Era
una habitación pequeña, fresca y con un ligero olor a humedad que le resultaba
agradable al Cuervo Rojo. Las paredes estaban construidas a partir de bloques
de piedra blanca, y la única ventana era de cristales dobles y gruesos que silenciaban
por completo el follón que venía de la calle. Una larga cortina de seda de
color verde oscuro colocada sobre la ventana impedía que pasase mucha luz,
dándole un aspecto reservado e íntimo a la sala.
La cazarecompensas estaba sentada sobre una silla, vestida
con una sencilla bata y unas zapatillas. Acariciaba distraídamente con una mano
el cuello de su grillo, que ronroneaba satisfecho, mientras que con la otra
daba ligeros golpecitos sobre el reposabrazos de su asiento. Sus ojos rojos
observaban atentamente lo que había escrito en una pizarra delante de ella,
leyendo una y otra vez las mismas palabras.
“Juez Supremo”, “Ocean’s Eleven”, “Duque de Adinerado” y
“Conde de Exquisito” eran las palabras
que estaban escritas con tiza en letras grandes y claras. No eran más que un
esquema, cuatro elementos claves para su siguiente trabajo. Él leerlos así, en
silencio y sin nadie que la molestase, la ayudaba a concentrarse.
Primero estaba el Juez Supremo, un tío con un nombre tan
grandilocuente que daba hasta repelús. Como líder de una religión que condenaba
el engaño y sacralizaba la “verdad”, era completa y absolutamente incapaz de
mentir. En el sorteo de la Lotería, y siguiendo una estúpida tradición, sería
la única persona que vería y leería los números premiados.
Pero aunque no pueda
mentir, desde luego que puede colaborar con los ladrones, pensó el Cuervo
Rojo. El Juez Supremo era conocido por sus posturas favorables con los
extranjeros, llegando al extremo de tener como sirviente personal a uno de ellos.
Luego venían los Ocean's Eleven, los ladrones. Después de
su último atraco con una máquina voladora y una piedra mágica que atraía los
metales, a saber con qué saldrían ahora. Tenía que estar preparada para todo, desde que se
volviesen invisibles hasta que fuesen por ahí atravesando paredes.
Y por último estaban el duque de Adinerado y el conde de
Exquisito, los nobles más importantes de la ciudad y que se llevaban a rabiar.
El primero era un viejo, débil y lleno de achaques; el segundo había quedado en
ridículo tantas veces contra los Ocean’s Eleven que ya ni resultaba divertido.
Los dos estaban en una posición precaria y los dos asistirían al sorteo de la
Lotería.
Seguro que saltaban chispas.
El grillo doméstico movió de repente la cabeza, sus antenas
oscilando lentamente mientras sus ojos miraban en dirección a la puerta. El
Cuervo Rojo soltó un suspiro, entendiendo que su breve momento de respiro había
llegado a su fin.
Entonces se abrió la puerta mostrando a Elena, que como
siempre tenía un aspecto impecable. El cabello largo cayéndole con rizos
dorados sobre la espalda, un vestido de un sobrio azul claro que enseñaba
ligeramente los hombros –era la última moda entre las damas de la nobleza- y un
rostro precioso que sonreía afablemente, la joven resultaba encantadora.
Pero el Cuervo Rojo conocía a esta “joven encantadora”
desde mucho antes que aprendiese el arte de la etiqueta y la pose, así que no
se dejó engañar por su actuación.
-¿Qué
te pasa, Elena? Últimamente siempre estás de morros-. Esperó un poco, y cuando
vio que la joven iba a responder añadió rápidamente: -Te saldrán arrugas si
sigues así, ¿sabes?
Si las miradas matasen, el Cuervo Rojo habría muerto en ese
instante.
-No estoy de humor para bromas –replicó Elena. Se acercó a
la ventana y corrió hacía un lado la cortina, dejando que la luz del Sol
entrase e iluminase la habitación. -Llevo semanas intentado arreglar el
desastre de la fiesta del conde. Más de veinte miembros de la alta nobleza de
la ciudad acabaron heridos, tres de ellos incluso estuvieron a punto de morir.
