Capítulo 23. La Mano del Demonio
Durante
un segundo, mientras sus pupilas se dilataban y su corazón daba un vuelco, lo
entendió: iba a morir. Era el fin. No podía hacer nada para evitarlo. Éste era
el precio a pagar por salvar la vida de Nero.
Soy una tonta,
fueron las últimas palabras que pasaron por su cabeza antes de que las fauces
del dragón se cerrasen sobre ella.
*******
Un día antes
La
mano del Demonio eran un grupo de montañas de varios centenares de metros de
altura llamadas así porque su disposición, vista desde los lomos de un dragón,
se asemejaba a una gigantesca mano con seis dedos con la palma hacia arriba: la
mano del Demonio según la mitología de Roa. En las tierras entre las montañas,
cubiertas por arboles de hojas amarillas y pequeños arbustos, cruzaban varios
ríos que acaban juntándose formando un lago de profundas y plácidas aguas
azules. Cervatillos, jabalíes y osos vivían en esta apartada zona.
En
la antigüedad los “dedos” habían sido el hogar de dragones, los cuales anidaban
en sus cimas o en las cuevas que se escondían por su superficie. No hace mucho
que se habían instalado en ellos los humanos, y hacía aún menos tiempo que se
celebraba el mayor evento deportivo de este mundial: el mundial de carreras de
dragón.
Una
vez al año, millares de personas procedentes de todos los rincones del globo
volaban a este apartado rincón para presenciar el choque entre los ganadores de
las ligas de cada país. Los aficionados más pudientes habían comprado o
alquilado casas en los pueblos de la mano sólo para esta ocasión –a un precio
desproporcionado-, mientras que los periodistas y el resto de fans hacían el
agosto de las posadas y hoteles de la región.
Sobretodo
cuando, como había pasado hoy y ayer, las nubes cubrían como un manto blanco y
vaporoso las tierras que se extendían entre las seis montañas, impidiendo que
se llevase a cabo la carrera.
Valeria
Mallecchio estaba de pie en el filo de uno de los dedos –el conocido
popularmente como “pulgar”, desde el cual empezarían la carrera los dragones-,
observando la vista que se desplegaba ante ella. Sus ojos rojos penetraban con
facilidad en las nubes, así que estudio las montañas más cercanas, prestando
atención a las cuevas y escondrijos desde las cuales sus rivales podían
emboscarles. Enfrentados a otros 72 equipos tendría que dedicarse al máximo si
quería mantener su promesa de cuidar al actor.
Apretó
los dientes. Después de lo que había hecho, pensar en Nero hacia que tuviese
ganas de romperle la cara. Y una o dos costillas, también. Incluso le tentaba
la idea de darle una patada en sus partes y verle retorcerse de dolor por el
suelo como el gusano rastrero que era. Lo hubiese hecho encantada, pero
afectaría a la carrera.
Ojala me hubiese estado calladita,
pensó la joven lamentando su promesa. Cuando se enfrentaba a un desafío de
verdad, como este mundial, le hervía la sangre de la emoción y se sentía más
viva que nunca. El miedo, el riesgo, forzar su astucia y su cuerpo al límite…
Desde pequeña la habían preparado para que disfrutase con ello.
Pero
ahora sólo sentía rabia y la desagradable certeza de que no era más que un
reemplazo para una mujer muerta años atrás. Ojala
no me hubiese dejado llevar. Le gustaba Nero. Quizás porque la hacía reír,
porque era un inocente sin remedio o porque tras su aparente torpeza escondía
un montón de recursos; la cuestión es que le atraía como una polilla se ve
atraída por el fuego.
Por
eso le había dolido tanto cuando dijo el nombre de Eyre.
Una
ráfaga de viento la sacudió, haciéndola tambalearse durante un instante antes
de que recuperase el equilibrio. La joven contuvo un estremecimiento y se subió
el cuello de la chaqueta, al tiempo que se cruzaba de brazos. Era verano y
vestía una ropa ligera acorde al tiempo caluroso, pero en la Mano del Diablo cuando
se levantaba el aire seguía teniendo ese toque frío del invierno que ponía los
pelos de punta.
Ya
había visto suficiente. Valeria dejo mirador en el que se encontraba y bajaba dando
saltos por un escabroso camino de piedras que llevaba de vuelta al campamento donde
se encontraban los participantes para el mundial. Hubiese sido un descenso
complicado para cualquier otro debido a la gravilla suelta y a las piedras de
diferente tamaño y forma, pero para Valeria resultaba tan sencillo que lo
realizaba casi sin pensar.
Entonces
y sin previo aviso captó por el rabillo del ojo como algo se le acercaba a toda
velocidad. Se agachó, y fue bañada por una lluvia de esquirlas cuando el arma
con la que la atacaban golpeó contra las rocas.
-Hola,
Valeria. ¿Cómo te va la vida?
Derecha.
A diez metros camino abajo había aparecido un hombre de detrás de unos arbustos,
rapado, con una sonrisa demente en su rostro marcado por las cicatrices. En la
mano derecha sostenía un látigo carmesí que se agitaba y serpenteaba como si
estuviese vivo.
Magnus,
pensó Valeria reconociendo al tipo por la descripción que le había dado Peter
de él. Uno de nuestros rivales más peligrosos.
¿Habrá venido a eliminar la competencia?
Se
tapó la cara con una mano para protegerse de los pedazos de piedra que aún le
caían encima y se llevó la otra al cinturón donde guardaba un cuchillo, pero no
tuvo tiempo siquiera de desenvainarlo cuando Magnus volvió a atacarla con su
látigo, tan veloz que ni siquiera sus ojos rojos modificados por la Torre
pudieron seguir del todo sus movimientos. Saltó hacia abajo y luego hacia
atrás, deslizándose de un lado a otro mientras el aire y las piedras estallaban
a su alrededor, esquivando como podía los relampagueantes ataques.
-Valeria
Mallecchio –dijo Marcus sin cesar de atacarla. –Mi vieja amiga. ¿Cuántos años
hace que no nos veíamos? Puedes imaginar la cara de estúpido que puse cuando me
enteré…
Valeria
se tiró al suelo y el látigo cortó el aire a unos centímetros sobre su cabeza,
poco más que un destello rojizo que partía las rocas como si fuesen de
mantequilla. ¿Cómo puede atacarme desde
dónde está? Su látigo no parece tan largo y no debería poder manejarlo bien a
esta distancia.
-…de
que la escudera del viajero que había dominado a un dragón de guerra eras tú.
Si lo hubiese descubierto antes me hubiese pasado a visitarte, por los viejos
tiempos. Tenía mucho que decirte, sobre las décadas que me quedé encerrado en
esa mierda de mundo sin una Torre a…
¿Quién es? ¿Quién coño es este tío?
Saltó para esquivar otro ataque y apoyó la mano en el suelo para rodar mientras
caía, sintiendo un pinchazo de dolor cuando las piedras le rasparon la espalda
y las piernas –no es nada, ignóralo-,
aprovechando el giro para al fin conseguir desenvainar su cuchillo.
…la
que poder viajar. ¿Te puedes imaginar cómo me sentí, durante más de treinta
años, abandonado en ese mundo? Pensé que se había acabado todo, ¿sabes? Que ya
había un nuevo Dios. Llore de alegría cuando la Torre volvió a aparecer. ¿Y tú,
Valeria? ¿Tú también lloraste?
Cállate.
No pensaba, pues eso le hubiese hecho perder tiempo y morir. Se movía por
instinto, guiada por sus ojos y por el sonido del látigo, evitando ataque tras
ataque, esperando su oportunidad para contraatacar mientras su cuerpo acumulaba
cansancio y heridas, mientras Magnus no dejaba de hablar e intentar matarla.
Y
entonces, cuando ya casi no le quedaban fuerzas y la vista empezaba a fallarle,
encontró su oportunidad.
Un
azote demasiado abierto; un segundo de descanso entre el aluvión de ataques que
la joven aprovechó sin titubear para arrojar su cuchillo en un lanzamiento
perfecto a la cabeza del demente. Valeria se quedó quieta, el corazón latiendo
desbocado, el brazo extendido ante ella, observando como el cuchillo volaba hasta…
Que
el látigo lo partió en dos trozos que cayeron inofensivos al suelo.
Gritó
sorprendida cuando las piedras bajo sus pies estallaron y cayó entre un amasijo
de piedras y gravilla, rodando sin control camino abajo hasta detenerse boca
abajo con un golpe seco que le arrancó el aire de los pulmones.
La
joven sólo malgastó un par de parpadeos en recuperar el sentido, ignorando el
dolor y la sensación de pesadez y cansancio que se había apoderado de su
cuerpo, pero fue demasiado lenta. Una mano se cerró sobre su cuello y la
levantó de un tirón.
-Tú
que vas a saber, zorra –le espetó Magnus, sosteniéndola en el aire como si no
fuese más que un cachorrito indefenso. Valeria intentó liberarse, pero los
dedos del viajero se cerraban en torno a su cuello como tenazas. No podía moverse.
Apenas podía respirar. –Tú no eres Valeria Mallechio. Tienes su nombre y tus
ojos tienen su mismo poder, pero no eres más que una imitación barata. ¿Dónde
está? ¿Dónde coño está la verdadera Valeria? –le preguntó a gritos el viajero, sacudiéndola
de un lado a otro.
El
sabor metálico de la sangre en la boca. Innumerables golpes por todo el cuerpo.
Su cuello a punto de romperse como una ramita ante la presión.
A
pesar de todo, Valeria reunió el coraje para sonreírle burlona a la muerte.
-La
mujer a la que buscas murió hace siglos, estúpido. Superó las pruebas de la
Torre y se convirtió en Dios.
La
joven soltó un quejido de dolor cuando Magnus la dejó libre para que cayese al
suelo como un juguete abandonado. Se enroscó sobre sí misma, luchando por coger
aire, concentrando toda la fuerza y voluntad que le quedaban en ponerse en pie.
Araño el suelo y se mordió los labios hasta sangrar, desesperada por moverse, por
luchar para evitar el golpe mortal que sin duda llegaría en cualquier instante.
Tengo que vivir. Tengo que cumplir
mi promesa. Tengo que…
Magnus
estalló en carcajadas. Se había llevado las manos a la cabeza y reía sin parar,
una risa demente e histérica que parecía no tener fin, una risa tan cruda y
desprovista de esperanzas que desgarraba el alma.
-Esa…
esa jodida Torre. Siempre jugando. Oh, cómo te diviertes, cuánto disfrutas
mientras tus muñecos persiguen las sombras de tu teatro.
Reía
y reía, y Valeria no podía hacer otra cosa que escucharlo en silencio, aterrorizada
y horrorizada a partes iguales. Entonces, tan de repente como había empezado,
la risa cesó y su mirada se encontró con la de la joven. Una mueca de disgusto
apareció en su horrible rostro marcado por las cicatrices.
El
látigo en su mano se movió como una serpiente hambrienta.
Voy a morir.
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