lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 25 (Parte 2) - Jugar para ganar

Los dedos de Valeria se cerraron sobre aire.
-¡Mierda!


Nero y la escolta de Soon-Yin habían desaparecido en una nube de humo negro. Estrellita giró el cuello y contempló el hueco dejado por su amo con una expresión similar a la de un cachorro abandonado, sorprendida y alarmada a la vez. Ignorando por el momento al dragón de guerra, Valeria miró a su alrededor con la esperanza de que sus ojos mejorados por la Torre pudiesen encontrar algún rastro de la presencia de su compañero.
Personas, supervivientes de la masacre en la que se habían convertido las gradas, cubiertos de polvo y heridas huían de la zona. Soon-Yin y el otro equipo, volando en círculos a una distancia prudente. El dragón de guerra Majestad, acercándose desde las alturas con un lento y silencioso planeo. Fue capaz de ver todo eso, pero no encontró por ningún sitio a Nero.
¿Dónde te lo has llevado, maldita?, se interrogó la joven mientras miraba de un lado a otro, su corazón latiendo desbocado presa del miedo. A pesar de su entrenamiento Nero no dejaba de ser un novato con las armas. No aguantaría ni un minuto contra un guerrero de verdad. Tengo que encontrarlo, volvió a pensar, luchando por no ceder a la desesperación. Tengo que encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.
Estrellita alzó la cabeza y respiró varias veces con fuerza por los ollares, haciendo tanto ruido que llamó la atención de la joven. Parecía como si…
Está olfateando, se dio cuenta Valeria. Está buscando a su amo.
Los sentidos de un dragón son tan finos que pueden detectar el más mínimo atisbo de miedo y reaccionar a cualquier cambio en los sentimientos de su jinete al instante. Para una bestia así, encontrar a su amo por el olor era una tarea sencilla.
El dragón de guerra orientó la cabeza hacia el oeste y soltó un pequeño ronroneo.
-Lo tienes, ¿verdad? –dijo Valeria, siguiendo con la mirada la dirección que indicaba Estrellita. Había colinas y edificios que obstaculizaban su visión, pero que no debían de molestar al olfato del dragón. –Vamos.
Se agarró con fuerza a las cintas cuando Estrellita extendió las alas, preparándose a volar.
Un estallido de luces más intensas que el Sol apareció justo delante del dragón, cegándolo con su resplandor y arrancándole un rugido de protesta. Fue seguido por cinco explosiones de fuego, tan cercanas que amenazaban con envolver a la bestia en llamas.
-¡No, no! –exclamó Valeria mientras Estrellita se encogía atemorizada. Se soltó de los estribos y  de las cintas que la mantenían sujeta y se colocó en la posición del jinete, tirando de las riendas para orientar al dragón de nuevo hacia el oeste. -¡No les hagas caso! ¡Sólo son ilusiones!
Pero tan reales que retenían a la bestia y aturdían sus sentidos. Una lluvia de ilusiones caía sobre Estrellita y sin la guía de su jinete, la bestia era incapaz de superarlas. Valeria tiró de las riendas con toda su fuerza, pero era inútil. Ella no era el amo del dragón de guerra.
Llevada por la rabia y la frustración golpeó las escamas de la bestia, raspándose los nudillos. Fue como golpear un muro de cemento, y tuvo el mismo efecto. No podía hacer nada para mover a Estrellita. Nero estaba sólo.

