lunes, 27 de mayo de 2013

Capítulo 18 (Parte 2) - Romeo y Julieta

Los periodistas se agrupaban a su alrededor, ansiosos como una manada de lobos ante la presencia de un cervatillo herido. Los guardias los mantenían fuera de la alfombra roja a base de miradas amenazadoras, órdenes ladradas o empujones cuando todo lo demás fallaba, pero aún así estaban tan cerca que se enterarían de todo lo que pasase.


Miska reparó en Nero y sus compañeros. Sus ojos –que de momento mostraban su color verde normal y no el dorado de cuando hacía servir su poder- se abrieron por la sorpresa y la sonrisa que hasta entonces mostraba se quedó congelada, a un parpadeo de convertirse en una mueca de desagrado.
Peter masculló una maldición y soltó un largo suspiro, mientras que Valeria cambiaba de postura, flexionando las rodillas y situándose de perfil, como preparándose para un enfrentamiento.
Tengo que hacer algo antes de que la situación estalle, pensó Nero.
-¡Miska, qué agradable sorpresa! –exclamó el actor, alzando los brazos y riendo de alegría. Se adelantó a sus compañeros y, como si fuese lo más normal del mundo, abrazó a la mujer de pelo azul. –No me esperaba para nada verte aquí.
Por unos instantes nadie supo cómo reaccionar. Nero había actuado con tanta naturalidad, saludando y abrazando a Miska como si fue una vieja amiga y no una rival con la que había tenido varios encontronazos, que había dejado a todos boquiabiertos, periodistas y especiales por igual.  
-Una tregua –le susurró Nero al oído de Miska. -Sólo por esta noche. ¿Aceptas?
Estaban tan de cerca el uno del otro que el actor podía sentir el calor de la piel de la mujer sobre la suya. Su perfume era sensual, fresco como el rocío de la mañana con toques de rosas. Los dos especiales cruzaron las miradas, valorándose mutuamente, y Miska asintió levemente antes de corresponder a su abrazo con fingida simpatía.
-Lo mismo digo, Nero –dijo la mujer separándose con una ancha sonrisa que contrastaba con la tensión del brazo con la que apartó al actor. -¿Quién iba a pensar que te vería aquí, en el teatro? No habías venido ni una sola vez en todos estos meses. Creía que no te interesaba lo más mínimo.
A pesar de que estaba actuando, Nero no pudo evitar fruncir el ceño ante las palabras de Miska. A mí me encanta el teatro, mujer, si no he venido es sólo porque no he parado de entrenar, pensó, irritado. ¿Además, cómo sabes eso? ¿Me controlas?
-He estado muy ocupado, como sin duda sabrás –respondió en un tono más casual del que pretendía. –Pero no podía faltar al estreno de la obra de un amigo.
Esta vez fue el turno de Miska de fruncir el ceño.
-¿Conoces al director?
-No, al guionista-. Giró la cabeza en dirección a Peter, quien saludó con la mano con una timidez desconcertante en él. –Toda la obra ha sido idea suya.
-¿Tú eres Stan Lee? –preguntó Miska señalando a Peter con un dedo extendido.
-Ese mismo –respondió el flacucho terrestre llevándose la mano al pecho y dándose unas palmadas. –Es el seudónimo que utilizaba hasta ahora para que la gente no me reconociese.
-Vaya-. Miska se cruzó de brazos, realzando sus pechos. Nero tuvo que esforzarse para no mirarle el escote, que le atraía como la luz de una llama a una polilla, y creía que lo había conseguido hasta que vio la mirada recriminatoria que le lanzó Valeria. –Qué cosas. A simple vista sólo pareces un idiota, quién iba a decir que guardabas un pequeño genio en tu interior.
-Esto… gracias, supongo. No está mal para venir de alguien con nombre de gato –replicó Peter con una sonrisa socarrona.
Unos pocos minutos de conversación más tarde las puertas del teatro se abrieron. Se despidieron de Miska y su hermano cordialmente, sin insultos, gritos ni derramamiento de sangre. Todo un éxito en opinión de Nero, más aún teniendo en cuenta la cara de pocos amigos que Valeria había tenido todo el rato y que mantuvo aún después de que les explicase el trato que había hecho con Miska. Esa mujer no es que fuera transparente con sus emociones, es que directamente no se preocupaba en lo más mínimo de ocultarlas.
El teatro era tan parecido a los de su mundo que el actor se sintió como si hubiese regresado a casa. Las filas de butacas del gallinero, con los reposabrazos de madera barata y los asientos tan pegados entre sí que no podías estirar las piernas. Los palcos situados en las plantas superiores, con cómodos sillones decorados con hilo de oro, elegantes cortinas de terciopelo y una vista privilegiada de la obra. El escenario, ubicado al frente de las butacas en un plano superior para que los actores pudiesen ser vistos incluso desde las peores localidades. ¿Y el olor? ¿Qué podía decir del olor? Nero cerró los ojos e inspiró con fuerza por la nariz, sumergiéndose en la magia del ambiente. Nada huele como un teatro lleno a rebosar de personas expectantes de ver un espectáculo.
Si los sueños tienen un olor debe ser éste: una mezcla de sudor, nervios y promesas por cumplir.
-Vamos, Nero, deja de perder el tiempo –dijo Peter señalando hacia las escaleras que estaban vigiladas por un par de guardias y que conducían hacia los pisos superiores.      –Tenemos un palco reservado.
-Ya voy –respondió el actor, echando un último vistazo al público que se removía nervioso en sus asientos. Había gente de todo tipo: ancianos, parejas jóvenes, grupos de amigos, familias humildes con sus niños y sus voces chillonas… Nero dejó escapar un suspiro de alivio al ver que la gente de este mundo, que tanto apreciaban las matanzas y el derramamiento de sangre en las carreras de dragones, también parecían poder disfrutar de una inocente sesión de teatro.
Varias escaleras más tarde llegaron al palco que tenían reservado. Peter corrió a sentarse en el sillón más próximo al escenario, ansioso por ver su obra como un niño al que le ofrecen su juguete soñado. Nero le ofreció a Valeria el siguiente sillón, pero la joven lo rechazó con un gesto de desinterés y se fue a sentar en el más apartado. Así que el actor se sentó en medio de sus dos compañeros, haciendo de balanza entre el entusiasmado Nero y la indiferencia de Valeria.
Durante los minutos previos a que empezase la obra intentó pasar el rato conversando, aunque con poco éxito al principio. Peter estaba demasiado nervioso y Valeria no parecía estar de humor, pero poco a poco se fue animando, y al final estaban manteniendo una agradable conversación sobre de cuantas maneras diferentes puedes desarmar a un oponente –Nero conocía suficiente a la joven como para saber qué temas le interesaban- cuando el terrestre les interrumpió.
-¡Schh, callaos! La obra va a empezar.
-Vale, vale, tranquilo –replicó Valeria sonriendo con picardía. –Vamos a ver qué tal es tu obra, flacucho. Conociéndote seguro que me sorprende.
Estoy totalmente de acuerdo, pensó Nero sonriendo a su vez.
El telón subió entre los aplausos de los espectadores, que enmudecieron tan pronto como un actor vestido completamente de negro salió al escenario. Sin darse cuenta Nero se inclinó hacia adelante sobre el balcón, sus ojos observando con avidez todo cuanto sucedía.
-En la hermosa Verona –comenzó a relatar el actor con una voz profunda y clara-, donde acaecieron estos amores, dos familias rivales igualmente nobles habían derramado, por sus odios mutuos, mucha inculpada sangre. Sus inocentes hijos pagaron la pena de esos rencores, que trajeron su muerte y su regreso convertidos en algo… distinto. Sólo dos horas va a durar en la escena este odio secular de razas. Atended al triste enredo, y supliréis con vuestra atención lo que falte a la tragedia.
Así empezó la obra, y a partir de aquí no fue sino a más. Nero pronto se encontró atrapado en la historia, en el amor prohibido que sentían Romeo y Julieta y que parecía condenado al desastre. Estaba claro que se habían adaptado tanto la ambientación como los diálogos al mundo de Roa, pero aún así había magia en las palabras; una pasión pura y poderosa que trataba al amor como un objeto soñado perfecto e inalcanzable. Parecía increíble que algo así hubiese surgido de la cabeza de Peter.
