lunes, 24 de junio de 2013

Capítulo 19 (Parte 3) - Amor, sueños y mentiras

Peter echó una mirada a través de los cristales del bar. Había una fábrica delante del local, con una puerta metálica vigilada por un par de guardias, muros altos para disuadir a los extraños y una gran chimenea que vomitaba humo blanco sobre el cielo de la ciudad. Justo ahora se había acabado un turno de la fábrica y decenas de obreros salían en esos instantes por la puerta, sus rostros cansados y sucios tras diez horas de trabajo.


-No… no lo entiendo –dijo Clarence, sentado enfrente suyo. Su barba de cuatro días y su sonrisa confiada no podían ocultar el temor que reflejaban sus ojos. –Creía que teníamos un acuerdo.
Peter no respondió al momento. Soltó un largo suspiro de incomodidad, rascándose la nuca con una mano mientras de reojo veía como un gran número de trabajadores se dirigían al bar. El camarero y el dueño del bar, sin duda familiares por el parecido, preparaban mesas a toda prisa. Encendieron la radio, sintonizando una emisora de deportes.
-Y aún lo tenemos –acabó diciendo el terrestre, recorriendo distraído con un dedo su vaso medio vacío de licor.
-¡Dragones! Entonces, ¿cómo es que el “Heraldo de la Mañana” y el “Noticias De Hoy” publicaron la noticia del intento de asesinato de Miska y Nero, con crónica de lo sucedido y hasta fotos? No me dirás que casualmente esos dos periódicos tenían un reportero en el Vandôme.
-No, claro que no –respondió Peter. –Yo les proporcioné el material.
El periodista puso una cara de sorpresa tan ridícula que Peter estuvo a punto de echarse a reír. ¿Qué esperabas, que lo negase?, pensó el terrestre. Me parece que todavía no te has dado cuenta de quién tiene la sartén por el mango.
-Vamos, Clarence, no te lo tomes a mal; sabes tan bien como yo que tu periódico sólo trata temas deportivos: carreras de dragones, algún cotilleo de los especiales para llenar páginas y cosas por el estilo. Aquí estamos hablando de un intento de asesinato, una noticia más propia de periódicos de verdad –oh, perdona, no quería decir eso- que no de crónicas deportivas.
-Pero…
-¡Pero nada, hombre! –le interrumpió Peter antes de que Clarence pudiese recuperarse y presentar una queja con sentido. – ¿A qué no viste la noticia de “Superman muere” en primera plana de la prensa deportiva? ¡Claro que no, porque no tendría ningún sentido! Superman era un icono de la cultura pop desde hacía más de cincuenta años y un mito para más de tres generaciones desde la primera película, pero no pinta nada con Michael Jordan.
Clarence abrió la boca, pero ninguna palabra salió de ella. Se quedó mirando al terrestre con los ojos abiertos de par en par y la frente arrugada como si estuviese intentando descifrar un galimatías sin sentido.
-Vale, tienes razón, puede que no sea el mejor ejemplo –reconoció Peter tras unos incómodos instantes de silencio. -Este mundo no tiene ni la más puñetera idea de quién es Superman. Y además en realidad no murió, si no que sólo fue una estrategia de la editorial de cómics para conseguir publicidad gratuita y aumentar las ventas. Lo que quiero decir es esto: cada cosa a lo suyo.
Los trabajadores entraron en tropel al bar, inundando el local con sus voces graves, sus demandas de bebida y su peste a sudor y a cigarrillo recién encendido. Peter les observó mientras se sentaban en las mesas o en la barra, reparando en sus manos llenas de callos, sus espaldas encogidas y sus ropas gastadas por el uso.
Casi parecen salidos de una película del Londres victoriano, pensó Peter acabándose su vaso de licor. Dos hombres tenían la tos seca y compulsiva propia de los fumadores crónicos y que no prometía nada bueno.
-¿Y ahora, qué? –preguntó Clarence cuando el barullo del bar se redujo lo suficiente para que pudiesen escucharse el uno al otro. En su voz había una nota de amargura y desesperación que rozaba lo patético. –Yo… necesito tus artículos. Se los prometí a mis jefes.
-Y los tendrás –respondió Peter. –Pero ya no serán tus exclusivas. Nero y Miska han pasado a ser un interés general, y ahora hay muchos periódicos que están deseando publicar noticias sobre ellos. Sería estúpido por mi parte negárselo.
-¿Y cómo les explico eso a mis jefes? Creerán que les estoy engañando y que vendo las noticias a la competencia.
-Eso, amigo mío –dijo el terrestre recogiendo su mochila y poniéndose de pie para marcharse-, es problema tuyo.
Dejo atrás el ruidoso bar y se internó en los barrios bajos de la ciudad, no demasiado diferente –bichos gigantes a parte- a los suburbios de la ciudad de Fortuna. Los mundos son diferentes, pero los pobres son pobres en todas partes. Sus pies le llevaron a través de callejuelas recubiertas de basura que apestaban a meados, con los adoquines agrietados y recubiertos de una mugre gris verdosa tras años de abandono. Se encontró con niños de aspecto demacrado que vestían ropas llenas de parches, con vendedores ambulantes de comida que prometían que la suya era carne de vaca y no de rata, con prostitutas que se le insinuaban con desgana. Un sinfín de rostros, de personas y lenguas; pero en todos ellos la misma mirada, la misma chispa oculta de miedo.
La sombra de un dragón verde que volaba a baja altura, agitando a su paso las ropas tendidas entre los edificios, oscureció por unos segundos la calle en la que se encontraba. Los niños lo observaron maravillados, ajenos a la indiferencia de la bestia.
Que apropiado, pensó el terrestre con una sonrisa amarga.
Llegó a su destino cuando el Sol empezaba a ponerse: una vieja casa de dos plantas en un callejón de mala muerte. Sin prisas, asegurándose de que no había nadie que pudiese verle, Peter rebuscó en su mochila, apartando a un lado la consola y un par de libros hasta dar con un sobre doblado sobre sí mismo que sacó y pasó por debajo de la puerta. Luego, asintiendo satisfecho para sí, retrocedió un par de pasos mientras miraba a los lados para comprobar una vez más que nadie le hubiese visto.
Nada. El callejón estaba desierto a excepción de una rata del tamaño de un gato que le observaba con curiosidad animal.
-Una cosa menos –musitó en voz baja sacudiéndose las manos. –Bien hecho, Peter, ahora ya…
El chillido de la rata fue todo el aviso que tuvo antes de verse arrojado de bruces contra el suelo de un golpe en la cabeza que le hizo ver las estrellas y saborear su propia sangre. Ignorando el súbito estallido de dolor y sin saber aún quien le estaba atacando intento ponerse de pie, pero se encontró inmovilizado por un peso sobre su espalda y una mano que le sujetaba el cuello. Peter se revolvió para intentar liberarse, buscando con sus dedos los puntos más vulnerables de cualquier agresor: los ojos.
-Quieto –ordenó una voz femenina sujetando el filo de un cuchillo contra el cuello del terrestre. –No te muevas o te abro una segunda garganta, cabrón.
Peter se quedó congelado.
-¿Va… Valeria? ¿Eres tú?
-Yo hago las preguntas –replicó la joven. –Sé lo que has hecho, traidor. ¿Me tomabas por estúpida? ¿De verdad pensaste que no averiguaría que fuiste tú quien contrató al asesino? Nadie más aparte de Miska, su hermano y nosotros tres sabía lo de la cena en el restaurante. Ese trabajo llevaba tu marca astuta y traicionera desde el principio. Y por si fuera poco has venido aquí, a pagar a la familia del fallecido el resto del contrato. Muy noble por tu parte, y también muy idiota.
-¡Espera, Valeria! No es lo que piensas.
-Tendrás que hacerlo mejor –dijo Valeria haciéndole un pequeño corte en el cuello a Peter por el que empezó a brotar la sangre. –No pienses que por ser de mi equipo estás a salvo de mí, Peter. Conozco muchas maneras de hacerte daño sin tener que matarte.
No amenazaba, ni siquiera parecía enfadada. Por su tono de voz bien pudiese estar deseándole buenos días, lo que hacía que fuese aún más aterradora.
-Escúchame, por favor –suplicó el terrestre haciendo una mueca de dolor. –No soy un traidor. Sí, yo contraté al asesino, pero para que matase a Miska. Tú estuviste allí, seguro que te diste cuenta de que en ningún momento atacó a Nero. Si el asesino conseguía matarla nos librábamos de una rival y podíamos vender la historia del amor trágico, y si fracasaba igualmente saldríamos ganando al conseguir publicidad. Era un plan perfecto.
La antigua Cuervo Rojo no dijo nada. Durante diez latidos de corazón permaneció sobre Peter, su cuchillo preparado en su cuello, su otra mano inmovilizándole la cabeza contra los fríos y sucios adoquines con una presa de hierro.
-No vuelvas a hacer nada como esto, o lo lamentarás.
La joven retiró el cuchillo y soltó al terrestre.
-Gracias, Valeria –dijo Peter alzando el rostro. –Te juro que…
No llegó a acabar la frase: estaba solo. No había nadie en el callejón. Miró a un lado y a otro e incluso a los tejados,  con el mismo resultado. Valeria se había desvanecido como un fantasma.
Para que luego digan de Batman.

-Bueno –dijo incorporándose hasta quedarse sentado sobre el sucio suelo, con la cabeza dándole vueltas y todo el cuerpo dolorido. Escupió un diente suelto, comprobó que la consola no se había roto y se llevó una mano al cuello para detener la pequeña hemorragia. -Podría haber salido peor.

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