lunes, 17 de junio de 2013

Capítulo 19 (Parte 2) - Amor, sueños y mentiras

Las conversaciones de las otras mesas eran poco más que un susurro de fondo que quedaban por debajo de la suave melodía que tocaba el pianista. El restaurante Vandôme era tan exclusivo como selecto, ofreciendo a sus importantes clientes no sólo artísticos platos de pequeñas cantidades en un ambiente elegante y a la moda, si no también absoluta discreción. Empresarios maquinando acuerdos, viejos amigos demasiado íntimos para las reglas de la sociedad o respetables hombres de familia que acudían con sus amantes, todos ellos acudían al Vandôme confiados en que sus pequeñas secretos jamás verían la luz.


Pero para Nero y Miska la situación era justo al revés.
El actor, rígido como un palo y con las manos sudorosas apoyadas sobre las piernas, observaba a los camareros sirviendo las mesas mientas esperaba a que les trajesen la comida. El cuello de la camisa le picaba; todo el cuerpo le picaba. Evitaba cruzar sus ojos con los de Miska, quien echada hacia adelante con los codos sobre la mesa y la barbilla apoyada en las manos lo miraba fijamente. El atisbo de una sonrisa se adivinaba en su rostro seductor.
-Cualquiera diría que me tienes miedo –dijo la mujer.
-¿Miedo, yo? –respondió Nero, intentando evitar que su voz sonase temblorosa.  –Qué tontería. No es como si fueses a hacer servir tu poder y ordenarme que me corte el cuello con un cuchillo para la mantequilla. ¿Por qué no lo harías, verdad?
-Claro que no; tenemos un trato-. Gracias a Dios, pensó el actor. –Pero sí que podría hacerte otras cosas que no te resulten peligrosas, como bailar desnudo en medio de la sala. ¿Qué te parece? Sería divertido.
-¡No! –exclamó Nero. Luego, al darse cuenta de que había atraído la atención del resto de mesas añadió en un tono más bajo: -No. Por favor, no me hagas hacer nada.
-Vamos, Nero, sólo bromeaba. Tienes que relajarte. Mira, tengo una idea. ¿Por qué no intentamos tener una conversación como dos personas adultas? Pregúntame lo que quieras.
-¿Lo que quiera?
-Lo. Que. Quieras –repitió Miska lentamente, logrando sonar incitadora y peligrosa a la vez.
-¿Por qué aceptaste el trato de Peter? Todo esto de fingir una relación en secreto, de negarlo en público mientras posamos en este tipo de locales para que nos puedan sacar fotos y los rumores sobre nosotros no dejen de crecer… No sé si valdrá la pena. Peter dice que sí, que así conseguiremos más dinero de los patrocinadores, pero yo no estoy tan seguro. ¿A ti no te parece una locura?
-No, eso no –replicó la mujer negando con un dedo. –Nada de preguntas sobre las carreras o nuestros viajes a través de la Torre. Preguntas sin importancia, para charlar un rato sin preocupaciones. Intenta conversar conmigo como lo harías con cualquier otra hermosa mujer de mirada arrebatadora, sedosa melena azul y tentadoras curvas.
La mayoría de mujeres no se llaman a sí mismas “hermosas”, ¿sabes? Y desde luego no en voz alta y con tantos adjetivos.
-Está bien. Veamos, ¿cuántos años tienes?
Miska frunció el ceño.
-¿Así es como hablas con las mujeres, preguntándoles por su edad nada más empezar?  –preguntó poniendo los ojos en blanco. – Por las cumbres nevadas, menudo pico de oro el tuyo. ¿Eso que ponen los periódicos de que ibas a casarte antes de viajar por la Torre es un cuento, verdad?
-Es una pregunta, ¿no? No haces más que poner pegas –respondió el actor a la defensiva. –Siendo una viajera de la Torre podrías llevar viva siglos, con eso de que nos restauran el cuerpo cada vez que cambiamos de mundo. Me gustaría saber algo así antes de empezar una conversación.
-Vale, tú ganas-. Miska soltó un suspiro y se echó hacia atrás en el asiento, arrugando la nariz como una niña pequeña a la que la obligan a hacer una tarea. –Puedes estar tranquilo que sólo tengo cuarenta y dos. Aunque ahora mismo mi cuerpo debe ser el de una treintañera, creo. ¿Contento? Mi turno: ¿Tienes alguna afición, Nero? Una pregunta normal, educada y que muestra interés por la otra persona, aunque sea fingido. Aprende para la próxima vez.
Para su sorpresa, el actor no pudo evitar sonreír.
Pasaron los siguientes minutos charlando sobre temas sin importancia, discutiendo sobre cuál de las canciones que ponían últimamente en la radio era más horrible y apostando cuántos de los clientes del restaurante estaban engañando a sus mujeres. Incluso durante un momento le pareció que Miska reía de verdad, y no simplemente para seguirle el juego o para parecer encantadora. Fue, dejando a parte el hecho de estar con una peligrosa mujer que podía robarle su voluntad con una sola mirada, bastante divertido. Últimamente no había tenido la ocasión de disfrutar del placer de una sencilla conversación amistosa.
Habían pasado un par de semanas desde que fueron a ver la obra de Romeo y Julieta, pero el tiempo no había disminuido la gravedad de las palabras que Valeria y él habían intercambiado. Entrenaban juntos, e incluso habían participado –y ganado- la primera carreras de su liga, pero apenas cruzaban cuatro palabras. Había una especie de tensión entre ellos, una incomodidad que aparecía siempre que estaban juntos. Como si ninguno de los dos estuviese seguro del otro.
Era un resquemor en el estomago que Nero no sabía cómo superar. Aunque estuviese dispuesto a pedir perdón –que no estaba muy seguro-, no creía que bastase con un simple “lo siento”.
Joder, es culpa suya. ¿Quién es ella para juzgarme? No he olvidado a Eyre, y no traicioné al Juez Supremo porque quisiera. Yo no quería hacerlo, nunca quise hacerlo, es sólo que no tuve otra opción. ¿Por qué no lo entiende?
Por otra parte, estaba Peter. Simpático, gracioso y extraño, tan extraño que la mitad de veces no tenía ni la más remota idea de qué demonios estaba hablando. No se podía hablar con un hombre así.
Así que sí, estaba disfrutando de esta cena.
-Mira, ya nos traen la comida –señaló Miska.
El camarero era un hombre joven, alto y fornido. Saludó a Miska y a Nero con una leve inclinación de cabeza antes de dejar con un movimiento algo torpe un plato de ensalada sobre la mesa. Nero se fijó en su postura, en la manera en que se acercaba a Miska para servirle el vino. Parecía… fuera de lugar. Un hombre tan grande, que se movía con agilidad pero que no sabía servir platos. Además, el camarero no miraba a la copa ni la botella, sino que sus ojos estaban fijos en el cuello de la mujer. El actor podía entender que le mirase el escote, ¿pero qué clase de camarero mira el cuello de una mujer cuando tiene que servirle una copa? ¿Uno novato? Se suponía que éste era un restaurante con clase.
El camarero se llevó la mano izquierda al interior de su traje en un movimiento disimulado. Miska no lo vio, y Nero tampoco lo hubiese hecho de no haber estado prestándole atención.
Mierda.
Nero cogió el plato de ensalada y se lo arrojó al camarero, golpeándole en la cara y haciéndose pedazos. El hombre retrocedió con un grito de sorpresa, su rostro manchado por trozos de ensalada y sangre, pero enseguida reaccionó abalanzándose sobre Miska. En su mano izquierda blandía un pequeño cuchillo, su filo apuntando directamente al cuello de la mujer.
Mierda.
Nero se puso de pie, pero supo que sería demasiado lento. Vio los ojos verdes de Miska adoptar el fulgor dorado que delataba el uso de su poder, pero supo que no le daría tiempo a decir nada antes de que el hombre la acuchillase. Y en ese instante, en una fracción de segundo que pareció no tener fin, se dio cuenta de que Miska también lo sabía.
Entonces una espada atravesó el pecho del camarero, su punta ensangrentada deteniéndose a un par de dedos de distancia de la cabeza de Miska.
-Valeria… -masculló Nero.
La espada del antiguo Cuervo Rojo se movió hacía arriba, partiendo en dos al enorme camarero como si fuese mantequilla. Su cuerpo sin vida cayó al suelo, llenándolo todo de sangre. Trozos de carne, sesos y ensalada cubrieron la mesa como una horripilante alfombra roja.
Nero no pudo más. Se echó a un lado y vomitó.
-Arrojándole el plato lo retrasaste lo suficiente para que pudiese intervenir, Nero –dijo Valeria, dando un golpe seco con la espada que arrojó gotas de sangre sobre el suelo.    –Bien hecho.
Inmóvil en su asiento, Miska miraba al muerto con el rostro pálido y los ojos abiertos de par en par. En el restaurante se alzaron los gritos de horror y sorpresa conforme los presentes se daban cuenta de lo que había sucedido. Tres camareros se acercaron corriendo para comprobar cómo se encontraban.
-Yo… -. El actor se limpió los labios con el dorso de la camisa. Notaba un sabor amargo y desagradable en la boca tras el vómito, la cabeza le daba vueltas y apenas se sostenía en pie. -¿Estabas aquí, en el restaurante? ¿Vigilándonos?
-Por supuesto –replicó la joven, observando con desconfianza a los camareros que comprobaban el estado de Miska. Aún tenía la espada desenvainada. –No me fío de ella.
Gracios a Dios por su paranoia, pensó Nero con un estremecimiento.
Todo el mundo les miraba. Empresarios, prostitutas de lujo, importantes funcionarios, especiales, camareros… Eran el centro de atención de la sala.
Y en algún lugar, Peter debía estar tomando fotografías.
“Tendrás que actuar, Nero –había dicho el terrestre cuando le explicó el plan. –“Fingir que tú y Miska estáis enamorados, que lo estáis desde aquel primer beso en la fiesta. Pero el vuestro es un amor prohibido, ya que vuestros compañeros nunca lo entenderían y además estáis condenados a enfrentaros. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?”
Nero tragó saliva. Claro que era capaz de hacerlo.
Se acercó con pasos temblorosos a Miska y se agachó ante ella, acariciando su mejilla con una mano mientras con la otra chasqueaba los dedos para captar su atención.
-¿Estás bien? –le preguntó, dejando que su voz mostrase preocupación, temor y una pizca de desesperación. -¿Estás bien, Miska?
-Sí –respondió la mujer tras unos segundos. Aún estaba aturdida, pero se recuperaba con rapidez. –Creo que no estoy herida.
-Menos mal. Por un momento pensé que te perdía –dijo Nero, asegurándose de que sus palabras fuesen oídas por los tres camareros, antes de envolver a la hermosa mujer en sus brazos.        
Tras unos segundos de duda, Miska le devolvió el abrazó. Había una cierta reserva en su contacto, un leve rechazo, pero Nero también pudo sentir una auténtica desesperación por sentir un poco de calor humano.

-Antes me preguntaste qué porque había aceptado este trato –le susurró Miska al oído.   –Tengo miedo, Nero. Estoy aterrada. Cualquier día, en cualquier carrera, puedo morir. Así que haré lo que sea, me agarraré a cualquier clavo ardiendo que aumente mis probabilidades de salir con vida. Incluso a un plan tan disparatado como éste.

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