Sin embargo, había una cosa que le disgustaba y que le sacaba de la historia: la actuación del protagonista, Romeo. No es que fuese mala –de hecho, era bastante buena-, si no que no podía evitar pensar que él lo hubiese hecho mejor. Cuando Romeo recitaba las frases, cuando posaba o cuando abrazaba a su amada, Nero no podía evitar pensar en cómo haría él cada una de esas acciones, que entonación daría a sus palabras o hasta que punto su mirada reflejaría el amor que sentía.
Joder, pensó rechistando con rabia, me hubiese encantado hacer esta obra.
Pero no había podido, claro. Peter ni siquiera se lo había pedido, y Nero no podía culparle: no hubiese tenido tiempo para prepararse el papel. Demasiado ocupado entrenando. Demasiado ocupado luchando por superar la prueba de la Torre. Había dejado atrás, voluntariamente, la vida de actor el mismísimo día que el hombre pálido mato a Eyre.
Pero aún así no podía negar que todo su cuerpo se estremecía ante la idea de volver a actuar ante el público, de volver a sentir sus aplausos y la satisfacción de culminar exitosamente una obra.
Intentó ahogar sus deseos en alcohol para no chafarle el momento de gloria a Peter, pidiendo copa tras copa de vino al servicio que atendía los palcos, pero no fue suficiente. Finalmente se excusó –ignorando la mirada preocupada que le lanzó Valeria- y salió del palco.
Había una sala de descanso con sus propios lavabos para el público de los palcos, con varios sofás, aperitivos y bebidas preparados. Nero la recorrió con la mirada buscando a algún camarero, pero al no encontrar a nadie, ni sirviente ni otro espectador, dio un suspiro de resignación, se sirvió él mismo una copa y se sentó en uno de los sofás.
Dio un breve sorbo, con la mirada perdida en la nada. Aún desde aquí podía escuchar, aunque apagadas, las voces de los actores y las exclamaciones del público. La obra de teatro continuaba, ajena a sus preocupaciones.
-Esto es un asco –dijo arrojando la copa contra el suelo en un estallido de cristales.
Se puso en pie de un salto, invocando su poder así como toda su habilidad. Ya no era Nero, un pobre actor que debía cumplir una misión. Ahora era Romeo, un joven noble de una poderosa familia, valiente e inconsciente como sólo alguien que acaba de descubrir el amor puede ser.
Caminó hacia el centro de la sala, imaginando que estaba en la obra y que ante él estaba Julieta, su amor. Su vida.
-El manto de la noche me esconderá de ellos, con tal de que me quieras que me encuentren aquí –dijo recitando de memoria las palabras de Romeo. -Más vale que acabe mi vida por su odio, que prorrogar la muerte sin tener tu amor…
Unos aplausos le sacaron de su ensoñación. Sorprendido, Nero giró el rostro hacia su origen para descubrir quién demonios podía haberle visto cuando hasta hace unos instante la sala estaba desierta.
-No ha estado nada mal –dijo Miska, que seguía aplaudiendo.
-¿Tú? ¿De dónde sales?
-De los lavabos –respondió la mujer. –Estaba yo tranquilamente haciendo… acicalándome,  y al salir me encuentro contigo y tu pequeño espectáculo. Había leído que eres actor, pero me has sorprendido. Eres bastante bueno.
-¿Bastante bueno? –repitió Nero, acercándose a la mujer que lo observaba divertida. No sabía porque, si por el alcohol o por la frustración de no poder actuar, pero las palabras de Miska le resultaron insoportables.  -Yo no soy “bastante bueno”. Yo soy el mejor.
Y se lo iba a demostrar.
-¿Sabía yo lo qué es amor? – preguntó, cogiendo la mano de Miska y sosteniéndola como si fuese el tesoro más preciado y delicado del mundo. La miró al rostro y, por un instante, realmente estuvo enamorado de ella. Él era Romeo, y ella era su Julieta. Nada más importaba. -Ojos jurad que no. Porque nunca había visto una belleza así.
Miska se quedó quieta como una estatua, con su mano sostenida por la de Nero y su mirada atrapada en la suya. Tragó saliva, y aunque abrió la boca fue incapaz de decir palabra alguna.
En ese silencio, el sonido del flash de una cámara resonó con la claridad de un trueno.
Como despertando de un sueño, el actor se giró justo a tiempo de ver a un periodista marcharse corriendo escaleras abajo.

-Oh, mierda –masculló, con la voz sonándole rara por el alcohol. -Esto no acabará bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario