lunes, 22 de octubre de 2012

Capítulo 5 (Parte 3) - Un mundo diferente


Chorretones de sudor caían por la espalda y la frente de Peter mientras trabajaba, prueba del bochorno que hacía. Se encontraba en una de las celdas de la prisión, una pequeña habitación cuya oscuridad sólo rompían los finos rayos de luz que lograban pasar a través de los barrotes de la ventana. Había otras personas en la celda, extranjeros como él cuyas formas apenas podía adivinar en medio de las sombras.


No le habían dicho nada desde que los soldados le arrojaron con ellos. Su silencio era un silencio desesperanzado, del tipo que guarda una persona cuando sabe que no puede hacer nada por mejorar su situación. A saber cuánto tiempo llevaban encerrados aquí.
Al igual que ellos le ignoraron a él, Peter los ignoró a ellos. Comprobó las paredes tocándolas con la palma de las manos, descubriendo que estaban formadas a partir de sólidos bloques de piedra sin fisuras. Siguió con la vista las finas aberturas que había entre las barras de la ventana, lanzando un suspiro de decepción al darse cuenta que eran demasiado estrechas para hacer palanca y poder desplazarlas. Finalmente, desplazó su atención hacía lo último que le quedaba.
La puerta de la celda estaba compuesta de una serie de barrotes de acero en vertical, de más de tres centímetros de grosor y anclados firmemente tanto al techo como al suelo. Seguramente podrían aguantar sin muchos problemas el impacto de un rinoceronte a la carga, así que Peter no se molestó en intentar forzarlos.
Sus dedos finos y alargados tanteaban en medio de la oscuridad, buscando el único punto débil de la celda: la cerradura. No tardó en encontrarla y la recorrió lentamente, examinando atentamente cada detalle e intentando averiguar cómo funcionaba el mecanismo que la hacía funcionar.
-¿Qué estás haciendo?
La voz resonó con fuerza en la pequeña habitación. Venía de una sombra que se adivinaba corpulenta, apoyada contra una de las paredes de la celda.
-Nada del otro mundo – respondió Peter, distraído en su tarea. –Intentar salir de aquí aprovechando que los soldados están distraídos con lo que sea que pasa en la Torre.
-No sé qué pretendes, pero no te funcionará. ¿Crees que en todas estas celdas no hay ninguna persona que no sepa forzar cerraduras? Lo han probado todo, y no ha servido de nada. Los herreros de Navar saben hacer su trabajo.
-Sí que son bastante diestros, sí.
Para ser de un mundo en que ni siquiera tienen teléfonos móviles, claro, pensó Peter con satisfacción. Se llevó un par de dedos a la boca, a la parte posterior de los dientes donde guardaba pegado a las muelas un pequeño filamento de metal. Se lo arrancó con un tirón seco y lo sostuvo triunfante ante sí, dejando que un fino rayo de luz se reflejará en el extraño metal.
-¿Qué… qué es eso? –preguntó otra figura oculta por las sombras. Su voz denotaba curiosidad, juventud y pertenencia al sexo femenino.
-Supongo que para ti sería un truco de magia –respondió Peter, sonriendo mientras colocaba diestramente un extremo del filamento en el ojo de la cerradura. –Ya sabes, nada por aquí, nada por allá y de repente… -Peter pudo notar como el metal se tensaba, y entonces lo retorció hacía un lado hasta que escuchó un clic que sonó con la fuerza de un trueno en la pequeña celda. – ¡Voila!
Un empujón y la puerta se abrió de par en par.
-¡Hasta el infinito, y más allá!
Salió de la celda ante el atónito silencio de los otros extranjeros, caminando sin prisa –pero sin pausa- por la oscura prisión. Incluso se permitió el lujo de silbar una canción. A su paso se levantaban exclamaciones de sorpresa e incredulidad conforme los otros prisioneros se daban cuenta de que se había escapado de su celda y que, además, no había ningún soldado cerca para detenerlo.
Aún estaban asimilando la situación cuando el terrestre le arrojó el filamento de metal al prisionero de aspecto más espabilado que vio, que lo atrapó con las manos en un acto reflejo.
-Puedes abrir las celdas con eso, compañero. Sólo tienes que dejarlo unos segundos en cada cerradura para que su “magia” actúe y luego tirar hacia la derecha. Rápido y sencillo. ¿Alguna pregunta?
El prisionero dudó durante unos instantes, pero acabó negando con la cabeza. Peter lo dejó atrás y se dirigió con prisa a la salida de la prisión, consciente de que la horquilla solo tendría carga para veinte usos más. Con ella no se podrían liberar a todos los prisioneros, pero si a suficientes como para crear una buena distracción.
Abrió la puerta de la prisión un poquito, apenas lo suficiente para echar un vistazo y confirmar sus sospechas: no había ningún soldado en las proximidades. Estaba claro que lo que les estaba dando problemas en la Torre era algo bastante serio. Se estremeció al pensar que quizás fuese un ser como el que había llegado a su mundo de origen a través de la Torre.
 Se disponía a salir corriendo cuando noto una presencia a su espalda, y al girarse se encontró con un hombretón musculoso de aspecto aguerrido y a una joven con el cabello largo y descuidado. Los dos se le quedaron mirando con pinta de haber sido pillados con las manos en la masa.
-Esto… ¿Qué hacéis?
-Te estamos siguiendo –respondió el hombre. Su voz era la de la figura corpulenta de su celda, así que seguramente su compañera sería la joven de entonces. –Pareces saber lo qué estás haciendo, así que he pensado que sería lo más seguro. Además, tú abriste la puerta de la celda. Debes de ser un hombre de poderosa magia. Nosotros… -el hombretón titubeó, como si no supiese qué decir a continuación, o no se atreviese a decirlo. Miró buscando apoyo a la joven que se escondía tras su enorme corpachón.
Peter le hizo un gesto con la mano para que siguiese hablando. No podía quedarse aquí esperando eternamente a que se decidiese a hablar.
-Te suplico que nos ayudes –dijo al fin el hombre. –Estamos perdidos en este mundo, sin armas ni conocimientos, y no sabemos qué hacer.
-Ya veo… -Peter se rascó la barbilla, pensando qué hacer. Aunque sería peligroso que le acompañasen, no podía perder aún más tiempo discutiendo con ellos o le alcanzarían el resto de prisioneros que en estos momentos estaban saliendo de sus celdas. Además, el tipo era fuerte y podía serle de utilidad, y la chica se adivinaba atractiva tras toda la capa de mugre y suciedad que la cubría. Siempre estaba bien la compañía de una chica guapa, aunque fuese en un mundo como éste,  con esclavos e insectos gigantes. –Está bien, os ayudaré. De momento seguidme en silencio y sin hacer ruido.
 Los dos asintieron en silencio, obedientes.
Peter volvió a comprobar que no había nadie y salió disparado en dirección a un abandonado puesto de guardia, escondiéndose tras una barricada cuando llegó hasta él. El hombretón y la joven le imitaron tras unos segundos. Repitieron estos pasos varias veces, corriendo con toda la rapidez que podían hasta llegar al siguiente punto donde pudiesen esconderse, deteniéndose un momento sólo para comprobar que no había ningún soldado cerca y entonces volviendo a salir, siempre avanzando en dirección al objetivo de Peter: el almacén donde los soldados guardaban los objetos que traían consigo los extranjeros.
Sin embargo, tantas precauciones resultaban innecesarias. No había ni un alma en este sector del campamento. Se podían escuchar sonidos de lucha, de gritos de rabia y de agonía, pero afortunadamente sonaban lejanos. Fuese lo que fuese que había llegado a través de la Torre, Peter imaginaba que le llevaría tiempo atravesar todas las defensas que habían instalado los soldados, si es que conseguía hacerlo.
Al tener a la vista el almacén se detuvo, e hizo un gesto a sus seguidores para que le imitasen.
-Esperadme aquí. Volveré enseguida.
Moviéndose tan sigilosamente –o eso esperaba- como un ninja, el terrestre entró al almacén a través de una ventana abierta en uno de los laterales del edificio. Recorrió varias habitaciones hasta llegar a una sala gigantesca, con cientos de estanterías de piedra blanca que se alzaban hasta el techo cargadas de sacos, cajas y otros fardos. Peter se llevó las manos a la cabeza, sus ojos abiertos de par en par contemplando las filas y filas de estanterías. Por lo que él sabía, su mochila podía estar en cualquiera de ellas.
Mierda, pensó el terrestre. Esto es como buscar una aguja concreta en un pajar lleno de agujas.
Intentó no desanimarse mucho. Era de suponer que los soldados seguirían algún tipo de sistema para guardar las pertenencias de los extranjeros, así que buscó su mochila basándose en eso. Comprobó las estanterías más cercanas a la puerta esperando que ahí estuviesen los sacos más recientes, pero no la encontró. Pensando que quizás fuese precisamente al revés, que los soldados las dejaban al final, se dirigió a las últimas estanterías para examinarlas. Estuvo varios minutos examinando hilera tras hilera de sacos, bolsas de pieles y otros recipientes tan raros que ni siquiera se le ocurría un nombre para ellos, pero ni rastro de su mochila. Quizás siguiesen otro sistema de ordenación, como alfabéticamente según los nombres de sus propietarios, o según el mundo de origen. O quizás las guardasen al tun-tun, vete a saber. La cuestión es que no tenía ni idea de dónde podía estar.
Se apoyó contra una estantería, los ojos cerrados mientras pensaba qué hacer a continuación. No poder recuperar su mochila era todo un contratiempo, pero al menos seguía siendo libre y no iba a perder todo un año trabajando como esclavo. Mejor marcharse de aquí antes de que…