La reputación del conde ha quedado tan dañada que ahora hasta los granjeros más
pobres se ríen de él. –Se pasó la mano por el rostro, frotándose los ojos. –Y
aún tengo que dar suertes que el veneno de la Hiervesangre no afecte a los
nobles, o el desastre no tendría nombre.
El Cuervo Rojo se encogió de hombros.
-¿Y qué? No es mi problema.
-¿Qué no es tú problema? –preguntó Elena alzando tanto el
tono de voz que el grillo mascota de la cazarecompensas dio un salto y se
escondió, asustado, tras el asiento de su ama. -¡Tú pudiste detenerles! Viste
como pasaba todo, les seguiste, y les dejaste ir como si nada. ¡Incluso
presumiste de ello, diciendo que no te hubiese costado nada atraparlos!
-Porque es la verdad –respondió el Cuervo Rojo, tranquila.
–Pero como el conde de Exquisito no me contrató para vigilar el cuadro, no
tenía ninguna obligación de hacerlo. No me gusta trabajar gratis.
-Sabes de sobra que el conde te hubiese recompensado
igualmente –dijo la joven en tono cortante. –De la misma manera que sabes que
el conde intentó contratarte, pero tú rechazaste todas sus ofertas.
La joven se cruzó de brazos y se la quedó mirando, la
decisión que se mostraba en sus ojos dejando claro que no se iba a echar atrás.
Fue en ese instante cuando el Cuervo Rojo se dio cuenta
que, a su protegida, todas esas fiestas a las que asistía y esas reuniones que
tenía con los nobles realmente le importaban. No eran tan sólo un juego para
pasar el rato.
-Tú no eres así –continuó hablando la joven, más serena.
-Una de las cosas que hace que seas la mejor cazarecompensas de la ciudad es
que nunca corres riesgos estúpidos como dejar escapar a unos ladrones porque
más adelante es posible que ganes más dinero con su captura. Así qué dime,
¿porqué? ¿Por qué lo has hecho?
La pregunta se quedó suspendida en el aire, y cuando
parecía que se iba a quedar sin respuesta el Cuervo Rojo se puso en pie y dijo:
-Está bien, te mereces una explicación. Sígueme.
Se puso a caminar, y
tras unos segundos de duda, Elena la acompañó. Salieron de la pequeña
habitación, el grillo mascota saltando tras ellas, y recorrieron pasillos y
estancias del edificio hasta llegar ante la puerta del almacén donde la
cazarecompensas guardaba la carne salada y otros alimentos para el invierno.
El Cuervo Rojo sacó un manojo de llaves del bolsillo de su
bata, fingiendo buscar entre ellas la
que abría la puerta para observar disimuladamente a su protegida.
La quería. Quería a la niña que había sido, miedosa y
necesitada de cariño, y a la mujer en la que se había convertido, astuta y
llena de recursos. Era difícil no ver a la última sin superponer a la primera,
un defecto que supuso compartiría con muchas madres.
No con la suya propia, por supuesto.
-No he desaprovechado estas semanas desde la fiesta –dijo
la cazarecompensas mientras abría la puerta. –He estado investigando a los
Ocean’s Eleven, intentando averiguar qué planean hacer para la Lotería.
-¿Y qué has descubierto?
El almacén estaba lleno de cajas y sacos de alimentos que
ocupaban todas las paredes y llegaban hasta el techo. Estaba oscuro, pero eso
nunca molestaba al Cuervo Rojo, que fue hacía la pared del fondo y empezó a
apartar las cajas y a dejarlas con cuidado en el suelo.
-Unas cuantas cosas. Sé que no han hablado con otros grupos
de ladrones ni con las bandas de mercenarios, así que no se trata de un ataque
frontal. Sé que han tenido tratos con varios herreros, con lo que no descarto
otra nueva máquina fantástica. Y también sé que entraron al taller donde se
guardan las máquinas y las bolas del sorteo.
-¿Habrán preparado algún truco?
-Eso mismo pensé yo, así que hable con el duque de
Adinerado y cambió todas las bolas del sorteo por otras nuevas. Luego hicieron
varios sorteos de prueba, y comprobamos que las máquinas no estaban trucadas.
Me hubiese gustado cambiarlas por otras para estar segura del todo, pero el
maestro artesano tardaría demasiado en construirlas.
-Así que, resumiendo, no tienes ni idea de lo que van a
hacer.
-Pues no –reconoció la cazarecompensas, un poco molesta
ante el tono borde que había empleado la joven. –Es posible que cambiando las
bolas les haya fastidiado los planes, pero no creo. – Soltó un suspiro y apoyó
las manos en las caderas, descansando un poco tras despejar la pared de las
cajas y sacos que la cubrían. -Yo apostaría a que los Ocean’s Eleven harán algo
espectacular y mágico. Es su estilo.
-Tienes razón. Sólo espero que no te arrepientas de
haberlos dejado escapar la primera vez –apostilló de nuevo la joven en una
crítica muy poco disimulada.
La cazarecompenas puso los ojos en blanco, cansada de la
actitud respondona de su protegida. Sin embargo intentó no enfadarse con ella,
aunque no pudo evitar darle un tono más mordaz del que le hubiese gustado a sus
siguientes palabras.
-Vamos, Elena, no son más que unos ladrones. Ingeniosos,
sí, pero ya está, no te flipes. Ninguno de ellos es tan rápido, tan fuerte o
tan hábil con un arma como yo. Y por supuesto –dijo girándose de cara a su
protegida-, ninguno de ellos tiene el don que me concedió la Torre.
“Nadie se escapa a mis ojos”.
-Está bien, está bien, tienes razón –dijo la joven. –Eres
la invencible Cuervo Rojo, la mejor cazarecompensas de la ciudad de Fortuna,
entrenada desde pequeña para ser una máquina de matar-. Soltó un suspiro de
resignación mientras gesticulaba con las manos, nerviosa. -Sé mejor que nadie
de lo que eres capaz, pero ten cuidado. Tengo... tengo un mal presentimiento
con todo esto.
-No te preocupes, ¿vale? Estaré atenta.
La joven asintió en
silencio, visiblemente más relajada.
-Y bien, ¿vas a darme algún día esa explicación, o estás
esperando a que sea tan vieja como tú? –preguntó Elena en tono de broma.
-Estoy en la flor de la vida, niña –respondió el Cuervo
Rojo en un tono similar. –Pero sí, voy a darte esa explicación. Ven, mira esto.
Mientras su protegida se le acercaba, la cazarecompensas
puso las manos sobre la pared, palpando los ladrillos con la punta de los
dedos. Detectó una marca en un ladrillo situado hacía a la izquierda, y poco
después una ligera protuberancia en otro un poco más abajo.
-Esto te va a gustar –le dijo a Elena, que la observaba
intrigada.
Empujó con fuerza hacía dentro los dos ladrillos, y tras
unos segundos estos cedieron y se escuchó un “clic” mecánico. El Cuervo Rojo
dio un paso atrás mientras una parte de la pared se hacía a un lado, revelando
un pequeño agujero en la pared donde había un cofre de metal.
-¿Un compartimento secreto? ¿Tenías un compartimento
secreto y no me habías dicho nada? –preguntó la joven, su voz entre la
admiración y la sorpresa. Sus curiosos ojos recorrieron el cofre al tiempo que
una sonrisa de anticipación se mostraba en su rostro. -¿Qué hay dentro?
-Nuestro futuro –respondió el Cuervo Rojo.
Ante la expresión desconcertada de Elena, cogió el cofre y
lo abrió. De inmediato, un resplandor cálido y anaranjado iluminó el almacén.
-Pero esto… esto es…
La joven se quedó con la boca abierta, incapaz de decir ni
una palabra más. El cofre contenía unas piedras cristalinas de forma
rectangular y del tamaño de un puño humano. En el interior de cada una de estas
piedras refulgía, como una preciosa y diminuta estrella, un núcleo dorado que
despedía luz propia.
-Corazones de reinas de las hormigas de fuego –dijo el
Cuervo Rojo. –El calor y la luz que desprenden jamás se agotan. Cualquier noble
estaría dispuesto a pagarte cien mil coronas por cada uno de ellos.
-¿Cuántos… cuántos hay?
-Dieciocho.
La cazarecompensas tuvo que luchar para no echarse a reír
con la cara que puso Elena.
-¡Pero eso es una fortuna! Con todo este dinero podrías
comprarte un castillo, un pueblo, o… o que sé yo, superar la prueba de la
Torre, si eso es lo que quieres. ¿Cómo lo has conseguido?
-He sido la mejor cazarecompensas de Fortuna durante más de
quince años. Mis servicios son los mejores, pero caros.
Cerró el cofre, asegurándose de que ninguna luz pasaba a
través de las rendijas de la tapa, y lo dejó de nuevo en el compartimento de la
pared. A continuación presionó los los dos ladrillos marcados -fáciles de ver
ahora que estaban ligeramente más hundidos que el resto- hasta que se escuchó
un nuevo clic.
-Después del desastre de la fiesta del conde -continuó
explicando el Cuervo Rojo mientras el compartimiento secreto se cerraba y los
ladrillos recuperaban su posición habitual-, el duque de Adinerado ha aceptado
pagarme doscientas mil coronas a cambio de que los Ocean’s Eleven no repitan su
actuación en el sorteo de la Lotería. Le cobro un precio exorbitado, pero es
que está en juego aquello que más le importa a un noble: su reputación.
“Así que cuando capture a esos ladrones tendré en total dos
millones de coronas. Suficiente para que las dos pasemos la prueba de la
Torre”.
-¿Qué? –dijo Elena tras unos segundos, aturdida. Miraba al
Cuervo Rojo como si fuese una persona desconocida para ella. -¿Quieres que deje
Navar?
-Pues claro. Este mundo es una mierda –dijo la
cazarecompensas haciendo un gesto de desagrado. –Los extranjeros venderían a su
madre por unas monedas, los granjeros son unos idiotas supersticiosos y la
gente de la ciudad no moverían un dedo para ayudarte aunque te estuvieses
muriendo en la puerta de su casa. Y lo peor de todo son los nobles, unas
sanguijuelas que están donde están sólo por un accidente de nacimiento. Ninguno
de ellos vale ni siquiera el barro de mis zapatos.
“Hay fuera hay muchos otros mundos, Elena. Mundos
maravillosos donde una joven como tú puede ser feliz, y yo quiero que los
exploremos juntas”.
El Cuervo Rojo puso una mano sobre el hombro de la joven,
apretando con suavidad. Podía entender perfectamente lo impactante que
resultaba pensar en abandonar el mundo donde has pasado casi toda tu vida, así
que intentaba tranquilizar a Elena. Conocía a su protegida, y estaba segura que una vez pasado el susto
inicial se animaría y se moriría de ganas de viajar a otros mundos. Podía
imaginarse a las dos visitando tierras de las que sólo había oído cuentos de
boca de otros extranjeros, lugares donde…
-Pero este es mi mundo –dijo la joven con un hálito de voz.
El Cuervo Rojo parpadeó un par de veces, incrédula.
-¿Qué?
-Este es mi mundo –dijo de nuevo la joven, con más
decisión. Miró al Cuervo Rojo, los labios apretados con firmeza y la barbilla
ligeramente levantada, desafiante. –Y no quiero dejarlo.
Lentamente, la mano de la cazarecompensas dejó el hombro de
Elena.
-Soy feliz aquí, en Fortuna –continuó la joven, en una voz
que al principio sonaba débil pero que con cada palabra pronunciada ganaba en
convicción. -Claro que la ciudad tiene sus cosas malas, pero siempre es
interesante y divertida, siempre hay algo que hacer y alguien encantador con
quien charlar. Aquí está toda la gente que conozco y a la que quiero. Mi vida
está aquí.
El Cuervo Rojo retrocedió hasta que su espalda chocó contra
la pared detrás de ella. No podía creerse lo que estaba oyendo. No podía ser
cierto. Todo el futuro que tan cuidadosamente había planeado durante años se
desvanecía ante sus ojos, sueños y sueños destrozados uno tras otro.
