lunes, 25 de marzo de 2013

Capítulo 15 (Parte 1) - Ha nacido una estrella


Valeria se apartó un mechón de pelo que le caía sobre los ojos. Tenía los labios apretados en una fina línea de descontento que aumentaba con cada kilómetro que recorría en esa maldita máquina.
Odiaba volver a llevar el cabello largo como cuando había sido una cría. ¡Era tan poco práctico! Le molestaba al dormir, al levantarse por las mañanas, al moverse… Una mierda. En cuanto pudiese iría a algún peluquero a cortárselo, o si no había más remedio lo haría ella misma con unas tijeras.


-¡Joder! –maldijo enfadada cuando la maldita máquina dio un bote de repente. Odiaba este “coche” como lo llamaban, este vehículo que hacía un ruido de mil demonios y que daba saltos como un caballo salvaje cuando se topaban con un bache en el camino. Nero, agarrado al asiento como si le fuese la vida en ello, la miro comprensivo, sin duda alguna compartiendo sus sentimientos.
Peter, por su parte, parecía encontrarse de lo más cómodo. Conversaba con el alcalde la mar de animado, aunque éste último no hiciese más que repetir lo mismo que se habían enterado por boca de Clarence dos días antes. El “representante del pueblo”, como se había presentado a sí mismo, era un hombre gordo, con un espeso bigote teñido de blanco por los años y una voz grave y cascada. Al igual que los hombres que Valeria había visto por la ciudad vestía con camisa, chaqueta y sombrero, aunque sus prendas parecían ser de mejor calidad. Más caras seguro.
Tanto Peter como Nero vestían unas ropas similares, regalo de la ciudad. Ropas extrañas, pero prácticas al fin y al cabo: el sombrero servía tanto para proteger la cabeza del sol como de la lluvia, y como el clima era un poco frío la chaqueta no molestaba. En cambio, ¿qué le habían ofrecido a ella? Unos vestidos largos, cubiertos hasta el cuello, sin una pizca de escote y con una falda que le llegaba hasta los talones. Eran ridículos. ¿Cómo esperaban que se moviese embutida en algo así? Al mínimo salto acabaría de bruces por el suelo. Así que había protestado –y amenazado un poco también- hasta conseguir que le diesen unos simples pantalones marrones para montar a caballo y una camisa a juego. Menos mal, se negaba a dominar a un dragón pareciéndose a una estúpida princesa de cuento.
-¿Queda mucho? –preguntó Nero. Tenía el rostro pálido y voz de encontrarse fatal, pero aún así su pelo rubio estaba impecable. Un tipo curioso, este Nero.
-Unos cinco minutos más, especial –respondió el alcalde. –Si está mareado abra la ventanilla y fije la vista en el horizonte. Antes de que se dé cuente habremos llegado.
Nero así lo hizo, asomando la cabeza por la ventanilla y dejando entrar el aire frío del exterior al interior del coche. Peter y el alcalde se subieron el cuello de la chaqueta, pero para Valeria la suave brisa le resultaba de lo más agradable. Era refrescante, y alejaba el fuerte aroma a cuero de los asientos. Por primera vez desde que había subido en esa máquina se relajó un poco.
Miró por la ventanilla, observando el paisaje que cambiaba rápidamente ante sus ojos. Las casas de las afueras de la ciudad y los últimos carteles publicitarios (“Bienvenidos a Puerta de la Torre, donde nacen las leyendas”) desaparecían poco a poco y eran reemplazadas por hileras de árboles, campos cultivados y pequeñas colinas cubiertas de verde vegetación. De tanto en tanto veían a otro coche e incluso llegaron a cruzarse con un enorme vehículo, grande como un escarabajo mastodonte y que transportaba a decenas de personas.
-Ya hemos llegado –dijo entonces el alcalde, y como siguiendo sus palabras el coche se detuvo unos segundos después.
Vaya, justo ahora que estaba disfrutando del viaje.
El alcalde y Peter se estaban despidiendo del operario del vehículo y Nero aún estaba estirado en el asiento con cara de estar medio mareado, así que Valeria fue la primera en salir al exterior y ver los establos de crianza de dragones.
Un camino de baldosas de piedra partía desde donde habían dejado el coche, seguía colina abajo durante unos doscientos metros y luego se dividía para conducir a varios edificios de madera, establos y dependencias de los cuidadores con toda seguridad. Desde donde estaba Valeria no podía ver ningún dragón, pero podía sentir el fuerte olor característico de las enormes bestias. Un olor agrio, repulsivo y que ponía los pelos de punta. Un olor a depredador.
Para dominar a un dragón no debes sentir ningún miedo, niña. Tu cuerpo no debe temblar, tu corazón no debe albergar ni siquiera la menor sombra de temor. ¿Crees que puedes lograrlo? Un caballero puede hacerlo, pero tú solo eres una niña sin nombre.
Valeria apretó dientes, desterrando ese viejo recuerdo. Ya no era una niña sin nombre. Había pasado dos pruebas de la Torre, se había labrado un nombre en Navar. No tenía nada que demostrar.
Sin darse cuenta, apoyó la mano sobre el pomo de su espada.
Cuando el resto salieron del coche se pusieron en marcha colina abajo, guiados por el alcalde que les iba explicando todo el proceso de crianza de dragones con la práctica y confianza de quien ha dado el mismo discurso decenas de veces. Nero y Peter lo escucharon atentamente, pero para Valeria esto no era nada nuevo. Una cría de dragón era cariñosa y obediente con sus cuidadores, por lo que no resultaba muy complicado cuidarla siempre y cuando tuvieses un establo suficientemente grande y mucho dinero que gastar para alimentarla. Incluso cuando crecían y podían devorar una vaca de una sentada, seguían mostrándose tan afectuosos y leales con sus cuidadores como un perro. El problema era que se mostraban mucho más agresivos con los extraños que invadían su territorio.
-Los dragones son unas bestias muy inteligentes –decía el alcalde. –Todas sus relaciones con otros seres vivos se basan en una jerarquía muy sencilla: presa, amor, familia. Si eres una presa, el dragón te atacará sin piedad. Si eres su amo, el dragón te obedecerá sin dudar. Y si formas parte de su familia, te tratará con cariño y afecto y te protegerá hasta la muerte.
Mejores que las personas, pensó Valeria.
 El alcalde pasó entonces a explicar las funciones de los diferentes edificios del complejo, señalándolos con sus regordetas manos mientras que Nero, ya recuperado del viaje, le hacía todo tipo de  preguntas.
Aprovechando que Nero y el alcalde estaban entretenidos hablando, Valeria se retrasó para situarse al lado de Peter y puso una mano en su hombro para retenerle.
-¿Qué pasa? –le preguntó el terrestre.
-Escúchame –dijo Valeria. –Todo el mundo gana poderes cuando empieza a superar las pruebas de la Torre. Yo en seguida me di cuenta que había cambiado cuando mis ojos se volvieron rojos, pero no debe de ser tan fácil con todos los candidatos. En cuanto descubras qué poder te ha dado la Torre –o si ya lo has hecho-, quiero que me lo digas. No te guardes una información tan valiosa para ti.
-¿Por qué crees que no te lo diría? –preguntó Peter. Con un movimiento brusco liberó su hombro de la mano de Valeria y la miró ofendido. –Somos compañeros en esta prueba. Un equipo con el mismo objetivo, ¿recuerdas?
-Oh, claro que lo recuerdo –dijo Valeria sonriendo siniestramente. –Tan bien como recuerdo que dejaste tirada a una compañera tuya.
-Tienes razón. Sí, vale, he sido un cerdo rastrero. No estoy orgulloso. En mi defensa te diré que fue sólo una vez y en una situación de vida o muerte (tú eras la muerte, por cierto). Estaba aterrorizado, y me equivoqué. ¿No nos merecemos todos una segunda oportunidad? Te prometo que he aprendido de mis errores y que nunca jamás volveré a hacerlo.
-Sí, seguro-. Valeria recordaba muy bien aquel momento en el balcón del duque de Adinerado, cuando Peter se había negado a entregarle el antídoto a cambio de la vida de Sara. Recordaba la mirada calculadora del terrestre, así como la indiferencia y frialdad que había mostrado mientras ella amenazaba a la joven. Aterrorizado una mierda. –Yo te he avisado. Si me la intentas jugar –dijo apoyando la mano sobre el pomo de su espada-, me lo pagarás caro.
-Mensaje captado. Me duele que pienses así de mí, pero supongo que no te puedo culpar después de nuestra problemática relación en Navar. Lo que me extraña es que confíes tanto en Nero, cuando él ha demostrado ser, al menos, tan traicionero como yo.
Valeria frunció el ceño.
-No sé lo que quieres decir.
-No estoy ciego –dijo Peter, acercándose a ella como si estuviese compartiendo un secreto, acercándose tanto que Valeria podía sentir su cálido aliento sobre su rostro. -Os he visto juntos, hablando como si fueseis viejos amigos. ¿Es un buen tío, verdad? Es simpático. Parece buena persona.
“Pero ya sabes lo que hizo. Suplantó al Juez Supremo, una persona que lo acogió en su casa y confió en él hasta el punto de convertirle en su ayudante personal. Lo traicionó para superar la prueba. ¿De verdad crees que no haría lo mismo otra vez? ¿Qué se lo pensaría dos veces si tuviese que apuñalarnos por la espalda?”
Un destello de rabia apareció en los ojos rojos de Valeria. El flacucho terrestre dio un paso atrás, todo su cuerpo en tensión.
-No intentes manipularme, hijo de puta, o te mataré.
La joven se dio la vuelta sin decir ni una palabra más. No hacía falta.
No podía confiar en Peter. Estaban juntos en esto, pero jamás podría fiarse de un bastardo sin honor como él. Sus ojos se fijaron en la espalda de Nero, que seguía conversando con el alcalde ajeno a lo que acababa de pasar. La cazarecompensas entrecerró los ojos hasta reducirlos a una fina línea.
¿Podía confiar en él, o sólo la estaba utilizando como a una herramienta?

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