Hacía un día espléndido.
Era la última hora de la tarde, cuando el Sol estaba
a punto de ponerse y las sombras de la noche empezaban a extenderse por doquier.
Hacia una temperatura perfecta, ni fresca ni calurosa, un poco refrescante debido
a la suave brisa del atardecer. En la pista de entrenamiento reinaba la calma,
rota de tanto en tanto por un ronquido del dragón de guerra o por las
instrucciones que Valeria le daba a Nero.
Peter estaba sentado junto a una mesa llena a
rebosar de cachivaches electrónicos: cables de varios colores y longitudes,
botones, resistencias, condensadores, piezas de radio desmontadas… Al lado del
terrestre, sobre otra silla, un periódico de ese mismo día con el titular en
portada de “Miska deja claro a los novatos quién es un genio” reposaba abandonado.
Entonces Nero y Valeria se pusieron a practicar con
las espadas de madera y Peter, llevado por la curiosidad –y una cierta
expectación morbosa- abandonó unos instantes el proyecto en el que estaba
trabajando, apoyó la barbilla sobre los puños y se dispuso a ver el
espectáculo.
A ver cuántos
golpes se lleva hoy, pensó con una sonrisa malvada.
Primero fueron despacio. Caminaban el uno alrededor
del otro, intercambiando ataques sencillos para calentar y ponerse a prueba.
Luego, poco a poco, sin prisa, fueron aumentando la intensidad y la velocidad
de sus movimientos hasta que llego un momento que estaban luchando de verdad. Un
barrido de Valeria era esquivado por un salto de Nero, quien contraatacaba con
un mandoble hacia abajo seguido de una rápida secuencia de cortes de derecha a
izquierda. La joven logró bloquearlos y aprovechó la inercia para girar sobre
sí misma, acercarse a Nero y empujarle con el codo, tan fuerte que éste tuvo
que dar tres pasos hacia atrás antes de recuperar el equilibro, la espada ante
él preparada al momento para defenderse.
Peter asintió lentamente con la cabeza. No estaba
nada mal. Valeria lo podía hacer mucho mejor, claro, pero aún así era casi tan
guay como ver un duelo de espadas en el cine.
Nero mantiene el
ritmo gracias a su poder, observó Peter notando la
expresión desafiante y agresiva que iluminaba el rostro del actor y que tan
poco encajaba con la que llevaba normalmente. Luchando por sí mismo era tan
patoso que casi no sabía ni sujetar la espada y se tropezaba constantemente,
pero interpretando el papel de un guerrero estaba aprendiendo muy rápido a
defenderse. Es mucho lo que está
consiguiendo con ese poder que parecía tan tonto.
Sin embargo, estaba claro que no era suficiente. Un
par de movimientos más tarde la espada de Nero yacía tirada en el suelo y
Valeria sonreía victoriosa.
-¡Me has tirado tierra a la cara! –protestó Nero
frotándose los ojos llorosos con una mano. –Eso es trampa.
La joven espadachina rechistó despectivamente.
-No seas idiota. En un combate de verdad la única
regla que hay es ésta: ataca con todo lo que tengas, porque si pierdes, mueres.
Si tienes que patear unos huevos, lo haces. Si tienes que morder, arañar o
escupir, lo haces. Y, si tienes que tirar arena a la cara de un idiota
presumido para cegarle, por supuesto que lo haces.
-¡Yo no soy un presumido! Es importante presentar un
buen aspecto para nuestros patrocinadores y seguidores. Lo hago para superar la
prueba.
-¡Si, pero no tienes que estar arreglándote el pelo
32 veces al día! Joder, eres peor que las damas de la nobleza.
-Por favor, ni se te ocurra hablarme del pelo.
¡Tenías una melena preciosa y te la cortaste como si nada! ¿Es que estás loca?
Continuaron discutiendo un rato más, aunque Peter
dejó de escucharles, aburrido. Ver discutir a esos dos era lo mismo que ver un
capítulo de Dos hombres y medio, pero
con peores chistes.
Así que
volvió a poner toda su atención en su proyecto, en el pequeño objeto esférico
que estaba construyendo con la única ayuda de un soldador de estaño y un
primitivo tester. Sus manos parecían volar sobre la mesa, recogiendo y
desechando piezas y componentes electrónicos hasta que daba con uno que parecía
prometedor, lo examinaba y lo añadía a su invento o lo devolvía a la pila con
el resto.
Era extraño. No pensaba en lo que estaba haciendo.
Simplemente trabajaba, con la misma naturalidad y seguridad que si hubiese
hecho esto toda su vida.
Así que cuando colocó la última pieza y sostuvo su
invento ante él, tan pequeño como la uña de su pulgar, supo que no necesitaba
probarlo. Funcionaba.
-¿Qué es eso?
Peter parpadeó sorprendido al escuchar la voz de
Valeria, reparando en ella por primera vez desde… ¿Cuánto tiempo llevaba ahí,
sentada a la mesa y mirándole con sus ojos rojos de supervillana de cómic?
Había estado tan distraído trabajando que ni siquiera se había dado cuenta de
cuándo había llegado.
-¿Y Nero? –preguntó el terrestre buscándole con la
mirada. No estaba en la pista de entrenamiento y no lo veía con Estrellita, que
seguía durmiendo tan despreocupadamente cómo solo un monstruo gigante puede
hacer. -¿Dónde está?
-Ha ido a la casa a pegarse una ducha y descansar
–respondió la joven haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la mansión
rural que habían alquilado para entrenar las carreras de dragón. –Espero que
aproveche para meditar sobre los errores que ha cometido en la práctica, que
buena falta le hace.
-¿No crees que eres demasiado dura con él? El
público lo adora y los patrocinadores lo tienen en un pedestal. Además, él fue
quien mejor lo llevó contra Miska y su hermano.
“De hecho, fue el único de nosotros que no hizo el
ridículo”.
Un destello amenazador apareció en los ojos de
Valeria, pero no dijo nada. Peter estaba seguro que la derrota tan humillante
que había sufrido a manos de Miska debía de escocerle tanto como si le hubiesen
derramado alcohol sobre una herida abierta.
-El problema que tenemos –continuó Peter-, es que
Roa no es como Navar. En Insectolandia tú eras una de las pocas personas que
habían superado una prueba, y yo tenía los conocimientos de mi mundo y mi
encanto natural. Ningún otro extranjero nos llegaba ni a la suela del zapato”.
“Pero en este mundo nos encontramos con que la
situación es diferente. Aquí nos enfrentamos a rivales que son más poderosos
que nosotros”.
-¿Y qué es lo
que propones? ¿Quieres hacer los Ocean’s Eleven segunda parte?
-No, y además no se llamarían así, sino Ocean’s
Twelve. Pero a lo que iba –añadió rápidamente al ver la cara que le puso
Valeria-, lo que tenemos que hacer si queremos ganar está claro: maximizar
nuestras ventajas. Es decir, mis conocimientos, tu poder, y la fama de Nero.
-¿Y qué pasa con tu poder? –le preguntó la joven.
-¿Todavía no sabes cuál es?
-Éste –respondió Peter mostrándole el pequeño objeto
que había construido- es el poder que me ha dado la Torre.
Valeria alzó una ceja, pero no dijo nada. Por su
expresión desconcertada estaba claro que no tenía ni idea de lo que quería
decir, lo cual no era nada nuevo para Peter. Desde que dejó la Tierra que todo
el mundo le acababa mirando así más pronto o más tarde.
-Ten –dijo el terrestre activando el objeto y
entregándoselo-, póntelo al oído. No te preocupes, es inofensivo. Te lo
aseguro.
Con una reticencia que decía mucho de la confianza
que tenía en él, Valeria cogió el objeto y se lo quedó mirando, su rostro
plagado por las dudas. Peter hizo el gesto de colocárselo en la oreja,
apremiándola, y tras unos segundos de duda la joven le imitó.
-¿Qué… -los ojos de Valeria se abrieron sorprendidos
y dio un salto que la apartó de la mesa. Miró a su alrededor, una mano en su
espada y la otra en su oreja mientras buscaba el origen de unos sonidos que
sólo ella podía oír. -¿De dónde viene este ruido? ¿Es cosa de este aparato tan
pequeño?
-Dos veces sí –respondió Peter, disfrutando como un
niño pequeño ante la reacción de la joven. –Eso que estás oyendo es la radio de
la casa. El objeto que te he dado, al que puedes llamar Peter-transmisor, capta
la señal de la radio y la retransmite.
-Pero la casa está a más de cien metros.
Valeria se quitó el dispositivo del oído y lo dejó
sobre la mesa, con la misma prudencia que si fuese una bomba a punto de
explotar. Resultaba tan ridículo ver a una asesina como ella asustarse así de
un aparatito inofensivo que Peter tuvo que hacer un gran esfuerzo para no
echarse a reír.
-Lo sé –respondió orgulloso el terrestre. –Tengo que
hacer unas pruebas, pero creo que tiene un alcance efectivo de varios
kilómetros. Gracias a la Torre creo que ahora puedo construir cacharros aún más
flipantes que antes.
-Hmm. No está mal.
¿Qué no está
mal?,
pensó Peter indignado ante la falta de conocimientos de Valeria. Él sabía de electrónica. Joder, sabía de un
montón de cosas. En su cabeza tenía tantos conocimientos que podía aumentar el
progreso tecnológico de este mundo un siglo en un plis plas. En Navar, con
tiempo y dinero, había conseguido montar un electroimán e incluso un primitivo
helicóptero, y ése era un mundo en que la idea del progreso era ducharse tres
veces a la semana.
Lo que acababa de construir no era un “no está mal”.
La única palabra que le hacía justicia al Peter-transmisor era milagro. Sí,
milagro, porque todo lo que él sabía de electrónica le decía que no podía
funcionar. Simplemente, con los materiales que tenía no podía haberlo
construido. Sería como hacer una bomba con un lápiz, un chicle y un bloc de
notas.
Y sin embargo, él lo había logrado. Éste era el don
que le había dado la Torre.
Lo había convertido en el puto MacGyver.
-Y eso no es todo –continuó, decidido a no dejarse
desanimar por la respuesta de Valeria. -Creo que con unas pocas modificaciones
lo podemos utilizar en las carreras. Tú y Nero podéis llevar mis aurícula… quiero
decir, mis Peter-transmisores, y yo puedo construir una emisora de radio
portátil para manteneros informados de lo que esté pasando.
-Eso estaría muy bien –respondió Valeria súbitamente
interesada. –Como no participarás en las carreras podrías escuchar a los
comentaristas y te enterarías qué están haciendo nuestros rivales. Podrías
avisarnos si nos preparan una emboscada o cualquiera otra jugarreta.
-Sí, justamente eso es lo que estaba pensando.
Llegamos a Roa demasiado tarde para unirnos a las competiciones habituales,
pero podemos participar en la carrera amistosa de aquí a dos semanas. Y
entonces, con este juguetito y las armas que te di, le enseñaremos a esa zorra
de Miska quienes son los verdaderos “segundones”.
Sonrió, y por primera vez desde que se conocieron,
Valeria sonrió con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario