Valeria
se apartó un mechón de pelo que le caía sobre los ojos. Tenía los labios
apretados en una fina línea de descontento que aumentaba con cada kilómetro que
recorría en esa maldita máquina.
Odiaba
volver a llevar el cabello largo como cuando había sido una cría. ¡Era tan poco
práctico! Le molestaba al dormir, al levantarse por las mañanas, al moverse…
Una mierda. En cuanto pudiese iría a algún peluquero a cortárselo, o si no
había más remedio lo haría ella misma con unas tijeras.
-¡Joder!
–maldijo enfadada cuando la maldita máquina dio un bote de repente. Odiaba este
“coche” como lo llamaban, este vehículo que hacía un ruido de mil demonios y
que daba saltos como un caballo salvaje cuando se topaban con un bache en el
camino. Nero, agarrado al asiento como si le fuese la vida en ello, la miro
comprensivo, sin duda alguna compartiendo sus sentimientos.
Peter,
por su parte, parecía encontrarse de lo más cómodo. Conversaba con el alcalde
la mar de animado, aunque éste último no hiciese más que repetir lo mismo que
se habían enterado por boca de Clarence dos días antes. El “representante del
pueblo”, como se había presentado a sí mismo, era un hombre gordo, con un
espeso bigote teñido de blanco por los años y una voz grave y cascada. Al igual
que los hombres que Valeria había visto por la ciudad vestía con camisa,
chaqueta y sombrero, aunque sus prendas parecían ser de mejor calidad. Más
caras seguro.
Tanto
Peter como Nero vestían unas ropas similares, regalo de la ciudad. Ropas extrañas,
pero prácticas al fin y al cabo: el sombrero servía tanto para proteger la
cabeza del sol como de la lluvia, y como el clima era un poco frío la chaqueta
no molestaba. En cambio, ¿qué le habían ofrecido a ella? Unos vestidos largos,
cubiertos hasta el cuello, sin una pizca de escote y con una falda que le
llegaba hasta los talones. Eran ridículos. ¿Cómo esperaban que se moviese
embutida en algo así? Al mínimo salto acabaría de bruces por el suelo. Así que
había protestado –y amenazado un poco también- hasta conseguir que le diesen
unos simples pantalones marrones para montar a caballo y una camisa a juego.
Menos mal, se negaba a dominar a un dragón pareciéndose a una estúpida princesa
de cuento.
-¿Queda
mucho? –preguntó Nero. Tenía el rostro pálido y voz de encontrarse fatal, pero
aún así su pelo rubio estaba impecable. Un tipo curioso, este Nero.
-Unos
cinco minutos más, especial –respondió el alcalde. –Si está mareado abra la
ventanilla y fije la vista en el horizonte. Antes de que se dé cuente habremos
llegado.
Nero
así lo hizo, asomando la cabeza por la ventanilla y dejando entrar el aire frío
del exterior al interior del coche. Peter y el alcalde se subieron el cuello de
la chaqueta, pero para Valeria la suave brisa le resultaba de lo más agradable.
Era refrescante, y alejaba el fuerte aroma a cuero de los asientos. Por primera
vez desde que había subido en esa máquina se relajó un poco.
Miró
por la ventanilla, observando el paisaje que cambiaba rápidamente ante sus
ojos. Las casas de las afueras de la ciudad y los últimos carteles
publicitarios (“Bienvenidos a Puerta de la Torre, donde nacen las leyendas”)
desaparecían poco a poco y eran reemplazadas por hileras de árboles, campos
cultivados y pequeñas colinas cubiertas de verde vegetación. De tanto en tanto
veían a otro coche e incluso llegaron a cruzarse con un enorme vehículo, grande
como un escarabajo mastodonte y que transportaba a decenas de personas.
-Ya
hemos llegado –dijo entonces el alcalde, y como siguiendo sus palabras el coche
se detuvo unos segundos después.
Vaya, justo ahora que estaba
disfrutando del viaje.
El
alcalde y Peter se estaban despidiendo del operario del vehículo y Nero aún
estaba estirado en el asiento con cara de estar medio mareado, así que Valeria
fue la primera en salir al exterior y ver los establos de crianza de dragones.
Un
camino de baldosas de piedra partía desde donde habían dejado el coche, seguía
colina abajo durante unos doscientos metros y luego se dividía para conducir a
varios edificios de madera, establos y dependencias de los cuidadores con toda
seguridad. Desde donde estaba Valeria no podía ver ningún dragón, pero podía
sentir el fuerte olor característico de las enormes bestias. Un olor agrio,
repulsivo y que ponía los pelos de punta. Un olor a depredador.
Para dominar a un dragón no
debes sentir ningún miedo, niña. Tu cuerpo no debe temblar, tu corazón no debe
albergar ni siquiera la menor sombra de temor. ¿Crees que puedes lograrlo? Un
caballero puede hacerlo, pero tú solo eres una niña sin nombre.
Valeria
apretó dientes, desterrando ese viejo recuerdo. Ya no era una niña sin nombre.
Había pasado dos pruebas de la Torre, se había labrado un nombre en Navar. No
tenía nada que demostrar.
Sin
darse cuenta, apoyó la mano sobre el pomo de su espada.
