Sin
contarles a ellos, había otros 72 equipos en el mundial.
A dos
especiales por dragón sumaban un total de 144 personas con poderes que
participaban en una misma carrera. 144 personas, pensó Peter mordisqueando
un lápiz. Eso son demasiados poderes,
demasiados factores imprevistos a tener en cuenta. Ninguna película de
superhéroes se atrevería a poner tantos.
El
terrestre se encontraba en una habitación de la casa que compartía con Nero y
Valeria y que hacía las funciones de taller/despacho de investigación. Armarios
atestados de cachivaches electrónicos y herramientas compartían espacio con cuadernos
llenos de notas y pilas de periódicos deportivos que llegaban hasta el techo,
organizados según la fecha y el país de origen. En una pared había un tablón de
corcho con esquemas de circuitos eléctricos, noticias deportivas y páginas
arrancadas de los periódicos, los párrafos subrayados por colores en función de
su importancia. Sin ventanas y con la puerta cerrada a cal y canto, sólo una
pequeña lámpara de flexo –diseñada por el propio Peter- iluminaba la mesa de
madera oscura sobre la cual el terrestre realizaba sus trabajos.
—144
personas —murmuró Peter en voz baja, dando un sorbo a la taza de café que tenía
al lado y que las sirvientas le iban rellenando continuamente.
Estaba cansado.
Llevaba dos días sin dormir, analizando a los rivales contra los que se
enfrentarían Nero y Valeria, averiguando sus poderes y clasificándolos según lo
peligrosos que podían ser. Se le cerraban los ojos, le pesaban las extremidades,
se mareaba si hacía movimientos bruscos y aunque no se había mirado ante un
espejo estaba seguro que debía tener unas ojeras épicas. Nunca había sido un
tipo resistente; seguía en pie a base de café y pura cabezonería.
—Vamos
Peter, tú puedes.
Apenas tenían
una semana hasta el mundial. Había estado tan ocupado presionando a los
patrocinadores y a la prensa para conseguir que aceptasen su recurso y les
diesen una plaza, aún pensando en secreto que no tenían ninguna posibilidad,
que no había tenido tiempo de preparar nada por si al final se salían con la
suya. Ningún invento milagroso ni astuta estrategia que les salvase el día.
Sacudió la
cabeza y dio una fuerte palmada, regresando al trabajo con renovadas -aunque escasas- energías. Se
obligó a ponerse de pie y a inspeccionar el tablón de corcho donde había colocado
las noticias relacionadas con los rivales más peligrosos. Las gemelas Rostov,
el negro tatuado Ulakele, el maquiavélico Soon-Yin, Magnus el psicópata… Todos
y cada uno de ellos suponían una amenaza. Las Rostov parecían inmunes a
cualquier ataque, Ulakele había tumbado a un dragón ariete de un puñetazo, Soon-Yin
había ganado la liga en su país sin tener que enfrentarse directamente a ningún
otro equipo gracias a sus engaños e ilusiones y Magnus había mutilado a la
mitad de sus oponentes –y disfrutado mucho con el proceso, por lo que decían
las crónicas de las carreras-.
No es la clase de persona con la que me gustaría
encontrarme en un callejón oscuro, pensó Peter reprimiendo un escalofrío. En las fotos de los diarios
Magnus aparecía siempre sonriendo, con el cabello cortado al cero y su rostro moreno
desfigurado por un sinfín de cicatrices que le cruzaban la cara de izquierda a
derecha. Por su aspecto hubiese podido pasar perfectamente como un miembro más
en una banda de bandidos de una película basada en un futuro apocalíptico, como
Mad Max. Su poder de manipular su propia sangre para crear armas afiladas y
látigos lo hacía aún más siniestro si cabe.
En realidad, no me gustaría encontrarme con ninguno de
ellos en un callejón oscuro, pensó
Peter repasando las victorias y proezas de los viajeros. Soltó una exclamación
de sorpresa al darse cuenta que había pasado por alto el dragón de Ulakele, un
raro ejemplar de la raza a la que apodaban mantícora.
Rápido como
un rayo, Peter se dirigió hacia una de las pilas de periódicos y rebusco entre
ellos hasta encontrar lo que buscaba: un viejo libro con el lomo gastado
titulado “Enciclopedia dracónida” y que había leído al principio de su estancia
en Roa. Dejó el grueso volumen sobre la mesa, lo abrió por la mitad y se mojó
la punta de un dedo con saliva, recorriendo páginas y páginas hasta que llegó
al apartado dedicado a especies raras.
Cruce entre
un ariete y un carnicero, los mantícoras eran dragones resistentes y veloces,
con las escamas marrones, la cola y la espalda recubierta de púas y una
prominente cornamenta que apuntaba hacia el frente. Con unas capacidades
defensivas y ofensivas sólo superadas por un dragón de guerra, la única razón
por la que no eran más comunes eran por la dificultad de criarlos y porque no
podían reproducirse.
—¡Mierda! —exclamó
Peter golpeando con rabia la mesa y provocando que un aluvión de notas cayese
sobre el suelo. No había tenido en cuenta que había otras especies de dragones,
poco comunes y valiosas, que pudiesen reducir la ventaja que tenían con
Estrellita. Ante un viajero de la Torre que había superado más pruebas que
ellos –y que por lo tanto era más poderoso-, este hecho podía significar la
diferencia entre la vida o la muerte.
Se llevó la
taza de café a los labios, soltando una nueva maldición al comprobar que estaba
vacía. No hacían más que surgir nuevas complicaciones. Ahora debería repasar de
nuevo a todos los participantes en el mundial y comprobar sus dragones. Puede
que incluso debiera hacer cambios en su lista de rivales más peligrosos, y
desde luego debería tener esto en cuenta para planificar la estrategia para la
carrera.
Y ni siquiera
había pensado todavía cómo demonios enfrentarse a Miska. Ella, su hermano y su
dragón de guerra eran sus principales rivales. Eran más poderosos, más
decididos y tenían más experiencia. Para empeorar aún más las cosas, dudaba que
Nero estuviese dispuesto a matarla.
Llamó a
gritos a la sirvienta para que le trajese más café, se dejó caer sobre la silla
y lanzó un bostezo que se alargó durante varios segundos. Se rascó un brazo
mientras esperaba, pensando cuánto más le gustaría poder dedicarse a otra cosa,
como ser guionista o escritor, antes que complicarse la vida en esta misión
imposible.
Pero era su
deber. Debía hacer cuanto estuviese en su mano para superar las pruebas de la
Torre y visitar nuevos mundos cuya localización revelar a la Tierra. Hacía
meses que había informado sobre Roa, y esperaba que en unos cinco o seis años
llegase su gente.
Con
esfuerzo y un poco de suerte, él ya estaría en otro mundo.
—Vamos,
Peter —dijo aguantándose las ganas de bostezar de nuevo y poniéndose de pie. —Aún queda mucho por hacer.
Hola,
ResponderEliminarDe este capítulo me quedo con la sensación que les van a dar una tunda de palos impresionante. Incluso Peter piensa que puede ser que en 5 años todavía estén en este mundo (lo cual es pesimista y optimista a la vez, pues asume que sobrevivirán a esta carrera).
Hola Jaime,
ResponderEliminarEsa esa la idea que quería trasmitir con esta parte: que lo van a tener muy difícil y que no tienen ni asegurada su supervivencia.