-Hola, Peter.
Peter dio un salto hacía un lado y abrió los ojos de golpe por el susto. ¿Había estado tan empanado buscando su mochila que no se había dado cuenta que se le acercaba un soldado? Pero no, no era así. El hombre que le había hablado no era un soldado. Era un tipo alto,  pálido, que vestía una ropa gris llena de cortes y manchas de un rojo oscuro. Llevaba una capa hecha polvo, pero lo que más atrajo la atención de Peter fue la mochila que sostenía en la mano derecha.
-Aquí tengo tu mochila –dijo el extraño, sus finos labios rojos formando un atisbo de sonrisa. -Me tendrás que perdonar, pero he cogido tu comic. Lo necesitaba para la Torre.
Su manera de hablar era… rara. Como si sus palabras quisieran reflejar una calidez que su voz era incapaz de mostrar. A Peter le ponía los pelos de punta. Miró a los ojos del hombre pálido, intentado adivinar qué podía estar pensando el extraño, y no pudo evitar soltar una exclamación de horror al darse cuenta de lo que se escondía en ellos. Sus ojos eran negros por completo, y parecían un pozo de oscuridad, un vacío que devoraba su voluntad. Al mirarlos Peter sintió como si un puño se cerrase sobre su corazón, arrebatándole todas las fuerzas. Cayó de rodillas mientras un temor primitivo e irracional le invadía por completo.
¿Así es como se siente un conejo cuando se encuentra ante un lobo?
Lo que tenía delante suyo no era una persona. Era un monstruo.
-Escúchame, Peter, porque esto es muy importante-. El hombre pálido se agachó junto a él, poniendo la mano en su hombro. Su presa era fuerte, pero no estaba apretando. En realidad, Peter tenía la impresión de que estaba intentando ser amistoso, aunque sus ojos negros no reflejaban ninguna emoción. –No te fíes de Valeria, ¿me oyes? No te fíes de ella.
Peter frunció el ceño.
-¿Va… Valeria? –logró decir, superando el miedo que le atenazaba la garganta. -No conozco a nadie que se llame Valeria.
El monstruo soltó un suspiro de resignación, y se puso en pie. De su capa andrajosa caían gotas de oscura sangre al suelo.
-Eso no importa. Tan sólo recuerda lo que te he dicho.
El hombre pálido dejó la mochila en el suelo y se marchó, una sombra escurriéndose veloz entre las estanterías. Peter permaneció en el suelo durante unos minutos más, esperando a que el temblor de sus manos desapareciese y el apresurado latir de su corazón volviese a la normalidad. Ese monstruo sabía su nombre y lo había tratado con familiaridad, como si se conociesen el uno al otro, pero eso era imposible.
Peter jamás se había encontrado con él antes.

2 comentarios:

  1. que misterio!!! quien será!!

    Eso que has dicho de "empanado" no me gusta mucho... pero lo demás genial sobretodo algunas descripciones de apariencias =)

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  2. Me alegra que te gusten las descripciones, aunque está claro que tendré que modificar algo... Debería ser evidente que el hombre pálido de esta escena es el mismo que realiza la masacre en el pueblo de Nero! Y no eres el primero que no se da cuenta...

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