Chorretones de sudor caían por la espalda y la frente de
Peter mientras trabajaba, prueba del bochorno que hacía. Se encontraba en una
de las celdas de la prisión, una pequeña habitación cuya oscuridad sólo rompían
los finos rayos de luz que lograban pasar a través de los barrotes de la
ventana. Había otras personas en la celda, extranjeros como él cuyas formas
apenas podía adivinar en medio de las sombras.
No le habían dicho nada desde que los soldados le arrojaron
con ellos. Su silencio era un silencio desesperanzado, del tipo que guarda una
persona cuando sabe que no puede hacer nada por mejorar su situación. A saber
cuánto tiempo llevaban encerrados aquí.
Al igual que ellos le ignoraron a él, Peter los ignoró a
ellos. Comprobó las paredes tocándolas con la palma de las manos, descubriendo
que estaban formadas a partir de sólidos bloques de piedra sin fisuras. Siguió
con la vista las finas aberturas que había entre las barras de la ventana,
lanzando un suspiro de decepción al darse cuenta que eran demasiado estrechas
para hacer palanca y poder desplazarlas. Finalmente, desplazó su atención hacía
lo último que le quedaba.
La puerta de la celda estaba compuesta de una serie de
barrotes de acero en vertical, de más de tres centímetros de grosor y anclados
firmemente tanto al techo como al suelo. Seguramente podrían aguantar sin
muchos problemas el impacto de un rinoceronte a la carga, así que Peter no se
molestó en intentar forzarlos.
Sus dedos finos y alargados tanteaban en medio de la
oscuridad, buscando el único punto débil de la celda: la cerradura. No tardó en
encontrarla y la recorrió lentamente, examinando atentamente cada detalle e
intentando averiguar cómo funcionaba el mecanismo que la hacía funcionar.
-¿Qué estás haciendo?
La voz resonó con fuerza en la pequeña habitación. Venía de
una sombra que se adivinaba corpulenta, apoyada contra una de las paredes de la
celda.
-Nada del otro mundo – respondió Peter, distraído en su
tarea. –Intentar salir de aquí aprovechando que los soldados están distraídos
con lo que sea que pasa en la Torre.
-No sé qué pretendes, pero no te funcionará. ¿Crees que en
todas estas celdas no hay ninguna persona que no sepa forzar cerraduras? Lo han
probado todo, y no ha servido de nada. Los herreros de Navar saben hacer su
trabajo.
-Sí que son bastante diestros, sí.
Para ser de un mundo en
que ni siquiera tienen teléfonos móviles, claro, pensó Peter con satisfacción.
Se llevó un par de dedos a la boca, a la parte posterior de los dientes donde
guardaba pegado a las muelas un pequeño filamento de metal. Se lo arrancó con
un tirón seco y lo sostuvo triunfante ante sí, dejando que un fino rayo de luz
se reflejará en el extraño metal.
-¿Qué… qué es eso? –preguntó otra figura oculta por las
sombras. Su voz denotaba curiosidad, juventud y pertenencia al sexo femenino.
-Supongo que para ti sería un truco de magia –respondió
Peter, sonriendo mientras colocaba diestramente un extremo del filamento en el
ojo de la cerradura. –Ya sabes, nada por aquí, nada por allá y de repente…
-Peter pudo notar como el metal se tensaba, y entonces lo retorció hacía un
lado hasta que escuchó un clic que sonó con la fuerza de un trueno en la
pequeña celda. – ¡Voila!
Un empujón y la puerta se abrió de par en par.
-¡Hasta el infinito, y más allá!
Salió de la celda ante el atónito silencio de los otros
extranjeros, caminando sin prisa –pero sin pausa- por la oscura prisión.
Incluso se permitió el lujo de silbar una canción. A su paso se levantaban
exclamaciones de sorpresa e incredulidad conforme los otros prisioneros se
daban cuenta de que se había escapado de su celda y que, además, no había
ningún soldado cerca para detenerlo.
Aún estaban asimilando la situación cuando el terrestre le
arrojó el filamento de metal al prisionero de aspecto más espabilado que vio, que
lo atrapó con las manos en un acto reflejo.
-Puedes abrir las celdas con eso, compañero. Sólo tienes que
dejarlo unos segundos en cada cerradura para que su “magia” actúe y luego tirar
hacia la derecha. Rápido y sencillo. ¿Alguna pregunta?
