo el dictador cabroncete troleando o el guardia que le da la información sin más como un guía turístico... aquí por ejemplo es donde se debería ver la retórica o persuación de un actor.
ResponderEliminarSolo son ideas, tampoco digo que esté mal pero me daba la sensación que apuntas a un target y luego tu estilo o narrativa apunta a otro. Por favor, no pienses que yo me considero mejor o algo asi (pq me considero igual o peor aunque tb diferente). Desde mi gran ignorancia te aconsejo que mejorases los dialogos =)
Tranquilo, puedes comentar lo que quieras stYgs. Pensaré en lo que has dicho de los diálogos.
ResponderEliminarPD: dices "la retorica o persuasión de un actor". No sé si te has dado cuenta que este personaje no es Nero ^^