Los periodistas se agrupaban a su alrededor,
ansiosos como una manada de lobos ante la presencia de un cervatillo herido.
Los guardias los mantenían fuera de la alfombra roja a base de miradas
amenazadoras, órdenes ladradas o empujones cuando todo lo demás fallaba, pero
aún así estaban tan cerca que se enterarían de todo lo que pasase.
Miska reparó en Nero y sus compañeros. Sus ojos –que
de momento mostraban su color verde normal y no el dorado de cuando hacía
servir su poder- se abrieron por la sorpresa y la sonrisa que hasta entonces
mostraba se quedó congelada, a un parpadeo de convertirse en una mueca de
desagrado.
Peter masculló una maldición y soltó un largo
suspiro, mientras que Valeria cambiaba de postura, flexionando las rodillas y
situándose de perfil, como preparándose para un enfrentamiento.
Tengo que hacer
algo
antes de que la situación estalle,
pensó Nero.
-¡Miska, qué agradable sorpresa! –exclamó el actor, alzando
los brazos y riendo de alegría. Se adelantó a sus compañeros y, como si fuese
lo más normal del mundo, abrazó a la mujer de pelo azul. –No me esperaba para
nada verte aquí.
Por unos instantes nadie supo cómo reaccionar. Nero
había actuado con tanta naturalidad, saludando y abrazando a Miska como si fue
una vieja amiga y no una rival con la que había tenido varios encontronazos,
que había dejado a todos boquiabiertos, periodistas y especiales por igual.
-Una tregua –le susurró Nero al oído de Miska. -Sólo
por esta noche. ¿Aceptas?
Estaban tan de cerca el uno del otro que el actor
podía sentir el calor de la piel de la mujer sobre la suya. Su perfume era
sensual, fresco como el rocío de la mañana con toques de rosas. Los dos
especiales cruzaron las miradas, valorándose mutuamente, y Miska asintió
levemente antes de corresponder a su abrazo con fingida simpatía.
-Lo mismo digo, Nero –dijo la mujer separándose con
una ancha sonrisa que contrastaba con la tensión del brazo con la que apartó al
actor. -¿Quién iba a pensar que te vería aquí, en el teatro? No habías venido
ni una sola vez en todos estos meses. Creía que no te interesaba lo más mínimo.
A pesar de que estaba actuando, Nero no pudo evitar
fruncir el ceño ante las palabras de Miska. A
mí me encanta el teatro, mujer, si no he venido es sólo porque no he parado de
entrenar, pensó, irritado. ¿Además,
cómo sabes eso? ¿Me controlas?
-He estado muy ocupado, como sin duda sabrás
–respondió en un tono más casual del que pretendía. –Pero no podía faltar al
estreno de la obra de un amigo.
Esta vez fue el turno de Miska de fruncir el ceño.
-¿Conoces al director?
-No, al guionista-. Giró la cabeza en dirección a
Peter, quien saludó con la mano con una timidez desconcertante en él. –Toda la
obra ha sido idea suya.
-¿Tú eres Stan Lee? –preguntó Miska señalando a
Peter con un dedo extendido.
-Ese mismo –respondió el flacucho terrestre
llevándose la mano al pecho y dándose unas palmadas. –Es el seudónimo que
utilizaba hasta ahora para que la gente no me reconociese.
-Vaya-. Miska se cruzó de brazos, realzando sus
pechos. Nero tuvo que esforzarse para no mirarle el escote, que le atraía como
la luz de una llama a una polilla, y creía que lo había conseguido hasta que
vio la mirada recriminatoria que le lanzó Valeria. –Qué cosas. A simple vista
sólo pareces un idiota, quién iba a decir que guardabas un pequeño genio en tu
interior.
-Esto… gracias, supongo. No está mal para venir de
alguien con nombre de gato –replicó Peter con una sonrisa socarrona.
Unos pocos minutos de conversación más tarde las
puertas del teatro se abrieron. Se despidieron de Miska y su hermano
cordialmente, sin insultos, gritos ni derramamiento de sangre. Todo un éxito en
opinión de Nero, más aún teniendo en cuenta la cara de pocos amigos que Valeria
había tenido todo el rato y que mantuvo aún después de que les explicase el
trato que había hecho con Miska. Esa mujer no es que fuera transparente con sus
emociones, es que directamente no se preocupaba en lo más mínimo de ocultarlas.
El teatro era tan parecido a los de su mundo que el
actor se sintió como si hubiese regresado a casa. Las filas de butacas del
gallinero, con los reposabrazos de madera barata y los asientos tan pegados
entre sí que no podías estirar las piernas. Los palcos situados en las plantas
superiores, con cómodos sillones decorados con hilo de oro, elegantes cortinas
de terciopelo y una vista privilegiada de la obra. El escenario, ubicado al
frente de las butacas en un plano superior para que los actores pudiesen ser
vistos incluso desde las peores localidades. ¿Y el olor? ¿Qué podía decir del
olor? Nero cerró los ojos e inspiró con fuerza por la nariz, sumergiéndose en
la magia del ambiente. Nada huele como un teatro lleno a rebosar de personas
expectantes de ver un espectáculo.
Si los sueños tienen un olor debe ser éste: una
mezcla de sudor, nervios y promesas por cumplir.
-Vamos, Nero, deja de perder el tiempo –dijo Peter
señalando hacia las escaleras que estaban vigiladas por un par de guardias y
que conducían hacia los pisos superiores. –Tenemos un palco reservado.
-Ya voy –respondió el actor, echando un último
vistazo al público que se removía nervioso en sus asientos. Había gente de todo
tipo: ancianos, parejas jóvenes, grupos de amigos, familias humildes con sus
niños y sus voces chillonas… Nero dejó escapar un suspiro de alivio al ver que
la gente de este mundo, que tanto apreciaban las matanzas y el derramamiento de
sangre en las carreras de dragones, también parecían poder disfrutar de una
inocente sesión de teatro.
Varias escaleras más tarde llegaron al palco que
tenían reservado. Peter corrió a sentarse en el sillón más próximo al escenario,
ansioso por ver su obra como un niño al que le ofrecen su juguete soñado. Nero
le ofreció a Valeria el siguiente sillón, pero la joven lo rechazó con un gesto
de desinterés y se fue a sentar en el más apartado. Así que el actor se sentó
en medio de sus dos compañeros, haciendo de balanza entre el entusiasmado Nero
y la indiferencia de Valeria.
Durante los minutos previos a que empezase la obra
intentó pasar el rato conversando, aunque con poco éxito al principio. Peter
estaba demasiado nervioso y Valeria no parecía estar de humor, pero poco a poco
se fue animando, y al final estaban manteniendo una agradable conversación
sobre de cuantas maneras diferentes puedes desarmar a un oponente –Nero conocía
suficiente a la joven como para saber qué temas le interesaban- cuando el
terrestre les interrumpió.
-¡Schh, callaos! La obra va a empezar.
-Vale, vale, tranquilo –replicó Valeria sonriendo
con picardía. –Vamos a ver qué tal es tu obra, flacucho. Conociéndote seguro
que me sorprende.
Estoy totalmente
de acuerdo, pensó Nero sonriendo a su vez.
El telón subió entre los aplausos de los
espectadores, que enmudecieron tan pronto como un actor vestido completamente
de negro salió al escenario. Sin darse cuenta Nero se inclinó hacia adelante
sobre el balcón, sus ojos observando con avidez todo cuanto sucedía.
-En la hermosa Verona –comenzó a relatar el actor
con una voz profunda y clara-, donde acaecieron estos amores, dos familias
rivales igualmente nobles habían derramado, por sus odios mutuos, mucha
inculpada sangre. Sus inocentes hijos pagaron la pena de esos rencores, que
trajeron su muerte y su regreso convertidos en algo… distinto. Sólo dos horas
va a durar en la escena este odio secular de razas. Atended al triste enredo, y
supliréis con vuestra atención lo que falte a la tragedia.
Así empezó la obra, y a partir de aquí no fue sino a
más. Nero pronto se encontró atrapado en la historia, en el amor prohibido que
sentían Romeo y Julieta y que parecía condenado al desastre. Estaba claro que
se habían adaptado tanto la ambientación como los diálogos al mundo de Roa,
pero aún así había magia en las palabras; una pasión pura y poderosa que
trataba al amor como un objeto soñado perfecto e inalcanzable. Parecía
increíble que algo así hubiese surgido de la cabeza de Peter.