El prisionero dudó durante unos instantes, pero acabó negando
con la cabeza. Peter lo dejó atrás y se dirigió con prisa a la salida de la
prisión, consciente de que la horquilla solo tendría carga para veinte usos
más. Con ella no se podrían liberar a todos los prisioneros, pero si a
suficientes como para crear una buena distracción.
Abrió la puerta de la prisión un poquito, apenas lo
suficiente para echar un vistazo y confirmar sus sospechas: no había ningún
soldado en las proximidades. Estaba claro que lo que les estaba dando problemas
en la Torre era algo bastante serio. Se estremeció al pensar que quizás fuese
un ser como el que había llegado a su mundo de origen a través de la Torre.
Se disponía a salir
corriendo cuando noto una presencia a su espalda, y al girarse se encontró con un
hombretón musculoso de aspecto aguerrido y a una joven con el cabello largo y
descuidado. Los dos se le quedaron mirando con pinta de haber sido pillados con
las manos en la masa.
-Esto… ¿Qué hacéis?
-Te estamos siguiendo –respondió el hombre. Su voz era la de
la figura corpulenta de su celda, así que seguramente su compañera sería la
joven de entonces. –Pareces saber lo qué estás haciendo, así que he pensado que
sería lo más seguro. Además, tú abriste la puerta de la celda. Debes de ser un
hombre de poderosa magia. Nosotros… -el hombretón titubeó, como si no supiese
qué decir a continuación, o no se atreviese a decirlo. Miró buscando apoyo a la
joven que se escondía tras su enorme corpachón.
Peter le hizo un gesto con la mano para que siguiese
hablando. No podía quedarse aquí esperando eternamente a que se decidiese a
hablar.
-Te suplico que nos ayudes –dijo al fin el hombre. –Estamos
perdidos en este mundo, sin armas ni conocimientos, y no sabemos qué hacer.
-Ya veo… -Peter se rascó la barbilla, pensando qué hacer.
Aunque sería peligroso que le acompañasen, no podía perder aún más tiempo
discutiendo con ellos o le alcanzarían el resto de prisioneros que en estos
momentos estaban saliendo de sus celdas. Además, el tipo era fuerte y podía
serle de utilidad, y la chica se adivinaba atractiva tras toda la capa de mugre
y suciedad que la cubría. Siempre estaba bien la compañía de una chica guapa,
aunque fuese en un mundo como éste, con
esclavos e insectos gigantes. –Está bien, os ayudaré. De momento seguidme en
silencio y sin hacer ruido.
Los dos asintieron en
silencio, obedientes.
Peter volvió a comprobar que no había nadie y salió disparado
en dirección a un abandonado puesto de guardia, escondiéndose tras una
barricada cuando llegó hasta él. El hombretón y la joven le imitaron tras unos
segundos. Repitieron estos pasos varias veces, corriendo con toda la rapidez que
podían hasta llegar al siguiente punto donde pudiesen esconderse, deteniéndose
un momento sólo para comprobar que no había ningún soldado cerca y entonces volviendo
a salir, siempre avanzando en dirección al objetivo de Peter: el almacén donde
los soldados guardaban los objetos que traían consigo los extranjeros.
Sin embargo, tantas precauciones resultaban innecesarias. No
había ni un alma en este sector del campamento. Se podían escuchar sonidos de
lucha, de gritos de rabia y de agonía, pero afortunadamente sonaban lejanos.
Fuese lo que fuese que había llegado a través de la Torre, Peter imaginaba que
le llevaría tiempo atravesar todas las defensas que habían instalado los
soldados, si es que conseguía hacerlo.
Al tener a la vista el almacén se detuvo, e hizo un gesto a
sus seguidores para que le imitasen.
-Esperadme aquí. Volveré enseguida.
Moviéndose tan sigilosamente –o eso esperaba- como un ninja, el
terrestre entró al almacén a través de una ventana abierta en uno de los
laterales del edificio. Recorrió varias habitaciones hasta llegar a una sala
gigantesca, con cientos de estanterías de piedra blanca que se alzaban hasta el
techo cargadas de sacos, cajas y otros fardos. Peter se llevó las manos a la
cabeza, sus ojos abiertos de par en par contemplando las filas y filas de
estanterías. Por lo que él sabía, su mochila podía estar en cualquiera de
ellas.
Mierda, pensó el
terrestre. Esto es como buscar una aguja
concreta en un pajar lleno de agujas.
