Los
dedos de Valeria se cerraron sobre aire.
Nero
y la escolta de Soon-Yin habían desaparecido en una nube de humo negro.
Estrellita giró el cuello y contempló el hueco dejado por su amo con una
expresión similar a la de un cachorro abandonado, sorprendida y alarmada a la
vez. Ignorando por el momento al dragón de guerra, Valeria miró a su alrededor
con la esperanza de que sus ojos mejorados por la Torre pudiesen encontrar
algún rastro de la presencia de su compañero.
Personas,
supervivientes de la masacre en la que se habían convertido las gradas,
cubiertos de polvo y heridas huían de la zona. Soon-Yin y el otro equipo,
volando en círculos a una distancia prudente. El dragón de guerra Majestad,
acercándose desde las alturas con un lento y silencioso planeo. Fue capaz de
ver todo eso, pero no encontró por ningún sitio a Nero.
¿Dónde te lo has llevado, maldita?,
se interrogó la joven mientras miraba de un lado a otro, su corazón latiendo
desbocado presa del miedo. A pesar de su entrenamiento Nero no dejaba de ser un
novato con las armas. No aguantaría ni un minuto contra un guerrero de verdad. Tengo que encontrarlo, volvió a pensar,
luchando por no ceder a la desesperación. Tengo
que encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.
Estrellita
alzó la cabeza y respiró varias veces con fuerza por los ollares, haciendo
tanto ruido que llamó la atención de la joven. Parecía como si…
Está olfateando,
se dio cuenta Valeria. Está buscando a su
amo.
Los
sentidos de un dragón son tan finos que pueden detectar el más mínimo atisbo de
miedo y reaccionar a cualquier cambio en los sentimientos de su jinete al
instante. Para una bestia así, encontrar a su amo por el olor era una tarea
sencilla.
El
dragón de guerra orientó la cabeza hacia el oeste y soltó un pequeño ronroneo.
-Lo
tienes, ¿verdad? –dijo Valeria, siguiendo con la mirada la dirección que
indicaba Estrellita. Había colinas y edificios que obstaculizaban su visión,
pero que no debían de molestar al olfato del dragón. –Vamos.
Se
agarró con fuerza a las cintas cuando Estrellita extendió las alas,
preparándose a volar.
Un
estallido de luces más intensas que el Sol apareció justo delante del dragón, cegándolo
con su resplandor y arrancándole un rugido de protesta. Fue seguido por cinco
explosiones de fuego, tan cercanas que amenazaban con envolver a la bestia en
llamas.
-¡No,
no! –exclamó Valeria mientras Estrellita se encogía atemorizada. Se soltó de
los estribos y de las cintas que la
mantenían sujeta y se colocó en la posición del jinete, tirando de las riendas
para orientar al dragón de nuevo hacia el oeste. -¡No les hagas caso! ¡Sólo son
ilusiones!
Pero
tan reales que retenían a la bestia y aturdían sus sentidos. Una lluvia de
ilusiones caía sobre Estrellita y sin la guía de su jinete, la bestia era
incapaz de superarlas. Valeria tiró de las riendas con toda su fuerza, pero era
inútil. Ella no era el amo del dragón de guerra.
Llevada
por la rabia y la frustración golpeó las escamas de la bestia, raspándose los
nudillos. Fue como golpear un muro de cemento, y tuvo el mismo efecto. No podía
hacer nada para mover a Estrellita. Nero estaba sólo.
Al
contrario que los seres humanos, tan propensos a auto-engañarse cuando
consideran sus limitaciones, Noshern era consciente de ellas de una manera
precisa y clara. Con su estado físico actual le resultaría imposible defenderse
de la mujer que le atacaba, así que no perdió ni un segundo en desvanecerse en
la conciencia de Nero, quien tenía más probabilidades de sobrevivir.
Aunque
no muchas más.
El
actor trastabilló hacia tras mientras recuperaba el control de su cuerpo,
esquivando por pura suerte la primera acometida de la escolta. Con una rapidez
nacida del miedo, desenfundó la daga que llevaba en el cinturón y la sostuvo
entre él y la escolta acorazada, adoptando la postura de combate que durante
tantas horas había practicado durante los entrenamientos con Valeria.
Su atacante hizo una breve pausa para
observarle, evaluando cuánto de amenaza había en él. Nero se esforzó en parecer
tan peligroso como podía, aunque resultaba difícil: enfrentado contra un
oponente cubierto de armadura de la cabeza a los pies su pequeña daga parecía
poco más que un mondadientes. Además, el público le estaba poniendo nervioso.
Se habían apartado formando un círculo a su alrededor, y no cesaban de gritar y
apostar quién de los dos moriría.
Un
dragón rugió al este -¿Estrellita?- y
aprovechando la breve distracción de Nero la mujer atacó, sus largos cabellos
siguiéndola como una estela dorada y sus movimientos rápidos y frenéticos como
los de un colibrí a pesar de la coraza. Nero usó su poder para convertirse en
un héroe y bloqueó el primer mandoble con seguridad, notando como la valentía y
confianza de su personaje daban fuerzas a su cuerpo dolorido. Miró de frente a
los ojos de su adversario que se divisaban tras el casco metálico, y sonrió
revelando una perfecta dentadura blanca.
La
mujer soltó un bufido despectivo y lo echó hacia atrás de un empujón, para a
continuación blandir su espada corta en una feroz cuchillada que le hubiese
abierto en canal de no haber dado un veloz paso hacia atrás. Sin darle tiempo a
recuperarse la escolta se abalanzo sobre él y Nero se vio obligado a retroceder
ante la furia de su ataque. Rechazó una estocada que buscaba su corazón,
esquivó por los pelos una patada destinada a su entrepierna y recibió un corte
superficial en el dorso de la mano al bloquear no del todo bien un revés.
Resistía, pero cada vez más a la desesperada, cada vez más superado por la
destreza y el arma de su adversario.
No puedo ganar,
comprendió Nero. Siendo un héroe podía defenderse bastante bien, pero con una
espada. Todo el mundo sabe que el arma de un héroe es una espada. ¿Qué demonios
iba a hacer con una daga? Ésa era un arma de ladrones y asesinos, y él nunca
había interpretado a ninguno.
Retrocedió
a trompicones, intentando poner espacio entre él y la espada de su rival, pero
se detuvo de sopetón cuando su espalda chocó contra el muro de espectadores que
les rodeaba.
“Se
acabó” parecieron decir los ojos de la mujer acorazada cuando se lanzó contra
él, la espada en alto para dar el golpe mortal.
No puedo acabar así,
pensó el actor mientras las personas contra las que había chocado intentaban
apartarse para no resultar heridas. En su papel de héroe no sentía miedo ni
siquiera ahora, cuando estaba a punto de morir, sólo una enorme sensación de
fracaso. No resucitaría a Eyre, ni a su familia ni a la gente de su pueblo.
Tampoco a toda la gente que había muerto por su culpa, tanto en Navar como en
Roa. Todas esas muertes habrían sido para nada.
Y
por último, ya no podría arreglar las cosas con Valeria.
Valeria.
En un destelló de claridad la recordó luchando en Navar, armada con dos dagas y
masacrando a los hombres del duque de Adinerado. ¿Puedo hacerlo? La conozco, he vivido con ella. He luchado a su lado.
Pero es una persona real, no un papel de una obra.
La
espada caía sobre su cabeza.
No dudes.
Sé Valeria Mallecchio.
La
daga salió al encuentro de la espada, desviando el golpe para que resbalase
inofensivo sobre el filo de su arma. Al mismo tiempo Nero dio un rápido paso a
la izquierda, girando sobre si mismo mientras su rival, llevada por el impulso
de su movimiento, seguía adelante y pasaba de largo.
Aún
girando, Nero se agachó y dio un rápido corte con su daga a la altura de la
rodilla por detrás, desgarrando los músculos allí donde las articulaciones se
unían y la armadura no podía protegerlos.
La
mujer cayó al suelo con un grito de dolor y un estrépito metálico.
-Ha
sido divertido –dijo Nero mostrando una sonrisa depredadora, sus ojos brillando
con un resplandor extraño que arrancó exclamaciones de temor entre los
espectadores. Se disponía a rematar a la escolta cuando esta desapareció en una
nube de humo negro.
Estaba
preguntándose qué hacer a continuación cuando apareció Estrellita, batiendo sus
grandes alas que levantaban nubes de polvo mientras buscaba un sitio donde
aterrizar cerca de su amo. Ante la perspectiva de morir aplastados el público
retrocedió a toda prisa, dejando un enorme espacio libre a la bestia.
Estrellita
tocó suelo y bajó el morro hasta tocar con suavidad el pecho de su amo,
ronroneando de satisfacción por reencontrarlo. Nero le acarició las escamas
entre los ojos con cuidado de no lastimarse.
-¿Estás
bien, Nero? –le preguntó Valeria. Sus ojos sorprendidos miraban a la figura que
se retorcía en el suelo y volvían de nuevo al actor. -¿Qué ha pasado?
-He…
he tenido suerte –respondió Nero mientras volvía a ser él mismo. -¿Y vosotros?
¿Qué ha pasado con los otros equipos?
-Miska
ha pasado –replicó con rabia Valeria señalando hacia el cielo. Nero siguió la
dirección de su dedo y vio al dragón de guerra Majestad dejar la tercera
montaña, seguido de cerca por el centella perteneciente al equipo que les había
atacado con unos proyectiles negruzcos. –Mientras estaban entretenidos con
nosotros, Majestad atacó por la espalda al centella de Soon-Yin cortándole un
ala y Miska debió usar su poder con el otro equipo, porque desde entonces les
acompañan como un perrito faldero.
Nero
estuvo a punto de echarse a reír. Tantos problemas que habían pasado, y al
final Miska no sólo les había adelantado, sino que había eliminado a un
peligroso rival y había unido otro a su bando.
-Vamos
–acabó diciendo, enderezando los hombros mientras usaba su poder para
incrementar su resolución. -Sigamos con la carrera.
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