El Cuervo Rojo soltó a Sara, quien cayó de rodillas
al suelo como un peso muerto. Ofrecía una imagen tan patética, con el rostro
rojo y los labios apretados intentando contener unas lágrimas que ya empezaban
a asomarse en sus ojos, que no pudo evitar sentir lástima por ella.
-Lo siento.
Entre sollozos y lloriqueos, la ladrona alzó el rostro hacía
la cazarecompensas.
-Tú dices que... ¿lo sientes? ¿Tú? –preguntó con voz
temblorosa mientras se pasaba la mano por la cara para escurrirse las lágrimas.
-¿De qué demonios estás hablando? ¡Me ibas a cortar el cuello!
-Sí, pero no era más que un trabajo. Yo jamás te hubiese
tratado como lo ha hecho él.
La ladrona se la quedó mirando como si no tuviese ni la más
puñetera idea de qué estaba diciendo, una cara que el Cuervo Rojo había visto muchas
veces antes en este mundo lleno de gente sin honor.
Bah, ni siquiera sé
porque me molesto.
Dejó atrás a la ladrona y entró de nuevo a la sala, buscando
con la mirada al líder de los Ocean’s Eleven entre los invitados y el personal
de servicio. No tardó en encontrarlo, sirviendo a unos nobles unas bebidas
mientras les sonreía profesionalmente como un buen camarero que nunca había
roto un plato o envenenado a alguien.
Qué hijo de puta.
Con su capa y su vestido negro delatando su presencia el
Cuevo Rojo no podía acercarse a él sigilosamente, así que optó por comportarse
con naturalidad. Simplemente caminó en su dirección, directa y sin rodeos, y
cuando estuvo a su lado le pidió una copa.
-¿Y bien? –le preguntó en voz baja mientras Peter le servía
el licor. -¿Qué es lo que quieres de mí? Espero que no pretendas que coja el
cofre y salga corriendo; ni siquiera yo podría huir de aquí con tanto guardia.
-No, tranquila, no pretendo que hagas de kamikaze –respondió
el ladrón. La cazarecompensas alzó una ceja, preguntándose qué demonios había
querido decir con eso de “kamikaze”. –Además, ¿qué gracia tendría? Lo que tengo
planeado es mucho más limpio que eso, mucho más de guante blanco, no sé si me
entiendes.
-Como si me hablases en otro idioma.
-Bueno, da igual. Tú limítate a acercarte a mí cuando falten
cinco minutos para el sorteo y te explicaré el resto. De mientras, intenta no
llamar la atención y que parezca que todo va bien.
Se iba a marchar pero el Cuervo Rojo le sujetó del brazo.
-¿Y el antídoto?
-Cuando hagas tu parte te lo daré. Tienes mi palabra.
La cazarecompensas apretó con fuerza, provocando que el
ladrón hiciese una mueca de dolor y soltase un grito de protesta. Varios
invitados se los quedaron mirando, observando la escena con morbosa curiosidad.
-Tu palabra vale una mierda –susurró el Cuervo Rojo,
acercando tanto su rostro al del ladrón que podía sentir su aliento sobre su
piel. –Pero de la mía te puedes fiar, y te prometo que como me la juegues te
perseguiré y te joderé vivo. ¿Lo entiendes?
Aunque el cuerpo del ladrón temblaba asustado y parecía que
la bandeja que sostenía iba a caer de un momento a otro, éste le sostuvo la
mirada sin pestañear. Finalmente, tras unos tensos segundos, Peter asintió con
la cabeza y la cazarecompensas lo soltó y dejó que se marchase.
-Me había servido licor de Araña Verde con hielo –dijo el
Cuervo Rojo dirigiéndose a los nobles que la observaban. -¡Con hielo! ¿Hay que
ser estúpido, verdad?
Los nobles le dieron la razón y regresaron a sus asuntos, su
curiosidad satisfecha.
Y ahora, ¿qué hago? Valeria
se llevó la mano a la frente y cerró los ojos, intentando abstraerse por un
momento de todo. Lo primero es comprobar
cómo está Elena. Tengo que asegurarme que este desgraciado no me está tomando
el pelo.
Sin embargo ese no parecía ser el caso. La joven se
encontraba sentada, su rostro un poco más pálido de lo normal, y preguntando a
sus amigos –la cazarecompensas no estaba segura de poder ocultarle la verdad en
caso de hablar directamente con ella, y no quería asustarla- averiguó que
estaba descansando porque no se encontraba muy bien.
Elena no era tan despistada como para comer los alimentos
destinados a los nobles. ¿Y cuáles eran
las probabilidades de que enfermase justo ahora, cuando los Ocena’s Eleven la
amenazaban? Demasiado pocos para arriesgarse.
Así que paseó por la sala, perdiendo el tiempo saludando a
conocidos y fingiendo que patrullaba, aunque no podía evitar que sus ojos
fuesen una y otra vez en dirección a Elena. Cuando finalmente se acercó la hora
acordada fue al encuentro de Peter, que se encontraba sentado a solas en uno de
los rincones de la enorme sala, junto a una mesa y unas sillas abandonadas
ahora que el sorteo estaba a punto de empezar.
-Aquí estoy. Cinco minutos antes de que empiece el sorteo,
como me dijiste.
-Perfecto –dijo Peter estirándose hacia atrás en el asiento para
ponerse cómodo. El tío estaba disfrutando con esto y ni siquiera se molestaba
en disimular. El Cuervo Rojo apretó los puños con fuerza para resistir el
impulso de aplastarle su sonriente cara contra el suelo. –Vamos, siéntate –dijo
dando unos golpecitos en el asiento de una silla que tenía al lado-, no tienes
porque no estar cómoda.
La cazarecompensas así
lo hizo, con cuidado de no enredarse su capa por si tenía que levantarse de un
salto. Le encantaba ir con capa y el aire de misterio que le daba, pero a veces
podía ser una molestia.
-Ya estoy sentada a tu lado, justo como querías. ¿Y ahora
qué? ¿De verdad tienes un plan para robar el dinero que consiste en quedarte
sentado mirando cómo pasa todo? Porque de ser así eres un puto genio-. Se tiró
la capucha hacía atrás, dejando su corto y oscuro cabello al aire. Miró de
reojo a Peter, con su enorme nariz y su aspecto tan vulgar y que aún así estaba
jugando con ella, y no pudo reprimir las ganas de meterse con él. –Cuando todo
esto acabe más te vale correr, flacucho, porque como te atrape tú y yo tendremos
una reunión muy íntima y personal.
-Vaya, eso sería divertido, pero no es lo que había planeado.
No es que no seas atractiva, pero no eres mi tipo, ¿sabes? –dijo el ladrón en
tono amistoso mientras se tocaba el pecho con las palmas abiertas. -Demasiado
plana.
El Cuervo Rojo llevó la mano a los cuchillos.
-¿Qué es lo que quieres de mí? –preguntó masticando las
palabras.
-Es sencillo –respondió el líder de los Ocean’s Eleven
inclinándose hacia ella, como si fuese un amigo que quisiera compartir un
secreto. –Eres especial, Cuervo Rojo. Tus ojos son un don de la Torre de Dios.
Ves en la oscuridad. Puedes coger una flecha al vuelo, esquivar una docena de
golpes con facilidad. Joder, te diría que eres lo más parecido a Neo que he
visto si tuvieses la más remota idea de lo que estoy hablando. Así que dime
–dijo señalando con un dedo a los enormes bolos de la Lotería-, ¿puedes ver las
bolas en movimiento? ¿Crees que eres capaz de distinguir los números mientras
están dando vueltas?
Eso es… interesante.
El Cuervo Rojo nunca había estado en un sorteo antes, pero había presenciado
las pruebas realizadas en el taller. Había diez bolas por cada máquina
numeradas del 0 al 9 y se movían con rapidez, pero si se concentraba, si
realmente se concentraba, creía que sus ojos podían seguirlas y distinguirlas
todas y cada una de ellas. Sí, estaba segura. Podía verlas.
-Sí. Puedo hacerlo.
Peter asintió con la cabeza. Teniendo en cuenta que sólo
faltaban unos escasos minutos para que empezase el Sorteo se le veía muy
tranquilo, mucho más que los invitados, entre los cuales se había extendido un
silencio expectante conforme se llevaban a cabo los últimos preparativos. Al
lado de cada uno de los bolos se habían situado dos sirvientes: uno alto y de
gran musculatura y otro pequeño, los dos vestidos de blanco y con los ojos
tapados con una venda. La tarea del mayor consistía en accionar la manivela que
hacía girar la máquina; la del pequeño la de recoger las bolas afortunadas y
entregárselas al responsable de anunciar los números ganadores: el Juez Supremo.
-Toma esto –dijo el ladrón sacando una pequeña caja de uno de
los bolsillos de su traje y entregándosela a la cazarecompensas. –Hay un
pequeño botón en la parte de abajo. Si lo pulsas se activará un mecanismo que
impedirá que salgan las bolas, si lo vuelves a pulsar el mecanismo se
desactivará.
“Lo sé, lo sé –continuó Peter adelantándose a la pregunta del
Cuervo Rojo-, examinasteis las máquinas e hicisteis varias pruebas y no
encontrasteis nada en las máquinas. Da igual. Puedes pensar que este mundo está
tan atrasado tecnológicamente respecto al mío que los técnicos ni siquiera
saben qué buscar, o puedes pensar que es cosa de magia. Escoge la opción que
más te guste.”
La cazarecompensas frunció el ceño.
-Escogeré
romperte la cara si sigues hablándome como si fuese tonta.
-Vamos, no
te pongas violenta, después de todo no es más…
-En este sorteo el bombo sigue girando, aunque más lento,
cuando se abre la trampilla para que caiga la bola ganadora –le interrumpió el
Cuervo Rojo, harta del parloteo incesante del ladrón. –Pretendes que con el
aparatito ese tuyo controle qué bolas son las ganadoras. Quieres ganar la
Lotería, no robarla.
-Vaya, vaya –murmuró Peter, sus ojos abiertos de par
contemplando con admiración a la cazarecompensas. -Eres muy lista, sí, eso es
exactamente lo que pretendo: conseguir los tres millones de coronas sin que
nadie se entere. Yo te iré diciendo los números y tú te asegurarás de que
salgan. Una vez se acabe todo, tendrás tu antídoto.
-De acuerdo.
-Pero antes de empezar, una cosa más –añadió el líder de los
Ocean’s Eleven, sus pequeños y astutos ojos brillando con malicia. -Dame tu
palabra de que nos dejarás a mí y a mi banda tranquilos.
El Cuervo Rojo se lo quedó mirando, demasiada aturdida para
responder.
Hijo de puta, pensó
mientras tragaba saliva. Grandísimo hijo
de puta. Yo misma te dije que de mi palabra te podías fiar. Yo tengo honor.
-Tienes mi palabra –acabó diciendo, sabiendo que no tenía
otra alternativa.
Peter no respondió, pero su expresión era idéntica a la de un
niño al que le han regalado docenas de dulces por su cumpleaños. El Cuervo Rojo
se mordió los labios hasta hacerlos sangrar, notando como su cuerpo ardía en
deseos de borrarle la sonrisa de la cara, de gritarle qué ella no obedecía
ordenes de un ladrón, pero se quedó quieta y callada como una estatua mientras
el sorteo empezaba. Sus ojos, sus ojos rojos que todo lo veían miraban
fijamente hacía delante, a las máquinas del sorteo, pero por su cabeza
desfilaban todo una serie de recuerdos.
Risas infantiles. Preguntas llenas de curiosidad sobre cosas
que nunca se había planteado, lecciones de esgrima, paseos sobre el lomo de un
escarabajo.
Una niña pequeña, suplicándole con la mirada que no la
devolviese a sus amos.
Uno a uno, el ladrón le fue diciendo los números, y uno a
uno, la cazarecompensas utilizó el extraño aparato para que fuesen saliendo. El
Juez Supremio recibía las bolas ganadoras, y cada nuevo número que anunciaba en
voz alta la sonrisa victoriosa de Peter se hacía más y más grande.
“¡El 31345, ganador de cien mil coronas!”
“¡9611, cien mil coronas!”
“El segundo premio, de quinientas mil coronas, es para el
número 86012!”
Y finalmente llegó el turno del primer premio, de un millón
de coronas. La expectación y nerviosismo en la sala era tan grande que se podía
sentir en el ambiente, como un roce
eléctrico en la piel, como una fiesta de verano antes del baile junto a la
hoguera.
Valeria se mantuvo fría y calmada, sin dejar que el cansancio
por estar tanto tiempo concentrándose en seguir las bolas la afectase. Escuchó
el número que le indició Peter -87069, un número que el muy estúpido dijo con
una risa lujuriosa-, y se aseguró de que fuese el ganador. Cuando el sirviente
recogió entre sus manos la última bola ganadora y se la entregó al Juez Supremo
la cazarecompensas soltó un suspiro de alivio.
Para bien o para mal, ya había acabado. Había hecho su parte.
-¡Aquí está, el primer premio del Sorteo de este año!
–anunció el Juez Supremo. Se pasó la mano por el pelo, arreglándoselo, y luego sostuvo
las bolas ante sí, guardando unos instantes de silencio para darle más
dramatismo a la noticia. –¡Un millón de coronas para el número 11506!
Al principio no se lo pudo creer. Luego miró a Peter, quien
le devolvió su misma mirada incrédula y sorprendida. Había manipulado las bolas
igual que había hecho las otras veces, así que sólo quedaba una explicación.
El Juez Supremo había mentido.
hola,
ResponderEliminarBuenísimo. Desde el hundimiento de Sara al verse traicionada y abandonada, a la rabia contenida y la impotencia de Valeria. Me gusta como das las emociones de los personajes en este capitulo
No me esperaba para nada que el plan de Peter fuera al mismo tiempo tan sencillo y genial. Supongo que pretendía obligar a Valeria a ayudarles después de envenenarla, desde luego es un plan arriesgado pero efectivo. La verdad es que da la sensación que muchas cosas podían salir mal, lo que me lleva a imaginarme lo realmente tenso que fue el momento de ofrecer el pastel para Peter.
Lo único que me pregunto es cual era la función de sara y los otros dentro del plan?.
En cuanto a Nero, me imagino que habrá chantajeado al juez supremo de alguna forma, tampoco me esperaba esto en absoluto, muy bueno todo.
Buenas Jaime,
ResponderEliminarSara y los demás formaban parte del mismo plan de envenenar al Cuervo Rojo, pero al final no han tenido que participar.
La participación de Nero pensaba dejarla más clar (hace tiempo que tenía pensado como presentarlo), pero en el momento de escribir cuando el Juez Supremo dice el número ganador se me olvidó añadir unas lineas.
Ahora está editado y creo que se da una pista bastante claro sobre su identidad.