lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo 12 (Parte 2) - Despedidas


Un niño pequeño jugaba con su mascota, un escarabajo grisáceo que movía las antenas animado. El pequeño, de no más de seis años y de risa fácil, tenía las mejillas cubiertas de barro y el pelo encrespado y cubierto de suciedad. A un par de metros delante suyo,  un estrecho –pero caudaloso- río de basura y mierda corría por un canal en dirección a las alcantarillas.


Había moscas por todas partes, grandes bichos marrones cubiertos de pelos oscuros que revoloteaban entre las aguas putrefactas y los restos de basura. El zumbido de sus alas resultaba ensordecedor.
Joder, pensó Peter poniendo cara de asco y tapándose la nariz con una mano mientras miraba de reojo al canal de mierda y a las enormes moscas, como odio este mundo.
Se encontraba en la peor parte de la ciudad de Fortuna. Aquí vivían los parias de la sociedad, los extranjeros que resultaban inútiles tanto para los nobles como para las bandas de ladrones, los campesinos que habían perdido sus tierras, las prostitutas que se habían echado a perder por la edad o por las drogas. Aquí vivían los pobres desgraciados que lo habían perdido todo, incluso la esperanza. Aquí era donde acababa toda la mierda de la ciudad.
Resultaba irónico que los tres millones de coronas hubiesen ido a parar aquí.
Peter caminaba sobre unas viejas baldosas cubiertas de mugre que habían visto tiempos mejores. Chabolas y casuchas en ruinas se cernían sobre él desde todas direcciones, sus paredes cubiertas de grietas y manchas de humedad, sus balcones derruidos y hechos pedazos por culpa del tiempo y la falta de mantenimiento. Construcciones en un estado tan lamentable que si no fuese porque se sostenían entre ellas se hubiesen venido abajo por su propio peso.
 El terrestre miró a su reloj de pulsera, comprobando que su aguja mayor apuntaba hacia la calle de su derecha. En su camino no había nadie más que el escarabajo juguetón y el niño, cuyos pequeños ojos lo observaban atentamente.
-Sigue a lo tuyo, chaval –dijo Peter arrojándole unas cuantas coronas. - Tú no has visto nada. Coge esas monedas y cómprate otra mascota, una que no sea un bicho asqueroso.
El niño se pasó la lengua por los labios, dubitativo. Sus ojos miraron al sonriente rostro de Peter con desconfianza, y luego a las monedas, brillantes sobre el polvoriento y resquebrajado suelo. Finalmente, recogió las coronas con un rápido movimiento y salió corriendo antes de que el terrestre pudiese cambiar de idea, saltando por encima del canal y perdiéndose entre los oscuros callejones del barrio. Su escarabajo le siguió aleteando, tan leal como un cachorrito.
Peter asintió, satisfecho. Extendió su brazo izquierdo ante él y reanudó sus pasos, un ojo atento a su reloj mientras con el otro vigilaba a las moscas, pegándose tanto como podía a las paredes de las casas cuando uno de los insectos se movía en su dirección. Que él supiese las moscas de la ciudad nunca habían atacado a un hombre adulto, pero prefería no correr riesgos con unos bichos tan jodidamente feos.
La aguja del reloj le guió hasta una destartalada casa en ruinas cuyo piso superior se había derrumbado sobre el inferior, cubriéndolo de escombros. El terrestre se detuvo, las manos en los costados mientras observaba las ruinas. Aunque la puerta principal estaba bloqueada por cascotes, pudo divisar un pequeño agujero en una de las paredes, apenas lo suficientemente grande como para poder pasar. Al otro lado sólo se veía oscuridad.
Peter hizo una mueca de disgusto. Miró de nuevo a su reloj, que seguía señalando con insistencia a la casa. Soltó una maldición, los brazos cruzados y su pie golpeando el suelo nerviosamente. Quién sabía lo que podía haber ahí dentro. ¿Escarabajos, moscas, mosquitos? Quizás incluso un ciempiés, con su cuerpo alargado y quitinoso, sus pequeñas patas y sus afiladas y venenosas mandíbulas chasqueando hambrientas.
Un escalofrío de miedo le recorrió el cuerpo.
Vamos,  no seas tonto. Esto no es una película de terror.