Sin embargo, había una cosa que le disgustaba y que
le sacaba de la historia: la actuación del protagonista, Romeo. No es que fuese
mala –de hecho, era bastante buena-, si no que no podía evitar pensar que él lo
hubiese hecho mejor. Cuando Romeo recitaba las frases, cuando posaba o cuando
abrazaba a su amada, Nero no podía evitar pensar en cómo haría él cada una de
esas acciones, que entonación daría a sus palabras o hasta que punto su mirada
reflejaría el amor que sentía.
Joder,
pensó rechistando con rabia, me hubiese
encantado hacer esta obra.
Pero no había podido, claro. Peter ni siquiera se lo
había pedido, y Nero no podía culparle: no hubiese tenido tiempo para
prepararse el papel. Demasiado ocupado entrenando. Demasiado ocupado luchando
por superar la prueba de la Torre. Había dejado atrás, voluntariamente, la vida
de actor el mismísimo día que el hombre pálido mato a Eyre.
Pero aún así no podía negar que todo su cuerpo se
estremecía ante la idea de volver a actuar ante el público, de volver a sentir
sus aplausos y la satisfacción de culminar exitosamente una obra.
Intentó ahogar sus deseos en alcohol para no
chafarle el momento de gloria a Peter, pidiendo copa tras copa de vino al
servicio que atendía los palcos, pero no fue suficiente. Finalmente se excusó
–ignorando la mirada preocupada que le lanzó Valeria- y salió del palco.
Había una sala de descanso con sus propios lavabos
para el público de los palcos, con varios sofás, aperitivos y bebidas
preparados. Nero la recorrió con la mirada buscando a algún camarero, pero al
no encontrar a nadie, ni sirviente ni otro espectador, dio un suspiro de
resignación, se sirvió él mismo una copa y se sentó en uno de los sofás.
Dio un breve sorbo, con la mirada perdida en la
nada. Aún desde aquí podía escuchar, aunque apagadas, las voces de los actores
y las exclamaciones del público. La obra de teatro continuaba, ajena a sus
preocupaciones.
-Esto es un asco –dijo arrojando la copa contra el
suelo en un estallido de cristales.
Se puso en pie de un salto, invocando su poder así
como toda su habilidad. Ya no era Nero, un pobre actor que debía cumplir una
misión. Ahora era Romeo, un joven noble de una poderosa familia, valiente e
inconsciente como sólo alguien que acaba de descubrir el amor puede ser.
Caminó hacia el centro de la sala, imaginando que
estaba en la obra y que ante él estaba Julieta, su amor. Su vida.
-El manto de la noche me esconderá de ellos, con tal
de que me quieras que me encuentren aquí –dijo recitando de memoria las
palabras de Romeo. -Más vale que acabe mi vida por su odio, que prorrogar la
muerte sin tener tu amor…
Unos aplausos le sacaron de su ensoñación.
Sorprendido, Nero giró el rostro hacia su origen para descubrir quién demonios
podía haberle visto cuando hasta hace unos instante la sala estaba desierta.
-No ha estado nada mal –dijo Miska, que seguía
aplaudiendo.
-¿Tú? ¿De dónde sales?
-De los lavabos –respondió la mujer. –Estaba yo
tranquilamente haciendo… acicalándome, y
al salir me encuentro contigo y tu pequeño espectáculo. Había leído que eres
actor, pero me has sorprendido. Eres bastante bueno.
-¿Bastante bueno? –repitió Nero, acercándose a la
mujer que lo observaba divertida. No sabía porque, si por el alcohol o por la
frustración de no poder actuar, pero las palabras de Miska le resultaron
insoportables. -Yo no soy “bastante
bueno”. Yo soy el mejor.
Y se lo iba a demostrar.
-¿Sabía yo lo qué es amor? – preguntó, cogiendo la
mano de Miska y sosteniéndola como si fuese el tesoro más preciado y delicado
del mundo. La miró al rostro y, por un instante, realmente estuvo enamorado de
ella. Él era Romeo, y ella era su Julieta. Nada más importaba. -Ojos jurad que
no. Porque nunca había visto una belleza así.
Miska se quedó quieta como una estatua, con su mano
sostenida por la de Nero y su mirada atrapada en la suya. Tragó saliva, y
aunque abrió la boca fue incapaz de decir palabra alguna.
En ese silencio, el sonido del flash de una cámara
resonó con la claridad de un trueno.
Como despertando de un sueño, el actor se giró justo
a tiempo de ver a un periodista marcharse corriendo escaleras abajo.
-Oh, mierda –masculló, con la voz sonándole rara por
el alcohol. -Esto no acabará bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario