Peter echó una mirada a través de los cristales del
bar. Había una fábrica delante del local, con una puerta metálica vigilada por
un par de guardias, muros altos para disuadir a los extraños y una gran
chimenea que vomitaba humo blanco sobre el cielo de la ciudad. Justo ahora se
había acabado un turno de la fábrica y decenas de obreros salían en esos
instantes por la puerta, sus rostros cansados y sucios tras diez horas de
trabajo.
-No… no lo entiendo –dijo Clarence, sentado enfrente
suyo. Su barba de cuatro días y su sonrisa confiada no podían ocultar el temor
que reflejaban sus ojos. –Creía que teníamos un acuerdo.
Peter no respondió al momento. Soltó un largo
suspiro de incomodidad, rascándose la nuca con una mano mientras de reojo veía
como un gran número de trabajadores se dirigían al bar. El camarero y el dueño
del bar, sin duda familiares por el parecido, preparaban mesas a toda prisa.
Encendieron la radio, sintonizando una emisora de deportes.
-Y aún lo tenemos –acabó diciendo el terrestre,
recorriendo distraído con un dedo su vaso medio vacío de licor.
-¡Dragones! Entonces, ¿cómo es que el “Heraldo de la
Mañana” y el “Noticias De Hoy” publicaron la noticia del intento de asesinato
de Miska y Nero, con crónica de lo sucedido y hasta fotos? No me dirás que
casualmente esos dos periódicos tenían un reportero en el Vandôme.
-No, claro que no –respondió Peter. –Yo les
proporcioné el material.
El periodista puso una cara de sorpresa tan ridícula
que Peter estuvo a punto de echarse a reír. ¿Qué
esperabas, que lo negase?, pensó el terrestre. Me parece que todavía no te has dado cuenta de quién tiene la sartén
por el mango.
-Vamos, Clarence, no te lo tomes a mal; sabes tan
bien como yo que tu periódico sólo trata temas deportivos: carreras de
dragones, algún cotilleo de los especiales para llenar páginas y cosas por el
estilo. Aquí estamos hablando de un intento de asesinato, una noticia más
propia de periódicos de verdad –oh, perdona, no quería decir eso- que no de
crónicas deportivas.
-Pero…
-¡Pero nada, hombre! –le interrumpió Peter antes de
que Clarence pudiese recuperarse y presentar una queja con sentido. – ¿A qué no
viste la noticia de “Superman muere” en primera plana de la prensa deportiva?
¡Claro que no, porque no tendría ningún sentido! Superman era un icono de la
cultura pop desde hacía más de cincuenta años y un mito para más de tres generaciones
desde la primera película, pero no pinta nada con Michael Jordan.
Clarence abrió la boca, pero ninguna palabra salió
de ella. Se quedó mirando al terrestre con los ojos abiertos de par en par y la
frente arrugada como si estuviese intentando descifrar un galimatías sin
sentido.
-Vale, tienes razón, puede que no sea el mejor ejemplo
–reconoció Peter tras unos incómodos instantes de silencio. -Este mundo no
tiene ni la más puñetera idea de quién es Superman. Y además en realidad no
murió, si no que sólo fue una estrategia de la editorial de cómics para conseguir
publicidad gratuita y aumentar las ventas. Lo que quiero decir es esto: cada
cosa a lo suyo.
Los trabajadores entraron en tropel al bar,
inundando el local con sus voces graves, sus demandas de bebida y su peste a
sudor y a cigarrillo recién encendido. Peter les observó mientras se sentaban
en las mesas o en la barra, reparando en sus manos llenas de callos, sus
espaldas encogidas y sus ropas gastadas por el uso.
Casi parecen
salidos de una película del Londres victoriano,
pensó Peter acabándose su vaso de licor. Dos hombres tenían la tos seca y
compulsiva propia de los fumadores crónicos y que no prometía nada bueno.
-¿Y ahora, qué? –preguntó Clarence cuando el barullo
del bar se redujo lo suficiente para que pudiesen escucharse el uno al otro. En
su voz había una nota de amargura y desesperación que rozaba lo patético. –Yo…
necesito tus artículos. Se los prometí a mis jefes.
-Y los tendrás –respondió Peter. –Pero ya no serán
tus exclusivas. Nero y Miska han pasado a ser un interés general, y ahora hay
muchos periódicos que están deseando publicar noticias sobre ellos. Sería
estúpido por mi parte negárselo.
-¿Y cómo les explico eso a mis jefes? Creerán que
les estoy engañando y que vendo las noticias a la competencia.
-Eso, amigo mío –dijo el terrestre recogiendo su
mochila y poniéndose de pie para marcharse-, es problema tuyo.
Dejo atrás el ruidoso bar y se internó en los
barrios bajos de la ciudad, no demasiado diferente –bichos gigantes a parte- a
los suburbios de la ciudad de Fortuna. Los
mundos son diferentes, pero los pobres son pobres en todas partes. Sus pies
le llevaron a través de callejuelas recubiertas de basura que apestaban a
meados, con los adoquines agrietados y recubiertos de una mugre gris verdosa
tras años de abandono. Se encontró con niños de aspecto demacrado que vestían
ropas llenas de parches, con vendedores ambulantes de comida que prometían que
la suya era carne de vaca y no de rata, con prostitutas que se le insinuaban
con desgana. Un sinfín de rostros, de personas y lenguas; pero en todos ellos
la misma mirada, la misma chispa oculta de miedo.
La sombra de un dragón verde que volaba a baja
altura, agitando a su paso las ropas tendidas entre los edificios, oscureció
por unos segundos la calle en la que se encontraba. Los niños lo observaron
maravillados, ajenos a la indiferencia de la bestia.
Que apropiado,
pensó el terrestre con una sonrisa amarga.
Llegó a su destino cuando el Sol empezaba a ponerse:
una vieja casa de dos plantas en un callejón de mala muerte. Sin prisas,
asegurándose de que no había nadie que pudiese verle, Peter rebuscó en su
mochila, apartando a un lado la consola y un par de libros hasta dar con un
sobre doblado sobre sí mismo que sacó y pasó por debajo de la puerta. Luego,
asintiendo satisfecho para sí, retrocedió un par de pasos mientras miraba a los
lados para comprobar una vez más que nadie le hubiese visto.
Nada. El callejón estaba desierto a excepción de una
rata del tamaño de un gato que le observaba con curiosidad animal.
-Una cosa menos –musitó en voz baja sacudiéndose las
manos. –Bien hecho, Peter, ahora ya…
El chillido de la rata fue todo el aviso que tuvo
antes de verse arrojado de bruces contra el suelo de un golpe en la cabeza que
le hizo ver las estrellas y saborear su propia sangre. Ignorando el súbito estallido
de dolor y sin saber aún quien le estaba atacando intento ponerse de pie, pero
se encontró inmovilizado por un peso sobre su espalda y una mano que le
sujetaba el cuello. Peter se revolvió para intentar liberarse, buscando con sus
dedos los puntos más vulnerables de cualquier agresor: los ojos.
-Quieto –ordenó una voz femenina sujetando el filo
de un cuchillo contra el cuello del terrestre. –No te muevas o te abro una
segunda garganta, cabrón.
Peter se quedó congelado.
-¿Va… Valeria? ¿Eres tú?
-Yo hago las preguntas –replicó la joven. –Sé lo que
has hecho, traidor. ¿Me tomabas por estúpida? ¿De verdad pensaste que no
averiguaría que fuiste tú quien contrató al asesino? Nadie más aparte de Miska,
su hermano y nosotros tres sabía lo de la cena en el restaurante. Ese trabajo
llevaba tu marca astuta y traicionera desde el principio. Y por si fuera poco
has venido aquí, a pagar a la familia del fallecido el resto del contrato. Muy
noble por tu parte, y también muy idiota.
-¡Espera, Valeria! No es lo que piensas.
-Tendrás que hacerlo mejor –dijo Valeria haciéndole
un pequeño corte en el cuello a Peter por el que empezó a brotar la sangre. –No
pienses que por ser de mi equipo estás a salvo de mí, Peter. Conozco muchas
maneras de hacerte daño sin tener que matarte.
No amenazaba, ni siquiera parecía enfadada. Por su
tono de voz bien pudiese estar deseándole buenos días, lo que hacía que fuese
aún más aterradora.
-Escúchame, por favor –suplicó el terrestre haciendo
una mueca de dolor. –No soy un traidor. Sí, yo contraté al asesino, pero para
que matase a Miska. Tú estuviste allí, seguro que te diste cuenta de que en
ningún momento atacó a Nero. Si el asesino conseguía matarla nos librábamos de
una rival y podíamos vender la historia del amor trágico, y si fracasaba
igualmente saldríamos ganando al conseguir publicidad. Era un plan perfecto.
La antigua Cuervo Rojo no dijo nada. Durante diez latidos
de corazón permaneció sobre Peter, su cuchillo preparado en su cuello, su otra
mano inmovilizándole la cabeza contra los fríos y sucios adoquines con una presa
de hierro.
-No vuelvas a hacer nada como esto, o lo lamentarás.
La joven retiró el cuchillo y soltó al terrestre.
-Gracias, Valeria –dijo Peter alzando el rostro. –Te
juro que…
No llegó a acabar la frase: estaba solo. No había
nadie en el callejón. Miró a un lado y a otro e incluso a los tejados, con el mismo resultado. Valeria se había
desvanecido como un fantasma.
Para que luego
digan de Batman.
-Bueno –dijo incorporándose hasta quedarse sentado
sobre el sucio suelo, con la cabeza dándole vueltas y todo el cuerpo dolorido. Escupió
un diente suelto, comprobó que la consola no se había roto y se llevó una mano
al cuello para detener la pequeña hemorragia. -Podría haber salido peor.
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