Cogió aire, apretó los dientes con decisión y se acercó lentamente a la casa, caminando de puntillas por entre los cascotes para no hacer ruido. Llegó al lado del agujero y se apoyó contra la pared durante un instante, reuniendo valor antes de mirar a través.
Tragó saliva, concentrándose por echar a un lado los pensamientos de insectos gigantes de grandes dientes, y echó un rápido vistazo. El agujero daba a una habitación, vacía a excepción de unos charcos de agua y unos cuantos pedruscos y trozos de ladrillo. En el suelo había unas escaleras que descendían hasta lo que debía de ser el sótano.
Suspirando aliviado, se dispuso a cruzar a través del pequeño agujero. Aunque Peter era bajo y estaba muy delgado no pudo evitar rasgarse un poco el hombro contra el borde afilado de piedra. Soltó un siseo apagado de dolor, pero con una mirada le bastó para darse cuenta que no era más que un rasguño, nada en comparación con la paliza que le habían dado en la cárcel.
A oscuras y con una mano apoyada en la pared para evitar tropezar, el terrestre bajaba por las escaleras tan sigilosamente como podía, atento al más mínimo sonido. Cuando había recorrido la mitad se quedó quieto: había oído algo. Una respiración suave, regular. Una persona.
Bajó el resto de escaleras y llegó a una puerta. La abrió, solamente una rendija, para poder espiar y confirmar sus sospechar.
Una mujer, sentada en el suelo con la espalda apoyada contra unos sacos y una manta cubriéndole el cuerpo. Tenía los ojos medio abiertos, el pelo hecho un revoltijo y cara de cansancio. Parecía estar medio dormida.
-¿Sara? –preguntó Peter abriendo la puerta del todo.
La joven dio un salto y se puso en pie, mostrando un enorme cuchillo que había guardado escondido bajo la manta.
-¿Quién eres…? –empezó a preguntar Sara cuando una chispa de reconocimiento iluminó sus ojos. Soltó una exclamación de sorpresa y adelantó el cuchillo, interponiéndolo entre ella y el terrestre. -¿Cómo... cómo me has encontrado?
-El colgante –respondió Peter. –Es un rastreador.
-El colgante –murmuró Sara, llevándose la mano libre al pecho. Frunció el ceño, desapareciendo todo rastro de cansancio de su rostro. –Me lo regalaste hace años, después de que nos acostásemos por primera vez. Recuerdo que… me pareció romántico.
-Sí. Esa era la idea.
La joven le miró con odio. El brazo en el que sostenía el cuchillo temblaba.
-Me engañaste. Todo este tiempo me has estado utilizando como a una tonta, una tonta útil a la que poder follarte cuando tuvieses ganas. ¿Te lo has pasado bien jugando conmigo? ¿Te has sentido muy listo?
Peter no dijo nada.
-¡Respóndeme! –gritó Sara, apuntándole con el cuchillo. Sus ojos brillaban por las lágrimas a punto de derramarse. -¡Yo te quería!
De nuevo, Peter guardó silencio.
-¡Responde!
La joven dio un paso adelante y blandió el cuchillo en un movimiento desesperado, demasiado lejos como para llegar a rozar a Peter. Éste se la quedó mirando, con una expresión indescifrable en su rostro.
-¿Acaso importa?
-¿Cómo? –preguntó Sara tras unos instantes, perpleja.
-No he venido a disculparme –continuó Peter. –Ni a explicarte los motivos por los que he actuado así. No he venido buscando tu perdón-. Extendió la mano ante él, la palma hacía arriba. –He venido a por el dinero.
La joven retrocedió, situándose ante el saco contra el que había estado apoyada descansando. Se pasó una mano por el rostro para enjuagarse las lágrimas.
-El dinero es mío. Con tres millones puedo sobornar a los guardias, conseguir que liberen a los de la banda. No sé si a todos, pero espero salvar por lo menos a Shamala y a Clarx. Ellas harían lo mismo por mí.
Inocente, pensó Peter moviendo la cabeza y recordando como a las amigas de Sara no les había importado nada que él la traicionase. Tan inocente…
-El dinero es de quien puede evitar que se lo cojan, Sara. Y tú no puedes.
-Tengo un cuchillo –respondió sujetando con tanta fuerza el arma que los nudillos se le marcaron blancos. Su voz sonaba más temerosa que decidida. –Lo utilizaré, Peter. No me pongas a prueba.
-No me has entendido. El Cuervo Rojo me ha seguido, sabe qué he entrado aquí adentro. Esperará un poco más, pero si tardo mucho entrará y puedes estar segura que no la podrás detener con ese cuchillo.
“Te pegará una paliza. Seguramente te rompa unas cuantas costillas y te rompa un brazo o una pierna. Luego cogerá el dinero y te llevará ante la justicia. Antes de que te des cuenta estarás en una celda oscura y llena de mierda, de la cual sólo te sacarán para torturarte. Al final, cuando sólo seas un despojo lleno de cicatrices, cuando te hayan arrancado todos los dientes de las encías, morirás ahorcada como el resto de la banda de los Ocean’s Eleven.
“Lo único que quedará de ti será tu cabeza pudriéndose sobre la muralla, un recordatorio del crimen que se paga por robar a la nobleza.”
La cara de la joven se puso blanca como la cera.
-Por tu bien, Sara, dame el dinero.
Sara se mordió el labio superior con los dientes. Había rabia en su mirada, rabia y desesperación. Parecía que iba a ponerse a llorar de un momento a otro, pero antes de hacerlo bajó el cuchillo y se llevó la mano al rostro.
-Tú ganas –dijo con un hálito de voz.
Peter pasó a su lado, indiferente a los esfuerzos de la joven por contener el llanto. Llegó ante el saco y se agachó para examinarlo, comprobando que tenía las joyas por valor de los tres millones del premio de la Lotería. A su espalda podía escuchar los gimoteos apagados de la joven.
-Eres un hijo de puta.
Peter se encogió de hombros. Sonreía con desgana.
-Soy lo que han hecho de mí.
Con un gruñido de esfuerzo y un movimiento brusco levantó el saco y se lo puso al hombro. Caminaba de vuelta hacia a las escaleras,
-¿Qué ha pasado con el muchacho? –preguntó de repente Sara.
-¿Qué muchacho?
-Pagué a un niño unas monedas para que vigilase la calle y me avisase si venía alguien. Tienes que haberlo visto, un niño pequeño –dijo poniendo la mano a la altura de la cabeza del chiquillo-  con el cabello sucio y con un escarabajo de mascota. ¿Está bien? ¿Le has hecho… algo?
Tan inocente…
-No te preocupes por él –respondió Peter sin girarse-, está bien.
-Menos mal –dijo Sara lanzando un suspiro de alivio, enjuagándose con una lagrima con el dorso de la mano.
El terrestre se detuvo ante la puerta. De espaldas a la joven ex-duquesa a la que había cuidado y protegido durante tres años, su sonrisa se desvaneció y bajó la mirada. De repente parecía muy cansado.
-Sara, escúchame atentamente. Tienes dos años para superar la prueba de la Torre. Si en dos años no lo has conseguido, abandona la ciudad. Escóndete en algún pueblo, en algún rincón remoto y alejado de todo. –Se giró, y lanzó una última mirada a la hermosa joven que lo había amado. –Créeme,  no te gustará estar aquí cuando lleguen los míos.
-¿De qué estás hablando? ¿Es otra de tus mentiras, Peter?
El terrestre se marchó en silencio, el saco con el dinero a la espalda.
-¡Peter!

2 comentarios:

  1. Hola,

    Todos los capítulos en que aparece Peter me gustan bastante, creo que es por la mezcla de humor y crueldad que lo caracteriza y le acompaña. La descripción de la localización esta muy bien (me encantan las referencias a los bichos gigantes) y creo que transmites bien el miedo que Peter tiene a entrar en el edificio donde se esconde Sara.
    El enfrentamiento con ella funciona muy bien, en cierta forma es la confrontación entre la inocencia de ella y la total falta de esta por parte de el. Me gusta porque al final me da la sensación que los dos salen derrotados, Peter es creíble al final del capitulo. Me pregunto cual debe ser su verdadera motivación, al fin y al cabo da la sensación de ser un personaje sin esperanzas, un cínico, pero a pesar de ello sigue adelante con una misión en la que da la sensación que no cree.

    Aparte de eso muy buenos los pequeños detalles, como que Peter le regalara un collar localizador en un momento en que ella no sospechara nada, o el momento en que le recuerda que el dinero pertenece al que pueda conservarlo.


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  2. Peter es un personaje bastante complejo. Puede ser bastante cabrón y despiadado cuando quiere, pero tiene su corazoncito.
    Poco a poco se irán viendo sus motivos y su transfondo...

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