-No sabes lo que estás diciendo –se escuchó decir a sí
misma. –La vida que tienes es tuya gracias a mí. Eres una extranjera, Elena, y
en este mundo esa etiqueta siempre te perseguirá. No importa lo lista,
simpática y preciosa que seas: eres extranjera, y de no ser por mí tus amigos
ni siquiera te mirarían, ¿no lo entiendes?
-Yo… -la joven tragó saliva, y desvió la mirada hacía la
suelo. Sin embargo casi al instante volvió a alzarla, orgullosa, y el Cuervo
Rojo se dio cuenta que la había educado demasiado bien. Elena no se
acobardaría, jamás se rendiría, ni siquiera ante ella. –No tiene porque ser
así. El conde de Exquisito me ha prometido que cambiará las cosas, que
permitirá a los extranjeros que realmente lo valgan ascender a…
-¡No seas estúpida! –la interrumpió la cazarecompensas dando
un puñetazo a la pared. –Sólo está
jugando contigo, ¿no te das cuenta? No te puedes fiar de la palabra de nadie de
este jodido mundo, y mucho menos de la de un noble. Ninguno de ellos tiene ni
una pizca de honor. Sólo son…
-¿Honor? –preguntó Elena. Su voz era tan fría, tan
desprovista de emoción que congelaba la sangre. -¿Tengo que recordarte lo que
hiciste tú por honor, cuándo me trajiste de vuelta a Nariz Rota cuando había conseguido
escaparme? ¿Tengo que recordarte lo que me hacía? ¿Cómo me pegaba, me tiraba al
suelo y me abría de piernas, obligándome a…?
La bofetada del Cuervo Rojo no fue fuerte, pero no hizo
falta. Sonó como un latigazo y acabó con mucho más que con una conversación
incómoda.
Durante unos segundos el tiempo pareció estar congelado,
pero luego Elena se llevó la mano a la mejilla enrojecida con una expresión que
pasó de la incredulidad a la aceptación en el mismo tiempo que un corazón se
hacía pedazos.
-Yo… lo siento, Elena. No quería…
La joven alzó la mano y la poderosa Cuervo Rojo se calló,
acobardada.
-Sé que me quieres, y yo te quiero; pero no eres mi madre.
Nunca lo has sido.
“Sólo eres una mujer
que llevada por la culpa salvó a una niña pequeña. Pero la niña pequeña ha
crecido, y ya va siendo hora de que se busque su propio camino. Adiós, Valeria Mallechio.
Gracias por todo”.
Adiós, Elena,
pensó la cazarecompensas, demasiado débil, demasiado derrotada para decir ni
una palabra mientras la joven abandonaba la habitación. Sobre sus ojos rojos,
sus temidos ojos rojos regalo de la Torre, unas lágrimas empezaron a asomarse.
Adiós.
Hola,
ResponderEliminarMe gusta como va cogiendo ritmo el capitulo, de la calma del principio a los súbitos cambios emocionales del final. Lo único que no me convence es el gesto teatral de Valeria, retrocediendo varios pasos al escuchar que Elena no tiene ninguna intención de abandonar su mundo. Al principio me sorprendía la furia con la que reaccionaba Valeria, pero luego he pensado que si durante años no pensó en compartir sus planes con Elena, es que estaba absolutamente segura de que aceptaría sin rechistar. Ademas, este detalle deja ver que su carácter es mucho mas orgulloso y insensible de lo que parecia.
En su discusion ambas cruzan la frontera entre la agresividad y la vulnerabilidad en repetidas ocasiones, por eso no me acaba de convencer la calma con que Elena se despide. Es como si en el fondo deseara que esto ocurriera, y no se si eso es lo que querías transmitir.
Hola Jaime,
ResponderEliminarCuando Valeria retrocede lo que quiero transmitir es que le han roto todos sus planes e ilusiones. Estaba segura (una seguridad estúpida, ya que veia a Elena como su hija y creia que era como ella) al 100% de lo que diría Elena y es como si de repente se hubiese dado cuenta que las cosas no son para nada como ella pensaba.
Al final, más que con calma yo diría que Elena se despide con frialdad. Es una muestra de rebeldía.