Al contrario que los seres humanos, tan propensos a auto-engañarse cuando consideran sus limitaciones, Noshern era consciente de ellas de una manera precisa y clara. Con su estado físico actual le resultaría imposible defenderse de la mujer que le atacaba, así que no perdió ni un segundo en desvanecerse en la conciencia de Nero, quien tenía más probabilidades de sobrevivir.
Aunque no muchas más.
El actor trastabilló hacia tras mientras recuperaba el control de su cuerpo, esquivando por pura suerte la primera acometida de la escolta. Con una rapidez nacida del miedo, desenfundó la daga que llevaba en el cinturón y la sostuvo entre él y la escolta acorazada, adoptando la postura de combate que durante tantas horas había practicado durante los entrenamientos con Valeria.
 Su atacante hizo una breve pausa para observarle, evaluando cuánto de amenaza había en él. Nero se esforzó en parecer tan peligroso como podía, aunque resultaba difícil: enfrentado contra un oponente cubierto de armadura de la cabeza a los pies su pequeña daga parecía poco más que un mondadientes. Además, el público le estaba poniendo nervioso. Se habían apartado formando un círculo a su alrededor, y no cesaban de gritar y apostar quién de los dos moriría.
Un dragón rugió al este -¿Estrellita?- y aprovechando la breve distracción de Nero la mujer atacó, sus largos cabellos siguiéndola como una estela dorada y sus movimientos rápidos y frenéticos como los de un colibrí a pesar de la coraza. Nero usó su poder para convertirse en un héroe y bloqueó el primer mandoble con seguridad, notando como la valentía y confianza de su personaje daban fuerzas a su cuerpo dolorido. Miró de frente a los ojos de su adversario que se divisaban tras el casco metálico, y sonrió revelando una perfecta dentadura blanca.
La mujer soltó un bufido despectivo y lo echó hacia atrás de un empujón, para a continuación blandir su espada corta en una feroz cuchillada que le hubiese abierto en canal de no haber dado un veloz paso hacia atrás. Sin darle tiempo a recuperarse la escolta se abalanzo sobre él y Nero se vio obligado a retroceder ante la furia de su ataque. Rechazó una estocada que buscaba su corazón, esquivó por los pelos una patada destinada a su entrepierna y recibió un corte superficial en el dorso de la mano al bloquear no del todo bien un revés. Resistía, pero cada vez más a la desesperada, cada vez más superado por la destreza y el arma de su adversario.
No puedo ganar, comprendió Nero. Siendo un héroe podía defenderse bastante bien, pero con una espada. Todo el mundo sabe que el arma de un héroe es una espada. ¿Qué demonios iba a hacer con una daga? Ésa era un arma de ladrones y asesinos, y él nunca había interpretado a ninguno.
Retrocedió a trompicones, intentando poner espacio entre él y la espada de su rival, pero se detuvo de sopetón cuando su espalda chocó contra el muro de espectadores que les rodeaba.
“Se acabó” parecieron decir los ojos de la mujer acorazada cuando se lanzó contra él, la espada en alto para dar el golpe mortal.
No puedo acabar así, pensó el actor mientras las personas contra las que había chocado intentaban apartarse para no resultar heridas. En su papel de héroe no sentía miedo ni siquiera ahora, cuando estaba a punto de morir, sólo una enorme sensación de fracaso. No resucitaría a Eyre, ni a su familia ni a la gente de su pueblo. Tampoco a toda la gente que había muerto por su culpa, tanto en Navar como en Roa. Todas esas muertes habrían sido para nada.
Y por último, ya no podría arreglar las cosas con Valeria.
Valeria. En un destelló de claridad la recordó luchando en Navar, armada con dos dagas y masacrando a los hombres del duque de Adinerado. ¿Puedo hacerlo? La conozco, he vivido con ella. He luchado a su lado. Pero es una persona real, no un papel de una obra.
La espada caía sobre su cabeza.
No dudes. Sé Valeria Mallecchio.
La daga salió al encuentro de la espada, desviando el golpe para que resbalase inofensivo sobre el filo de su arma. Al mismo tiempo Nero dio un rápido paso a la izquierda, girando sobre si mismo mientras su rival, llevada por el impulso de su movimiento, seguía adelante y pasaba de largo.
Aún girando, Nero se agachó y dio un rápido corte con su daga a la altura de la rodilla por detrás, desgarrando los músculos allí donde las articulaciones se unían y la armadura no podía protegerlos.
La mujer cayó al suelo con un grito de dolor y un estrépito metálico.
-Ha sido divertido –dijo Nero mostrando una sonrisa depredadora, sus ojos brillando con un resplandor extraño que arrancó exclamaciones de temor entre los espectadores. Se disponía a rematar a la escolta cuando esta desapareció en una nube de humo negro.
Estaba preguntándose qué hacer a continuación cuando apareció Estrellita, batiendo sus grandes alas que levantaban nubes de polvo mientras buscaba un sitio donde aterrizar cerca de su amo. Ante la perspectiva de morir aplastados el público retrocedió a toda prisa, dejando un enorme espacio libre a la bestia.
Estrellita tocó suelo y bajó el morro hasta tocar con suavidad el pecho de su amo, ronroneando de satisfacción por reencontrarlo. Nero le acarició las escamas entre los ojos con cuidado de no lastimarse.
-¿Estás bien, Nero? –le preguntó Valeria. Sus ojos sorprendidos miraban a la figura que se retorcía en el suelo y volvían de nuevo al actor. -¿Qué ha pasado?
-He… he tenido suerte –respondió Nero mientras volvía a ser él mismo. -¿Y vosotros? ¿Qué ha pasado con los otros equipos?
-Miska ha pasado –replicó con rabia Valeria señalando hacia el cielo. Nero siguió la dirección de su dedo y vio al dragón de guerra Majestad dejar la tercera montaña, seguido de cerca por el centella perteneciente al equipo que les había atacado con unos proyectiles negruzcos. –Mientras estaban entretenidos con nosotros, Majestad atacó por la espalda al centella de Soon-Yin cortándole un ala y Miska debió usar su poder con el otro equipo, porque desde entonces les acompañan como un perrito faldero.
Nero estuvo a punto de echarse a reír. Tantos problemas que habían pasado, y al final Miska no sólo les había adelantado, sino que había eliminado a un peligroso rival y había unido otro a su bando.

-Vamos –acabó diciendo, enderezando los hombros mientras usaba su poder para incrementar su resolución. -Sigamos con la carrera.

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