Un
niño pequeño jugaba con su mascota, un escarabajo grisáceo que movía las
antenas animado. El pequeño, de no más de seis años y de risa fácil, tenía las
mejillas cubiertas de barro y el pelo encrespado y cubierto de suciedad. A un
par de metros delante suyo, un estrecho
–pero caudaloso- río de basura y mierda corría por un canal en dirección a las
alcantarillas.
Había
moscas por todas partes, grandes bichos marrones cubiertos de pelos oscuros que
revoloteaban entre las aguas putrefactas y los restos de basura. El zumbido de
sus alas resultaba ensordecedor.
Joder, pensó Peter poniendo cara de
asco y tapándose la nariz con una mano mientras miraba de reojo al canal de
mierda y a las enormes moscas, como odio
este mundo.
Se
encontraba en la peor parte de la ciudad de Fortuna. Aquí vivían los parias de
la sociedad, los extranjeros que resultaban inútiles tanto para los nobles como
para las bandas de ladrones, los campesinos que habían perdido sus tierras, las
prostitutas que se habían echado a perder por la edad o por las drogas. Aquí
vivían los pobres desgraciados que lo habían perdido todo, incluso la
esperanza. Aquí era donde acababa toda la mierda de la ciudad.
Resultaba
irónico que los tres millones de coronas hubiesen ido a parar aquí.
Peter
caminaba sobre unas viejas baldosas cubiertas de mugre que habían visto tiempos
mejores. Chabolas y casuchas en ruinas se cernían sobre él desde todas
direcciones, sus paredes cubiertas de grietas y manchas de humedad, sus
balcones derruidos y hechos pedazos por culpa del tiempo y la falta de
mantenimiento. Construcciones en un estado tan lamentable que si no fuese
porque se sostenían entre ellas se hubiesen venido abajo por su propio peso.
El terrestre miró a su reloj de pulsera,
comprobando que su aguja mayor apuntaba hacia la calle de su derecha. En su
camino no había nadie más que el escarabajo juguetón y el niño, cuyos pequeños
ojos lo observaban atentamente.
-Sigue
a lo tuyo, chaval –dijo Peter arrojándole unas cuantas coronas. - Tú no has
visto nada. Coge esas monedas y cómprate otra mascota, una que no sea un bicho
asqueroso.
El
niño se pasó la lengua por los labios, dubitativo. Sus ojos miraron al sonriente
rostro de Peter con desconfianza, y luego a las monedas, brillantes sobre el
polvoriento y resquebrajado suelo. Finalmente, recogió las coronas con un
rápido movimiento y salió corriendo antes de que el terrestre pudiese cambiar
de idea, saltando por encima del canal y perdiéndose entre los oscuros
callejones del barrio. Su escarabajo le siguió aleteando, tan leal como un
cachorrito.
Peter
asintió, satisfecho. Extendió su brazo izquierdo ante él y reanudó sus pasos,
un ojo atento a su reloj mientras con el otro vigilaba a las moscas, pegándose
tanto como podía a las paredes de las casas cuando uno de los insectos se movía
en su dirección. Que él supiese las moscas de la ciudad nunca habían atacado a
un hombre adulto, pero prefería no correr riesgos con unos bichos tan
jodidamente feos.
La
aguja del reloj le guió hasta una destartalada casa en ruinas cuyo piso
superior se había derrumbado sobre el inferior, cubriéndolo de escombros. El
terrestre se detuvo, las manos en los costados mientras observaba las ruinas. Aunque
la puerta principal estaba bloqueada por cascotes, pudo divisar un pequeño
agujero en una de las paredes, apenas lo suficientemente grande como para poder
pasar. Al otro lado sólo se veía oscuridad.
Peter
hizo una mueca de disgusto. Miró de nuevo a su reloj, que seguía señalando con
insistencia a la casa. Soltó una maldición, los brazos cruzados y su pie
golpeando el suelo nerviosamente. Quién sabía lo que podía haber ahí dentro.
¿Escarabajos, moscas, mosquitos? Quizás incluso un ciempiés, con su cuerpo
alargado y quitinoso, sus pequeñas patas y sus afiladas y venenosas mandíbulas
chasqueando hambrientas.
Un
escalofrío de miedo le recorrió el cuerpo.
Vamos, no seas tonto. Esto no es una película de
terror.
Cogió
aire, apretó los dientes con decisión y se acercó lentamente a la casa,
caminando de puntillas por entre los cascotes para no hacer ruido. Llegó al
lado del agujero y se apoyó contra la pared durante un instante, reuniendo
valor antes de mirar a través.
Tragó
saliva, concentrándose por echar a un lado los pensamientos de insectos
gigantes de grandes dientes, y echó un rápido vistazo. El agujero daba a una
habitación, vacía a excepción de unos charcos de agua y unos cuantos pedruscos
y trozos de ladrillo. En el suelo había unas escaleras que descendían hasta lo
que debía de ser el sótano.
Suspirando
aliviado, se dispuso a cruzar a través del pequeño agujero. Aunque Peter era
bajo y estaba muy delgado no pudo evitar rasgarse un poco el hombro contra el
borde afilado de piedra. Soltó un siseo apagado de dolor, pero con una mirada
le bastó para darse cuenta que no era más que un rasguño, nada en comparación
con la paliza que le habían dado en la cárcel.
A
oscuras y con una mano apoyada en la pared para evitar tropezar, el terrestre
bajaba por las escaleras tan sigilosamente como podía, atento al más mínimo
sonido. Cuando había recorrido la mitad se quedó quieto: había oído algo. Una
respiración suave, regular. Una persona.
Bajó
el resto de escaleras y llegó a una puerta. La abrió, solamente una rendija,
para poder espiar y confirmar sus sospechar.
Una
mujer, sentada en el suelo con la espalda apoyada contra unos sacos y una manta
cubriéndole el cuerpo. Tenía los ojos medio abiertos, el pelo hecho un
revoltijo y cara de cansancio. Parecía estar medio dormida.
-¿Sara?
–preguntó Peter abriendo la puerta del todo.
La
joven dio un salto y se puso en pie, mostrando un enorme cuchillo que había
guardado escondido bajo la manta.
-¿Quién
eres…? –empezó a preguntar Sara cuando una chispa de reconocimiento iluminó sus
ojos. Soltó una exclamación de sorpresa y adelantó el cuchillo, interponiéndolo
entre ella y el terrestre. -¿Cómo... cómo me has encontrado?
-El colgante –respondió Peter. –Es un rastreador.
-El colgante –murmuró Sara, llevándose la mano libre al
pecho. Frunció el ceño, desapareciendo todo rastro de cansancio de su rostro.
–Me lo regalaste hace años, después de que nos acostásemos por primera vez.
Recuerdo que… me pareció romántico.
-Sí. Esa era la idea.
La joven le miró con odio. El brazo en el que sostenía el
cuchillo temblaba.
-Me engañaste. Todo este tiempo me has estado utilizando
como a una tonta, una tonta útil a la que poder follarte cuando tuvieses ganas.
¿Te lo has pasado bien jugando conmigo? ¿Te has sentido muy listo?
Peter no dijo nada.
-¡Respóndeme! –gritó Sara, apuntándole con el cuchillo. Sus
ojos brillaban por las lágrimas a punto de derramarse. -¡Yo te quería!
De nuevo, Peter guardó silencio.
-¡Responde!
La joven dio un paso adelante y blandió el cuchillo en un
movimiento desesperado, demasiado lejos como para llegar a rozar a Peter. Éste
se la quedó mirando, con una expresión indescifrable en su rostro.
-¿Acaso importa?
-¿Cómo? –preguntó Sara tras unos instantes, perpleja.
-No he venido a disculparme –continuó Peter. –Ni a
explicarte los motivos por los que he actuado así. No he venido buscando tu
perdón-. Extendió la mano ante él, la palma hacía arriba. –He venido a por el
dinero.
La joven retrocedió, situándose ante el saco contra el que
había estado apoyada descansando. Se pasó una mano por el rostro para
enjuagarse las lágrimas.
-El dinero es mío. Con tres millones puedo sobornar a los
guardias, conseguir que liberen a los de la banda. No sé si a todos, pero
espero salvar por lo menos a Shamala y a Clarx. Ellas harían lo mismo por mí.
Inocente, pensó
Peter moviendo la cabeza y recordando como a las amigas de Sara no les había
importado nada que él la traicionase. Tan
inocente…
-El dinero es de quien puede evitar que se lo cojan, Sara.
Y tú no puedes.
-Tengo un cuchillo –respondió sujetando con tanta fuerza el
arma que los nudillos se le marcaron blancos. Su voz sonaba más temerosa que
decidida. –Lo utilizaré, Peter. No me pongas a prueba.
-No me has entendido. El Cuervo Rojo me ha seguido, sabe
qué he entrado aquí adentro. Esperará un poco más, pero si tardo mucho entrará
y puedes estar segura que no la podrás detener con ese cuchillo.
“Te pegará una paliza. Seguramente te rompa unas cuantas
costillas y te rompa un brazo o una pierna. Luego cogerá el dinero y te llevará
ante la justicia. Antes de que te des cuenta estarás en una celda oscura y
llena de mierda, de la cual sólo te sacarán para torturarte. Al final, cuando
sólo seas un despojo lleno de cicatrices, cuando te hayan arrancado todos los
dientes de las encías, morirás ahorcada como el resto de la banda de los Ocean’s
Eleven.
“Lo único que quedará de ti será tu cabeza pudriéndose
sobre la muralla, un recordatorio del crimen que se paga por robar a la
nobleza.”
La cara de la joven se puso blanca como la cera.
-Por tu bien, Sara, dame el dinero.
Sara se mordió el labio superior con los dientes. Había
rabia en su mirada, rabia y desesperación. Parecía que iba a ponerse a llorar
de un momento a otro, pero antes de hacerlo bajó el cuchillo y se llevó la mano
al rostro.
-Tú ganas –dijo con un hálito de voz.
Peter pasó a su lado, indiferente a los esfuerzos de la
joven por contener el llanto. Llegó ante el saco y se agachó para examinarlo,
comprobando que tenía las joyas por valor de los tres millones del premio de la
Lotería. A su espalda podía escuchar los gimoteos apagados de la joven.
-Eres un hijo de puta.
Peter se encogió de hombros. Sonreía con desgana.
-Soy lo que han hecho de mí.
Con un gruñido de esfuerzo y un movimiento brusco levantó
el saco y se lo puso al hombro. Caminaba de vuelta hacia a las escaleras,
-¿Qué ha pasado con el muchacho? –preguntó de repente Sara.
-¿Qué muchacho?
-Pagué a un niño unas monedas para que vigilase la calle y
me avisase si venía alguien. Tienes que haberlo visto, un niño pequeño –dijo
poniendo la mano a la altura de la cabeza del chiquillo- con el cabello sucio y con un escarabajo de
mascota. ¿Está bien? ¿Le has hecho… algo?
Tan inocente…
-No te preocupes por él –respondió Peter sin girarse-, está
bien.
-Menos mal –dijo Sara lanzando un suspiro de alivio,
enjuagándose con una lagrima con el dorso de la mano.
El terrestre se detuvo ante la puerta. De espaldas a la
joven ex-duquesa a la que había cuidado y protegido durante tres años, su
sonrisa se desvaneció y bajó la mirada. De repente parecía muy cansado.
-Sara, escúchame atentamente. Tienes dos años para superar
la prueba de la Torre. Si en dos años no lo has conseguido, abandona la ciudad.
Escóndete en algún pueblo, en algún rincón remoto y alejado de todo. –Se giró,
y lanzó una última mirada a la hermosa joven que lo había amado. –Créeme, no te gustará estar aquí cuando lleguen los
míos.
-¿De qué estás hablando? ¿Es otra de tus mentiras, Peter?
El terrestre se marchó en silencio, el saco con el dinero a
la espalda.
-¡Peter!
Hola,
ResponderEliminarTodos los capítulos en que aparece Peter me gustan bastante, creo que es por la mezcla de humor y crueldad que lo caracteriza y le acompaña. La descripción de la localización esta muy bien (me encantan las referencias a los bichos gigantes) y creo que transmites bien el miedo que Peter tiene a entrar en el edificio donde se esconde Sara.
El enfrentamiento con ella funciona muy bien, en cierta forma es la confrontación entre la inocencia de ella y la total falta de esta por parte de el. Me gusta porque al final me da la sensación que los dos salen derrotados, Peter es creíble al final del capitulo. Me pregunto cual debe ser su verdadera motivación, al fin y al cabo da la sensación de ser un personaje sin esperanzas, un cínico, pero a pesar de ello sigue adelante con una misión en la que da la sensación que no cree.
Aparte de eso muy buenos los pequeños detalles, como que Peter le regalara un collar localizador en un momento en que ella no sospechara nada, o el momento en que le recuerda que el dinero pertenece al que pueda conservarlo.
Peter es un personaje bastante complejo. Puede ser bastante cabrón y despiadado cuando quiere, pero tiene su corazoncito.
ResponderEliminarPoco a poco se irán viendo sus motivos y su transfondo...