El leve sonido de unos pasos amortiguados, poco más que el
roce del zapato contra el suelo de piedra.
Una breve chispa de reconocimiento en los ojos de la ladrona.
Eso fue todo lo que necesitó el Cuervo Rojo para darse cuenta
de que alguien se acercaba por detrás. Sin perder ni un segundo se abalanzó
sobre Sara, colocándose a su espalda al tiempo que le agarraba y le retorcía el
brazo para inmovilizarla, tan rápido que la joven sólo pudo parpadear antes de
encontrarse apresada. La otra mano de la cazarecompensas, cuchillo en ristre,
la sostenía en dirección a la entrada al balcón donde un flacucho camarero alzó
las manos sorprendido.
-¡Joder, que rápida! ¿Es qué tienes ojos en la espalda, un
sentido arácnido o algo así?
Era un tipo bajito, el cabello oscuro y un rostro con unas
facciones comunes a excepción de una enorme nariz. No era ni atractivo ni feo,
simplemente uno más del montón, la clase de tipo al que no se le dedicaría una
segunda mirada.
-Peter Rodríguez, supongo –dijo el Cuervo Rojo un tanto
decepcionada al reconocer su voz como la del mismo hombre del robo del cuadro
del conde de Exquisito. Sinceramente, se había imaginado el líder de los
Ocean’s Eleven de otra manera.
-El mismo, en carne y hueso. ¿Qué te parece si sueltas a mi
compañera y tenemos una discusión como personas civilizadas?
-Me parece que no –respondió la cazarecompensas. Apretó un
poco más fuerte el brazo a la ladrona, provocando que esta se retorciese y
soltase un quejido de dolor. –Siempre he preferido la acción directa a perder
el tiempo hablando, y no voy a cambiar ahora que tengo todas las de ganar.
Echó un rápido vistazo, cerciorándose de que nadie más venía
a ayudar al ladrón. Podía tumbar de un golpe a Sara y luego enfrentarse a Peter
uno contra uno, y por muy traicionero que fuese el tío estaba segura que podría
ganarlo en un duelo.
Flexiono levemente las rodillas, preparándose a actuar.
-Entiendo –dijo Peter, haciendo una mueca de contrariedad. -Si
te pones así sólo puedo decir una cosa: el pastelito estaba envenenado.
¿Qué?
-¿Recuerdas el mandini azucarado que se comió tu protegida?
Pues tenía veneno. Un veneno mortal, por supuesto, y con un antídoto que sólo
yo tengo. –Se encogió de hombros, con una sonrisa cómplice. -Hay que hacer
estas cosas bien.
El Cuervo Rojo frunció el ceño. Su cuchillo, que hasta entonces
se había mantenido inmóvil apuntando a Peter, se tambaleó durante un instante.
-Mientes.
-No, para nada –replicó el ladrón con actitud confiada. –Te
tengo que confesar que en mis planes entraba el envenenarte a ti y no a… ¿se
llama Elena, verdad? Pero bueno, creo que el resultado al final será el mismo.
Desde nuestra charla en aquel tejado te he estado estudiando, Cuervo Rojo, y
estoy bastante seguro que no dejarás que tu protegida muera vomitando las
entrañas, ¿no? Además lo que te pediré a cambio del antídoto no es nada del
otro mundo, no te preocupes.
El Cuevo Rojo no respondió al momento. Se quedó mirando al
sonriente rostro de Peter, enfrentándose a su mirada retadora mientras pensaba
qué podía hacer. No podía arriesgarse a atacarle y que el antídoto se rompiese
en el combate. No podía convencerle para que se lo diese, y desde luego no podía ceder ante sus
demandas.
Pero aún le quedaba una opción.
-Muy
bien, Peter Rodríguez, líder de los Ocean’s Eleven. Dame ahora mismo el antídoto
o tu amiguita aquí presente –apretó un poco el filo del cuchillo contra su
cuello, provocando que la joven se envarase y soltase un quejido asustada-
perderá la cabeza.
El
flacucho ladrón sonrió.
-¿Qué
típico, no? Cogiendo a una chica preciosa como rehén, esperando que el apuesto
héroe –que soy yo, por supuesto- no lleve a cabo sus proezas por temor a dañar
a su compañera... -Movió la cabeza a un lado mientras rechistaba, decepcionado.
–Me esperaba algo más impresionante del Cuervo Rojo, ¿sabes?
-Prefiero lo efectivo a lo impresionante -respondió la
cazarecompensas. -Vamos, el antídoto. No creas ni por un instante que no le
cortaré el cuello como intentes jugar conmigo.
-Sí, supongo que serías muy capaz de hacerlo. Estás hecho
toda una asesina, ¿no?
El líder de los ladrones se la quedó mirando, sus oscuros
ojos reflejando una emoción que el Cuervo Rojo no supo descifrar.
“Hazlo. Me da igual.”
La cazarecompensas se quedó congelada.
-¿Cómo?
Está mintiendo, pensó el Cuervo Rojo casi al instante.
Va de farol.
Sara y él llevaban juntos desde que habían llegado a Navar,
tres años atrás. Durante todo este tiempo Peter la había protegido, ayudado y
cuidado, y no era ningún secreto que la joven era su segunda en la banda y
compartía su cama. Tenía que estar mintiendo.
Pero al mirar el rostro sonriente del ladrón, al contemplar
su expresión de divertida indiferencia, supo que éste hombre decía la verdad.
Y atrapada en sus brazos, de repente quieta, pudo notar como
Sara también lo descubría.
-Puedes matarla si quieres, pero eso no hará que te dé el
antídoto –anunció el ladrón sin perder en ningún momento la sonrisa. Miró de
reojo hacía la sala, donde el discurso del duque había acabado y los nobles
empezaban a dispersarse de nuevo. –Yo voy a volver adentro. Si no quieres ser
la responsable de la muerte de Elena, sígueme. Es el momento de gloria de los
Ocean’s Eleven y tú tienes un papel protagonista.
Peter se dio la vuelta para salir del balcón, mostrando su
espalda totalmente desprotegida como si no le importase lo más mínimo. Valeria
estuvo tentada de arrojarle el cuchillo y acabar con él en ese mismo instante,
pero algo, quizás el miedo o la prudencia, la retuvo.
Se quedó inmóvil, el cuchillo inofensivo en su mano mientras
contemplaba como el líder de los Ocean’s Eleven regresaba a la sala. Tenía un
nudo en el estómago, una sensación amarga que hacía muchos años que no sentía y
que al principio le costó reconocer.
La sensación de haber sido derrotada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario