Nero Van Der
Nero, el mejor actor de un pueblo masacrado y reducido a cenizas, guardaba
silencio. Sentado sobre un tocón de árbol, con la barbilla apoyada sobre las
manos, contemplaba la noche con una expresión de desolación.
Tenían un puesto
para el mundial.
Lanzó un suspiro
cargado de dudas y preocupaciones. Su vida, como la había conocido hasta ahora,
ya nunca volvería a ser igual. Miro hacia el cielo, iluminado tan sólo por las
estrellas y la pálida luz que reflejaba la Luna, preguntándose qué le depararía
el destino.
—¿Qué te pasa,
compañero? ¿Estás asustado?
Valeria se le
acercó, sus ágiles y pequeños pasos tan silenciosos como los de un ratón, y se
sentó a su lado con las manos apoyadas sobre el tocón. Llevaba unas zapatillas
acolchadas de color rosa y vestía un pijama verde con pequeños y sonrientes
dragones bordados. Le miraba burlona, sus ojos rojos destellando con malicia.
Nero escogió
–llevado por la prudencia- no hacer ningún comentario chistoso sobre su pijama.
Para ser una espadachina asesina con afición por las armas afiladas, Valeria
tenía un gusto de lo más infantil en lo referente a la ropa para irse a dormir.
—Asustado es
poco, Valeria. Estoy aterrorizado. Al principio, con la emoción de haber
conseguido clasificarnos para el mundial no lo pensé mucho, pero luego le he
ido dando vueltas y…
—Te has cagado
encima —le interrumpió la joven con la sombra de una sonrisa danzando en sus
finos labios.
— ¡Pues claro
que sí! —replicó Nero levantándose y poniéndose a caminar nerviosamente
alrededor del tocón. — ¿Cómo quieres que esté? Yo era un tipo normal, un actor
que lo más cerca que había estado de un combate era cuando representaba alguna
escena con espadas de madera. Y ahora me toca participar en una carrera a muerte
con dragones y con unos tipos cargados de poderes. ¿Y qué puedo hacer yo, eh?
¿Qué gran poder me ha dado la Torre para combatir contra gente que lanza rayos
y que derriba casas de una patada?
Con las manos en
las caderas y el ceño fruncido se giró hacia Valeria, esperando a que la joven
le respondiese.
—No sé —dijo
Valeria tras unos instantes, encogiéndose de hombros. — ¿Te ha hecho mejor
actor?
— ¡Exacto! —exclamó
Nero, señalándola con un dedo cargado de reivindicativo entusiasmo. — ¿Te
parece justo? Ya me puedo imaginar la escena, con alguno de esos monstruos que
nos encontraremos en el mundial pateándome el trasero y yo haciendo mi mejor
interpretación de “persona-a-la-que-le-están-pateando-el-trasero” —. Movió el
cuerpo de un lado a otro como si le estuviesen dando golpes al tiempo que
lanzaba unos falsos y agudos chillidos de dolor que arrancaron unas carcajadas
a Valeria. Luego, cansado tras su pequeño espectáculo, se sentó de nuevo en el
tocón y lanzó un profundo y melodramático suspiro. —Seguro que me aplauden y
todo.
—Yo lo haría.
—Oh, cállate. Tú
lo tienes fácil, siendo una super asesina letal, una “ninja” de esas que dice
Peter. Hasta tienes unos molones ojos rojos con los que puedes ver en la
oscuridad y esquivar todos los ataques.
—En cambio tú
eres torpe y quejica. Siempre lloriqueando, protestando por el entrenamiento,
por lo injusto que ha sido el mundo contigo o por las duras decisiones que
debes tomar. ¿Es qué crees que el resto de personas no tenemos nuestros propios
problemas?
—Eh… —Nero enarcó
una ceja. —¿No se supone que deberías intentar animarme?
—Por no hablar
de tus insoportables manías —continuo Valeria sin hacerle caso, su voz cada vez
más airada. —Tu pelo. ¿Qué pasa con él? ¿Por qué tienes que estar todo el día
arreglándotelo y toqueteándolo? ¡Si eres peor que las damas nobles de la ciudad
de Fortuna!
—Me… me gusta
tener el pelo bonito —dijo Nero a la defensiva, encogido ante el aluvión de
críticas que le estaban cayendo encima.
—Y luego está
eso de hacerte amigo de Miska. ¿No se te podía ocurrir nada más complicado que
trabar amistad con nuestra principal enemiga, verdad? Esa mujer es un peligro,
una zorra manipuladora que no dudará ni un segundo en traicionarte con una
bonita sonrisa y un meneo de esos enormes pechos que tiene. No te puedes fiar
de ella, Nero. Por muy bien que te caiga, es una rival para superar la prueba
de la Torre.
El actor bajó la
mirada, consciente que buena parte de lo que había dicho Valeria era verdad.
Quizás todo. Se cruzó de brazos, abrazándose a si mismo, al sentir un
escalofrío que poco tenía que ver con la agradable temperatura nocturna.
Había cometido
errores. Mucha gente había muerto por su culpa, directa o indirectamente.
Soldados y guardias en Navar. Espectadores inocentes en este mundo. Se aferraba
a su pasado como actor, pero lo cierto es que él ya no lo era. Desde
el mismo instante en que el hombre pálido irrumpió en su vida, asesinando a
Eyre y al resto, que ese camino se había acabado. En ese momento, Nero, el
simpático y algo estúpido actor había muerto, y ya iba siendo hora de que lo
aceptase.
Ahora sólo
quedaba Nero, el viajero de la Torre, un hombre que para alcanzar su meta debía
estar dispuesto a todo.
Maldito
seas, monstruo, pensó recordando el rostro frío e
indiferente del hombre pálido. Maldito
seas por obligarme a convertirme en un asesino.
—Sé que tienes
razón, Valeria —dijo Nero. —Lo sé. Debería ser más duro, más decidido. Te… —tragó
saliva, buscando el coraje para decir las siguientes palabras— te prometo que
esta vez no me echaré atrás. Ya nos enfrentemos a Miska u a otro especial, en
el mundial iré a por todas.
—Bien.
La mano de la
joven se apoyó sobre su hombro, ofreciéndole su consuelo.
—Y yo te
protegeré. Tienes mi palabra, así que levanta la cabeza y anímate, hombre, que
el Cuervo Rojo impedirá que te pase nada.
Nero alzó el
rostro y cubrió con su mano la de Valeria, los dedos cubiertos de callos por
las innumerables horas de entrenamiento con los suyos más grandes y delicados.
La miro a los ojos, que brillaban con emoción contenida.
—Gracias.
Es tan parecida
a Eyre. ¿O Eyre se parece a ella? Al fin y al cabo la madre de Valeria es la
tatatara-abuela de Eyre. O algo así. El mismo rostro suave y redondeado,
las mismas facciones infantiles. La nariz era un pelín diferente, más
puntiaguda, y su cabello era más liso y corto, pero casi tenía el mismo sentido
del humor. La siguió mirando, hipnotizado, hasta que ella se apartó con una
risita.
— ¿Qué pasa?
— Nada, es sólo
que —Valeria se interrumpió, incapaz de seguir hablando debido a la risa que se
apoderó de ella. Nero frunció el ceño, aunque no pudo evitar acabar riendo,
contagiado por su buen humor.
— ¿Qué pasa? —le
preguntó entre risas. — ¿Es que te has acordado de un chiste?
—No, no —respondió
Valeria—, es sólo que es tan ridículo… Me has dicho un montón de veces que has
hecho papeles de héroe y lo bien que lo hacías, pero nunca me habías contado
que también se te daba genial hacer de princesa.
La risa de Nero
se le congeló en la garganta.
— ¡Pero no te
preocupes —exclamó Valeria poniéndose de pie y haciendo una reverencia que era
una torpe imitación de las que realizaba el personaje de Romeo—, mi amor,
porque yo te protegeré! Ni tu familia ni nadie nos podrá separar…
—¿Ni siquiera un
dragón de guerra? —preguntó Nero con tono burlón. Se levantó y se plantó ante
Valeria, una mano en la cadera y la otra haciendo un ademán de lo más femenino.
—Porque te recuerdo que esta “princesita” te salvó la vida cuando Estrellita
estuvo a punto de tragarte entera.
Aja, pensó
Nero al ver como la risa se le cortaba en seco. Donde las dan las toman.
—Eso —dijo
Valeria golpeándole en el pecho con el dedo índice—, ha sido un golpe bajo.
-Lo tuyo
también, mi valiente héroe.
Valeria sonrió.
Nero le devolvió la sonrisa.
Un segundo más
tarde la envolvió con sus brazos y la besó. La joven se quedó quieta, con las
manos cerradas y pegadas al cuerpo y la espalda envarada, sin participar pero
sin rechazarlo. Nero saboreó sus labios con la punta de su lengua, acariciando
su cuello, venciendo su escasa resistencia hasta que Valeria relajó la postura
y lo rodeo con sus brazos, sumergiéndose en su beso.
—No —susurró una
eternidad más tarde, bajando la cabeza, huyendo de una pasión que no podía
controlar.
Sí.
Lo quieres tanto como yo.
Nero recorrió su
rostro con sus dedos, besó su frente, sus ojos, su nariz; pequeños y suaves
besos en un inexorable descenso que le llevó de nuevo al calor de sus labios.
Valeria cerró los ojos y se abrazó contra él, respondiendo con sus propios
besos y caricias a las atenciones del actor.
—Eyre… —susurró
Nero.
Un latido de
corazón más tarde, al darse cuenta del nombre que había pronunciado, abrió los
ojos. Justo a tiempo de captar la expresión de dolor y sorpresa que se reflejó
en los de Valeria.
— ¡Basta! —exclamó
la joven, apartándolo de un empujón que lo mandó de bruces contra el suelo
antes de dar media vuelta y salir corriendo.
El antiguo actor
se quedó quieto, solo en mitad de la noche, con sus manos aun sintiendo el
calor de la mujer que se alejaba a toda prisa y una profunda sensación de
pérdida clavada en su pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario