Hoy
El presidente de la Asociación de Carreras de Dragón era un hombre
anciano. Flaco, con la cara llena de arrugas y manchas de la edad,
vestía un traje de corte antiguo y se inclinaba sobre el micrófono
como si estuviese a punto de caerse. Tosió un par de veces, una tos
seca y apagada que casi ni se oía.
Las
poco más de cien personas reunidas en la sala principal del hotel
Majestique aguardaban en un silencio expectante a que el anciano
reuniese las fuerzas suficientes para hablar. Entre ellos estaban las
principales figuras del país, políticos, empresarios e incluso
algún miembro de la antigua nobleza. También había periodistas, un
pequeño número procedentes de los periódicos deportivos que no paraban de
tomar notas, y guardias, armados con trabucos que vigilaban las
entradas.
Pero
a Miska toda esta gente no le llamaba lo más mínimo la atención;
los había visto una y mil veces antes en fiestas y eventos. Sus ojos
verdes iban al resto de personas, las que habían acudido
especialmente para esta ocasión. Un hombre negro, tan corpulento
como su hermano y con el pecho desnudo cubierto de tatuajes azules.
Un par de mujeres, idénticas, con la piel pálida como la leche, el
cabello rubio y la
mirada fría e indiferente.
Otro hombre, con el rostro
afilado como una cuchilla,
que vestía una extraña túnica amarilla con caracteres escritos,
las manos ocultas en unas amplias mangas. Y como ellos había más,
muchos más, en parejas o en grupos más grandes, por toda la sala.
Especiales. Viajeros de la Torre. Formaban parte de los equipos que
habían ganado las ligas de los otros países, así que serían los
rivales a los que deberían enfrentarse en el mundial. Y todos
parecían peligrosos, cada uno a su manera.
Tranquila,
Miska, pensó, dando un sorbo de
la copa de vino blanco que sostenía en la mano. Nadie más
tiene un dragón de guerra. Podemos ganar. Sonrió
con confianza, fingiendo una seguridad que estaba lejos de sentir,
para presentar una imagen de fortaleza. Estaba segura que, al igual
que ella les observaba, ellos hacían lo mismo. No podía parecer
débil.
Su hermano Ronick se colocó a su lado, protector.
-Buenas
tardes a todos -dijo el presidente de la asociación. Su voz sonó
con claridad por toda la sala gracias a media docena de altavoces.
-En primer lugar, quiero agradecerles a todos ustedes su presencia
hoy. Las carreras de dragón es un noble deporte, cuya historia se
remonta a...
El
anciano hablaba y hablaba, relatando los primeros tiempos de las
carreras de dragón con la pasión cultivada tras toda una vida
dedicada a ese deporte. Miska no se encontraba con animo de fingir
interés por un discurso aburrido, así que siguió buscando entre
los presentes a más viajeros hasta que se encontró con unas caras
conocidas: Nero, Valeria y Peter. De los tres, Nero era el único que
parecía mostrar el más mínimo interés por el discurso del
anciano, aunque seguramente estuviese actuando.
Ellos
también tienen un dragón de guerra,
pensó Miska rectificando su anterior afirmación. Pero no
cuenta, claro. No son
una amenaza.
Como le había explicado Nero, su equipo había pedido formalmente
que les concediesen una plaza para el mundial. Era un secreto a voces
que el presidente les rechazaría, pero aún así habían venido.
Quizás tenían la esperanza de que se produjese un milagro, o
simplemente querían ver como eran los ganadores de los otros países.
-...
y así llegamos hasta nuestros días -dijo el presidente, dando por
finalizada una charla de más de treinta minutos sobre los orígenes
de las carreras de dragones. El anciano hizo una pausa para beber un
vaso de agua que le trajo un ayudante, mientras la mayoría de
personas de la sala cuchicheaban entre ellas, impacientes por que
confirmase de una vez lo que todos ya sabían.
-Y ahora -continuó el anciano- procederé a comunicar la lista de
equipos clasificados para el mundial de este año.
-Por
fin -susurró Miska lanzando un suspiro-, ya pensaba que nos íbamos
a tirar aquí todo el día.
Ronick sonrió, divertido ante sus palabras.
-En primer lugar, procedentes del país de Marlle, Miska y Ronick.
Suban al estrado, por favor.
Allá
vamos. Le hizo un gesto con la
cabeza a su hermano para que la siguiera, tragó saliva y mostrando
su mejor sonrisa se dirigió hacia donde les aguardaba el presidente.
La
gente se apartaba a su paso, personas importantes de este mundo y
viajeros de la Torre por igual. Más de un centenar de personas la
estaban observando. Era consciente de la imagen que ofrecía, y le
gustaba: una preciosa mujer, tentadora, segura de sí misma. Sentirse
el centro de atención de tanta gente era como... como si una
descarga de energía llenase todo su ser.
Le encantaba. Era uno de los motivos por los que valía la pena
vivir.
Subió las escaleras que llevaban al estrado, su hermano unos pasos
por detrás de ella, y saludó con una coqueta sonrisa y una pequeña
inclinación de los hombros -lo que le daba un primer plano de su
escote- al anciano presidente cuando llegó a su lado.
-Buenas tardes, presidente.
El anciano parpadeó, sorprendido ante la insinuación de la carne.
Intentó apartar la vista, pero sus ojos regresaban una y otra vez al
mismo punto.
Todos
los hombres son iguales, pensó
Miska con satisfacción. Incluso los viejos.
-Eh... sí... buenas tardes -acabó consiguiendo decir el presidente,
sus ojos aún clavados en los pechos de Miska. El par de ayudantes
que le acompañaba, avergonzados, miraron hacia otro lado hasta que
el anciano consiguió recuperar el aplomo y apartar la mirada. Luego
caminó con pasos tambaleantes hacia una mesa escoltada por guardias,
de donde recogió un par de medallas antes de regresar junto al
micrófono. -Estas medallas -anunció con voz grave-, son la
recompensa por conseguir un puesto para el mundial. Es una pequeña
muestra del honor que estos jinetes de dragón se merecen.
Cada
medalla era un circulo de oro de unos cinco centímetros de diámetro,
con el dibujo de un dragón con el cuerpo enroscado grabado con
maestría en su superficie. Los ojos eran dos rubíes
resplandecientes, mientras que las fauces abiertas revelaban una
hilera de diamantes en forma de colmillos. No habían escatimado en
gastos.
El presidente se acercó a Miska y a Ronick para darles las medallas,
y la mujer de pelo azul dio un pequeño paso a atrás y le hizo un
gesto con la mano a su hermano para que fuese primero. Ronick la miró
sorprendido, pero hizo lo que le pedía. Se acercó al anciano e
inclinó la cabeza lo suficiente para que éste pudiese ponerle la
medalla. Una vez el disco dorado rodeó su cuello se echó a un lado,
dejando sitio a su hermana.
Miska
caminó hacia al presidente, insinuante, sonriendo como si el hombre
que tuviese delante fuese un atractivo joven. Despacio, saboreando el
momento, inclinó la cabeza de tal manera que una vez más los ojos
del anciano no pudieron evitar verse atraídos por los encantos de la
mujer. Y, al igual que antes, sus ayudantes se apresuraron a mirar
hacia otro lado. El presidente tragó saliva y con manos temblorosas
procedió a rodear el cuello de Miska con la medalla, tan cerca que
la mujer podía sentir su desagradable aliento sobre su rostro. Tan
cerca que nadie más se daría cuenta.
Ahora.
Sus ojos resplandecieron de color dorado.
-Acepta la petición de Nero. Dales una plaza para el mundial.
Por un instante el presidente se quedó quieto, paralizado, su rostro
marcado por el conflicto de voluntades. Intentaba luchar contra el
poder de Miska, pero era una batalla perdida de antemano. Tras unos
instantes se relajó y adoptó una expresión calmada, su voluntad
alterada para seguir las órdenes de la mujer. El efecto sólo
duraría unos minutos, pero sería suficiente. Una vez pronunciada la
declaración en público ya no podría echarse atrás.
-Gracias -dijo Miska, echándose hacia atrás con la medalla
envolviendo su cuello. Echó una rápida mirada a su alrededor,
confirmando que nadie se había dado cuenta de lo que acababa de
pasar. Nadie lo había visto.
Ella y su hermano regresaron a su sitio entre la multitud justo a
tiempo de escuchar como el presidente anunciaba que, tras mucho
reflexionar y considerar todos los puntos, había decidido aprobar la
petición del equipo de Nero. Les concedía una plaza para el
mundial.
Exclamaciones de asombro e incredulidad, miradas consternadas, unos
tímidos aplausos y un grito que se escuchó con claridad: “¡Lo
sabía! ¡Sabía que lo conseguiríamos!”
Era sorprendente, pero no increíble. Todo el mundo pensaba que el
presidente rechazaría la solicitud, pero había que reconocer parte
de razón en el argumento del equipo de Nero: de no ser por la
intervención de un equipo que ya estaba expulsado hubiesen ganado. Y
además, los patrocinadores habían presionado duramente para
conseguir que participasen en el mundial. Tenía sentido que el
presidente hubiese acabado cediendo.
Nadie parecía sospechar nada.
-¿Por qué lo has hecho, hermana?
Ronick.
Miska alzó el rostro para
enfrentarse con la dura mirada de su hermano.
-¿Por simpatía? ¿Por amor? ¿O es que acaso creías que tenías
que devolverle el favor después de que él nos dejase ganar en el
clasificatorio? -Su hermano hablaba en voz baja, pero sus palabras
estaban cargadas de crítica. Miska podía contar con los dedos de
una mano cuantas veces Ronick le había hablado en ese tono. -Sabes
que nuestro mundo está acabado, hermana. Que nosotros mismos nos
salvamos sólo gracias a las súplicas de nuestra madre y al
sacrificio de muchos otros. No podemos fracasar. Lo que has hecho ha
sido un riesgo estúpido que nos ha puesto en peligro y que
dificultará que ganemos el mundial. Lo que tú has hecho ha sido
una...
Miska le cruzó la cara a su hermano con una floja bofetada.
-Basta, Ronick.
El
hombretón se llevo la mano a la mejilla, más sorprendido que
dolido.
-Era un riesgo controlado, hermano. Verás, Nero no puede matarme.
Para él, yo soy una amiga demasiada valiosa. Y para nosotros es un
aliado, otro dragón de guerra sobre el cual nuestros rivales
destinaran sus ataques. Un equipo que parece más peligroso que
nosotros, ya que ellos hubiesen ganado el clasificatorio de no ser
por Otome.
-Yo... entiendo. Tienes razón. Perdona, hermana. Entonces, ¿si el
equipo de Nero se pone en nuestro camino nosotros...
Se calló, esperando a que Miska acabase la frase por él.
-Acabaremos con ellos -concluyó la mujer de pelo azul. Sus ojos
verdes fueron hacia Nero, que eufórico por la noticia bailaba
abrazado con Peter mientras Valeria los contemplaba avergonzada. -Lo
único que nos importa es pasar la prueba de la Torre.
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