Un
temblor de suelo despertó a Peter.
¿Qué está pasando? El
terrestre medio levantó los parpados, aún no del todo consciente, pero no logro
ver más que unas manchas borrosas, como algodones grises y oscuros que bailaban
ante sus ojos. Se sentía extraño, flotando en una nube que diluía sus sentidos.
Había un ruido de fondo… Molesto. Se empezaba a preguntar dónde se encontraba
cuando sintió un nuevo temblor recorriendo su cuerpo. ¿Un terremoto? ¿Un T-Rex? ¿Un robot de cincuenta metros luchando contra
un monstruo gigante?
No,
no era nada de eso. El temblor no lo provocaba otra cosa que el clamor
enfervorecido de millares de gargantas rugiendo de pasión, los gritos y
aullidos estremeciendo la habitación donde se encontraba como si las paredes
fuesen de papel y no de sólida piedra. ¿Y el ruido de fondo? ¿Qué era?
Una
radio.
Entonces
recordó. La prueba de la Torre, sus captores, la paliza que le había dado el
último de ellos. Abrió los ojos de golpe al darse cuenta que no podía
permitirse el lujo de descansar. Intentó mover la cabeza para observar si
alguno de sus captores seguía con vida, pero fue recompensado con un estallido
de dolor que le hizo ver las estrellas.
Mala idea,
pensó Peter mientras apretaba los dientes para no gritar. Estaba peor de lo que
se había imaginado. Cuando el dolor remitió se pasó la lengua por sus labios
destrozados, notando el sabor de la sangre. No le hacía falta mirarse en un
espejo para adivinar que en estos instantes su cara se parecería a un cuadro
abstracto.
-…
un elevado número de bajas es…
La
radio seguía encendida, sintonizada en la emisora que cubría el mundial. Los
comentaristas relataban con su habitual entusiasmo el estado de una carrera que
estaba llegando a su fin. Peter les escuchó describir con palabras rimbombantes
las etapas de la carrera, explayándose en las batallas y en las jugadas
desesperadas, deleitándose con la masacre y el derramamiento de sangre. Dejó
que sus voces fluyeran de fondo y empezó a respirar lentamente, con grandes
inspiraciones y expiraciones, recordando la instrucción que había recibido para
resistir el dolor. Preparándose.
Volvió
a prestar atención a la radio cuando pasaron a comentar el estado actual de la
carrera. El terrestre suspiró aliviado al oír que sus compañeros aún estaban
vivos, detrás de Miska que iba en cabeza, pero hizo una nueva mueca de dolor
cuando frunció el ceño al relatar el comentarista la trampa en la que se
estaban metiendo.
-Mierda
–dijo en voz baja. Tengo que avisarles
o morirán.
Tuvo
que exprimir al máximo su voluntad y su castigado cuerpo para conseguir darse
la vuelta y colocarse boca abajo, y cuando lo logró tenía toda la espalda
cubierta de sudor por el esfuerzo y los dientes le castañeaban. Notaba una quemazón
fría en el rostro y en el costado, el tipo de dolor que sólo es el presagio de
una agonía mucho mayor.
Ahora,
pensó intentando distinguir algo con su dañada vista, ¿dónde está ese maldito micrófono?
******
El
viento peinó los cabellos azules de Miska cuando Majestad dejó atrás la
corriente de aire caliente y empezó a perder altura, dirigiéndose al segundo de
los dedos. A su espalda, su hermano Ronick soltó una maldición de protesta
cuando los largos cabellos le golpearon el rostro.
-¡Por
Escarcha, hermana! –exclamó indignado su hermano, soplando por la nariz para
apartarse un mechón que le golpeaba las gafas. –Te he dicho mil veces que te
cortes el pelo.
-Y
yo te he dicho mil veces que no pensaba hacerlo –replicó Miska con una sonrisa
juguetona. –Mi cabello me distingue del resto de mujeres de este mundo, así que
tengo que mostrarlo en toda su gloria. Es parte de mi encanto.
Ronick
respondió con un bufido de fastidio.
-Vamos,
alegra ese ánimo –dijo Miska. –Estamos a punto de ganar el mundial.
-Tú
lo has dicho: “a punto”. No es lo mismo que decir que ya lo hemos ganado.
Miska
se negó a que el pesimismo de su hermano la desanimase. Había sido difícil
llegar hasta aquí, pero lo habían logrado. Después de derrotar a Soon-Yin y
conseguir un nuevo protector, habían podido continuar la carrera recorriendo el
resto de los dedos de la Mano del Demonio sin problemas mientras mantenían una
distancia segura con Nero y su dragón de guerra Estrellita.
Fue
durante el camino de regreso al primer dedo que surgieron las dificultades.
Primero
se enfrentaron a carniceros y centellas, los supervivientes de la gran batalla
que se produjo en la segunda montaña. Heridos y agotados, estos equipos apenas
les plantaron cara. Fueron los que iban más rezagados quienes, conscientes de
que eran el último obstáculo en su camino, se resistieron con uñas y dientes a
dejarles pasar. El equipo que les protegía cayó entonces, el pecho de su dragón
atravesado por el cuerno de un ariete, y Majestad se llevó varias heridas, pero
lograron dejarlos atrás.
Sí,
no había sido nada fácil, reconoció Miska moviendo la cabeza a un lado. Pero
aquí estaban, a punto de llegar al segundo dedo y en cabeza del mundial. Tenía
motivos para sonreír. Estaban más cerca de superar las pruebas de la Torre, de
convertirse en Dios y poder salvar a su mundo. De resucitar a sus padres y
recuperar la familia que ese viajero les había robado.
Lo conseguiremos, pensó
cerrando los dedos en torno a las riendas, acariciando la idea de un final
feliz para su historia. Una vez fuese Dios compensaría a aquellos que había
utilizado y devolvería a la vida a los que se habían sacrificado por ella.
Miska sabía que no era buena persona, pero podía soñar con el día en que
pudiese permitirse serlo. El día en que todo tendría solución.
El
rugido furioso de un dragón la sacó de sus pensamientos. Giró el rostro y pudo
ver por encima del hombro como Estrellita reducía rápidamente la distancia que
les separaba, sus poderosas alas moviéndose con una fuerza descomunal. ¿Cómo
podía hacerlo? El otro dragón de guerra estaba cubierto de heridas y agotado
tras cruentos combates. ¿De dónde sacaba las fuerzas?
-Tenemos
que enfrentarnos a ellos –dijo su hermano.
-No
hace falta –respondió Miska, espoleando a Majestad con sus emociones para que
fuese más veloz. Más rápido. Un
escalofrío le recorrió la espalda al observar como Estrellita seguía reduciendo
la distancia que los separaba. Miedo. Pero no por ella, sino por lo que le
pasaría a Nero. Por lo que tendría que hacerle. –Sólo es un último intento a la
desesperada de alcanzarnos. Si cogemos la ruta del oeste podemos…
-Hermana…
-No
tenemos porque luchar contra ellos, Ronick. Escúchame. Podemos…
-No
son los únicos que nos persiguen, hermana.
-¿Qué?
¿Qué quieres decir…
Las
palabras murieron en su garganta cuando vio a qué se refería Ronick. El dragón
mantícora de Ulekele estaba a unos cuantos cientos de metros por detrás de Nero
y ya se estaba dirigiendo a la ruta del oeste. Si intentaban evitar a Estrellita
y se dirigían al oeste, les interceptarían.
Y
Ulekele era un rival al que no podían enfrentarse.
-Hermana
–dijo su hermano, su voz transmitiendo toda la preocupación que sentía por
ella. –Sabes lo que tenemos que hacer. Lo siento.
Miska
se mordió sus carnosos labios hasta hacérselos sangrar. Recordó cuando Nero le
había deseado suerte en el mundial. Un deseo sincero, sin segundas intenciones.
Un amigo que se preocupa por otro.
-Sí,
lo sé –acabó diciendo la mujer de cabellos azules. No quería hacerlo, pero se
lo debía a su mundo. A su familia. -Aplastaremos a Nero y ganaremos esta
carrera.
Su
hermano vio la lágrima que cayó por su mejilla, pero tuvo el suficiente tacto
para no decir nada.
hola,
ResponderEliminarMe ha gustado bastante esta parte. Todo el esfuerzo de Peter por transmitirles el mensaje a sus compañeros de equipo esta muy bien, aunque después de pensarlo hay algunas cosas que no me cuadran (te lo comento en el próximo para evitar spoilers). Lo que mas me gusta es la frialdad de Miska sin llegar a ser despiadada. La lagrima del final no me convence porque me parece que la lleva demasiado cerca del melodrama para mi gusto.
Hola Jaime,
ResponderEliminarEn tu siguiente comento me explayo más, en este sólo decirte que tienes razón, la lagrima del final no me acaba de convencer. Creo que la cambiaré