Intentó no desanimarse mucho. Era de suponer que los soldados
seguirían algún tipo de sistema para guardar las pertenencias de los
extranjeros, así que buscó su mochila basándose en eso. Comprobó las
estanterías más cercanas a la puerta esperando que ahí estuviesen los sacos más
recientes, pero no la encontró. Pensando que quizás fuese precisamente al
revés, que los soldados las dejaban al final, se dirigió a las últimas
estanterías para examinarlas. Estuvo varios minutos examinando hilera tras
hilera de sacos, bolsas de pieles y otros recipientes tan raros que ni siquiera
se le ocurría un nombre para ellos, pero ni rastro de su mochila. Quizás
siguiesen otro sistema de ordenación, como alfabéticamente según los nombres de
sus propietarios, o según el mundo de origen. O quizás las guardasen al
tun-tun, vete a saber. La cuestión es que no tenía ni idea de dónde podía
estar.
Se apoyó contra una estantería, los ojos cerrados mientras
pensaba qué hacer a continuación. No poder recuperar su mochila era todo un contratiempo,
pero al menos seguía siendo libre y no iba a perder todo un año trabajando como
esclavo. Mejor marcharse de aquí antes de que…
-Hola, Peter.
Peter dio un salto hacía un lado y abrió los ojos de golpe
por el susto. ¿Había estado tan empanado buscando su mochila que no se había
dado cuenta que se le acercaba un soldado? Pero no, no era así. El hombre que
le había hablado no era un soldado. Era un tipo alto, pálido, que vestía una ropa gris llena de
cortes y manchas de un rojo oscuro. Llevaba una capa hecha polvo, pero lo que
más atrajo la atención de Peter fue la mochila que sostenía en la mano derecha.
-Aquí tengo tu mochila –dijo el extraño, sus finos labios
rojos formando un atisbo de sonrisa. -Me tendrás que perdonar, pero he cogido
tu comic. Lo necesitaba para la Torre.
Su manera de hablar era… rara. Como si sus palabras quisieran
reflejar una calidez que su voz era incapaz de mostrar. A Peter le ponía los
pelos de punta. Miró a los ojos del hombre pálido, intentado adivinar qué podía
estar pensando el extraño, y no pudo evitar soltar una exclamación de horror al
darse cuenta de lo que se escondía en ellos. Sus ojos eran negros por completo,
y parecían un pozo de oscuridad, un vacío que devoraba su voluntad. Al mirarlos
Peter sintió como si un puño se cerrase sobre su corazón, arrebatándole todas
las fuerzas. Cayó de rodillas mientras un temor primitivo e irracional le
invadía por completo.
¿Así es como se siente
un conejo cuando se encuentra ante un lobo?
Lo que tenía delante suyo no era una persona. Era un
monstruo.
-Escúchame, Peter, porque esto es muy importante-. El hombre
pálido se agachó junto a él, poniendo la mano en su hombro. Su presa era
fuerte, pero no estaba apretando. En realidad, Peter tenía la impresión de que
estaba intentando ser amistoso, aunque sus ojos negros no reflejaban ninguna
emoción. –No te fíes de Valeria, ¿me oyes? No te fíes de ella.
Peter frunció el ceño.
-¿Va… Valeria? –logró decir, superando el miedo que le
atenazaba la garganta. -No conozco a nadie que se llame Valeria.
El monstruo soltó un suspiro de resignación, y se puso en
pie. De su capa andrajosa caían gotas de oscura sangre al suelo.
-Eso no importa. Tan sólo recuerda lo que te he dicho.
El hombre pálido dejó la mochila en el suelo y se marchó, una
sombra escurriéndose veloz entre las estanterías. Peter permaneció en el suelo
durante unos minutos más, esperando a que el temblor de sus manos desapareciese
y el apresurado latir de su corazón volviese a la normalidad. Ese monstruo
sabía su nombre y lo había tratado con familiaridad, como si se conociesen el
uno al otro, pero eso era imposible.
Peter jamás se había encontrado con él antes.
que misterio!!! quien será!!
ResponderEliminarEso que has dicho de "empanado" no me gusta mucho... pero lo demás genial sobretodo algunas descripciones de apariencias =)
Me alegra que te gusten las descripciones, aunque está claro que tendré que modificar algo... Debería ser evidente que el hombre pálido de esta escena es el mismo que realiza la masacre en el pueblo de Nero! Y no eres el primero que no se da cuenta...
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