Cuando
el resto salieron del coche se pusieron en marcha colina abajo, guiados por el
alcalde que les iba explicando todo el proceso de crianza de dragones con la
práctica y confianza de quien ha dado el mismo discurso decenas de veces. Nero
y Peter lo escucharon atentamente, pero para Valeria esto no era nada nuevo.
Una cría de dragón era cariñosa y obediente con sus cuidadores, por lo que no
resultaba muy complicado cuidarla siempre y cuando tuvieses un establo
suficientemente grande y mucho dinero que gastar para alimentarla. Incluso
cuando crecían y podían devorar una vaca de una sentada, seguían mostrándose
tan afectuosos y leales con sus cuidadores como un perro. El problema era que
se mostraban mucho más agresivos con los extraños que invadían su territorio.
-Los
dragones son unas bestias muy inteligentes –decía el alcalde. –Todas sus
relaciones con otros seres vivos se basan en una jerarquía muy sencilla: presa,
amor, familia. Si eres una presa, el dragón te atacará sin piedad. Si eres su
amo, el dragón te obedecerá sin dudar. Y si formas parte de su familia, te
tratará con cariño y afecto y te protegerá hasta la muerte.
Mejores que las personas, pensó Valeria.
El alcalde pasó entonces a explicar las
funciones de los diferentes edificios del complejo, señalándolos con sus
regordetas manos mientras que Nero, ya recuperado del viaje, le hacía todo tipo
de preguntas.
Aprovechando
que Nero y el alcalde estaban entretenidos hablando, Valeria se retrasó para
situarse al lado de Peter y puso una mano en su hombro para retenerle.
-¿Qué
pasa? –le preguntó el terrestre.
-Escúchame
–dijo Valeria. –Todo el mundo gana poderes cuando empieza a superar las pruebas
de la Torre. Yo en seguida me di cuenta que había cambiado cuando mis ojos se
volvieron rojos, pero no debe de ser tan fácil con todos los candidatos. En
cuanto descubras qué poder te ha dado la Torre –o si ya lo has hecho-, quiero
que me lo digas. No te guardes una información tan valiosa para ti.
-¿Por
qué crees que no te lo diría? –preguntó Peter. Con un movimiento brusco liberó
su hombro de la mano de Valeria y la miró ofendido. –Somos compañeros en esta
prueba. Un equipo con el mismo objetivo, ¿recuerdas?
-Oh,
claro que lo recuerdo –dijo Valeria sonriendo siniestramente. –Tan bien como
recuerdo que dejaste tirada a una compañera tuya.
-Tienes
razón. Sí, vale, he sido un cerdo rastrero. No estoy orgulloso. En mi defensa
te diré que fue sólo una vez y en una situación de vida o muerte (tú eras la
muerte, por cierto). Estaba aterrorizado, y me equivoqué. ¿No nos merecemos
todos una segunda oportunidad? Te prometo que he aprendido de mis errores y que
nunca jamás volveré a hacerlo.
-Sí,
seguro-. Valeria recordaba muy bien aquel momento en el balcón del duque de
Adinerado, cuando Peter se había negado a entregarle el antídoto a cambio de la
vida de Sara. Recordaba la mirada calculadora del terrestre, así como la
indiferencia y frialdad que había mostrado mientras ella amenazaba a la joven. Aterrorizado una mierda. –Yo te he
avisado. Si me la intentas jugar –dijo apoyando la mano sobre el pomo de su
espada-, me lo pagarás caro.
-Mensaje
captado. Me duele que pienses así de mí, pero supongo que no te puedo culpar
después de nuestra problemática relación en Navar. Lo que me extraña es que
confíes tanto en Nero, cuando él ha demostrado ser, al menos, tan traicionero
como yo.
Valeria
frunció el ceño.
-No sé
lo que quieres decir.
-No
estoy ciego –dijo Peter, acercándose a ella como si estuviese compartiendo un
secreto, acercándose tanto que Valeria podía sentir su cálido aliento sobre su
rostro. -Os he visto juntos, hablando como si fueseis viejos amigos. ¿Es un
buen tío, verdad? Es simpático. Parece buena persona.
“Pero
ya sabes lo que hizo. Suplantó al Juez Supremo, una persona que lo acogió en su
casa y confió en él hasta el punto de convertirle en su ayudante personal. Lo
traicionó para superar la prueba. ¿De verdad crees que no haría lo mismo otra
vez? ¿Qué se lo pensaría dos veces si tuviese que apuñalarnos por la espalda?”
Un
destello de rabia apareció en los ojos rojos de Valeria. El flacucho terrestre
dio un paso atrás, todo su cuerpo en tensión.
-No
intentes manipularme, hijo de puta, o te mataré.
La
joven se dio la vuelta sin decir ni una palabra más. No hacía falta.
No
podía confiar en Peter. Estaban juntos en esto, pero jamás podría fiarse de un
bastardo sin honor como él. Sus ojos se fijaron en la espalda de Nero, que
seguía conversando con el alcalde ajeno a lo que acababa de pasar. La
cazarecompensas entrecerró los ojos hasta reducirlos a una fina línea.
¿Podía
confiar en él, o sólo la estaba utilizando como a una herramienta?
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