lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo 26 (Parte 1) - Todos tus sueños se harán realidad

Un temblor de suelo despertó a Peter.
¿Qué está pasando? El terrestre medio levantó los parpados, aún no del todo consciente, pero no logro ver más que unas manchas borrosas, como algodones grises y oscuros que bailaban ante sus ojos. Se sentía extraño, flotando en una nube que diluía sus sentidos. Había un ruido de fondo… Molesto. Se empezaba a preguntar dónde se encontraba cuando sintió un nuevo temblor recorriendo su cuerpo. ¿Un terremoto? ¿Un T-Rex? ¿Un robot de cincuenta metros luchando contra un monstruo gigante?

No, no era nada de eso. El temblor no lo provocaba otra cosa que el clamor enfervorecido de millares de gargantas rugiendo de pasión, los gritos y aullidos estremeciendo la habitación donde se encontraba como si las paredes fuesen de papel y no de sólida piedra.  ¿Y el ruido de fondo? ¿Qué era?
Una radio.
Entonces recordó. La prueba de la Torre, sus captores, la paliza que le había dado el último de ellos. Abrió los ojos de golpe al darse cuenta que no podía permitirse el lujo de descansar. Intentó mover la cabeza para observar si alguno de sus captores seguía con vida, pero fue recompensado con un estallido de dolor que le hizo ver las estrellas.
Mala idea, pensó Peter mientras apretaba los dientes para no gritar. Estaba peor de lo que se había imaginado. Cuando el dolor remitió se pasó la lengua por sus labios destrozados, notando el sabor de la sangre. No le hacía falta mirarse en un espejo para adivinar que en estos instantes su cara se parecería a un cuadro abstracto.
-… un elevado número de bajas es…
La radio seguía encendida, sintonizada en la emisora que cubría el mundial. Los comentaristas relataban con su habitual entusiasmo el estado de una carrera que estaba llegando a su fin. Peter les escuchó describir con palabras rimbombantes las etapas de la carrera, explayándose en las batallas y en las jugadas desesperadas, deleitándose con la masacre y el derramamiento de sangre. Dejó que sus voces fluyeran de fondo y empezó a respirar lentamente, con grandes inspiraciones y expiraciones, recordando la instrucción que había recibido para resistir el dolor. Preparándose.
Volvió a prestar atención a la radio cuando pasaron a comentar el estado actual de la carrera. El terrestre suspiró aliviado al oír que sus compañeros aún estaban vivos, detrás de Miska que iba en cabeza, pero hizo una nueva mueca de dolor cuando frunció el ceño al relatar el comentarista la trampa en la que se estaban metiendo.
-Mierda –dijo en voz baja. Tengo que avisarles o morirán.
Tuvo que exprimir al máximo su voluntad y su castigado cuerpo para conseguir darse la vuelta y colocarse boca abajo, y cuando lo logró tenía toda la espalda cubierta de sudor por el esfuerzo y los dientes le castañeaban. Notaba una quemazón fría en el rostro y en el costado, el tipo de dolor que sólo es el presagio de una agonía mucho mayor.
Ahora, pensó intentando distinguir algo con su dañada vista, ¿dónde está ese maldito micrófono?

******

El viento peinó los cabellos azules de Miska cuando Majestad dejó atrás la corriente de aire caliente y empezó a perder altura, dirigiéndose al segundo de los dedos. A su espalda, su hermano Ronick soltó una maldición de protesta cuando los largos cabellos le golpearon el rostro.
-¡Por Escarcha, hermana! –exclamó indignado su hermano, soplando por la nariz para apartarse un mechón que le golpeaba las gafas. –Te he dicho mil veces que te cortes el pelo.
-Y yo te he dicho mil veces que no pensaba hacerlo –replicó Miska con una sonrisa juguetona. –Mi cabello me distingue del resto de mujeres de este mundo, así que tengo que mostrarlo en toda su gloria. Es parte de mi encanto.
Ronick respondió con un bufido de fastidio.
-Vamos, alegra ese ánimo –dijo Miska. –Estamos a punto de ganar el mundial.
-Tú lo has dicho: “a punto”. No es lo mismo que decir que ya lo hemos ganado.
Miska se negó a que el pesimismo de su hermano la desanimase. Había sido difícil llegar hasta aquí, pero lo habían logrado. Después de derrotar a Soon-Yin y conseguir un nuevo protector, habían podido continuar la carrera recorriendo el resto de los dedos de la Mano del Demonio sin problemas mientras mantenían una distancia segura con Nero y su dragón de guerra Estrellita.
Fue durante el camino de regreso al primer dedo que surgieron las dificultades.
Primero se enfrentaron a carniceros y centellas, los supervivientes de la gran batalla que se produjo en la segunda montaña. Heridos y agotados, estos equipos apenas les plantaron cara. Fueron los que iban más rezagados quienes, conscientes de que eran el último obstáculo en su camino, se resistieron con uñas y dientes a dejarles pasar. El equipo que les protegía cayó entonces, el pecho de su dragón atravesado por el cuerno de un ariete, y Majestad se llevó varias heridas, pero lograron dejarlos atrás.
Sí, no había sido nada fácil, reconoció Miska moviendo la cabeza a un lado. Pero aquí estaban, a punto de llegar al segundo dedo y en cabeza del mundial. Tenía motivos para sonreír. Estaban más cerca de superar las pruebas de la Torre, de convertirse en Dios y poder salvar a su mundo. De resucitar a sus padres y recuperar la familia que ese viajero les había robado.
Lo conseguiremos, pensó cerrando los dedos en torno a las riendas, acariciando la idea de un final feliz para su historia. Una vez fuese Dios compensaría a aquellos que había utilizado y devolvería a la vida a los que se habían sacrificado por ella. Miska sabía que no era buena persona, pero podía soñar con el día en que pudiese permitirse serlo. El día en que todo tendría solución.
El rugido furioso de un dragón la sacó de sus pensamientos. Giró el rostro y pudo ver por encima del hombro como Estrellita reducía rápidamente la distancia que les separaba, sus poderosas alas moviéndose con una fuerza descomunal. ¿Cómo podía hacerlo? El otro dragón de guerra estaba cubierto de heridas y agotado tras cruentos combates. ¿De dónde sacaba las fuerzas?
-Tenemos que enfrentarnos a ellos –dijo su hermano.
-No hace falta –respondió Miska, espoleando a Majestad con sus emociones para que fuese más veloz. Más rápido. Un escalofrío le recorrió la espalda al observar como Estrellita seguía reduciendo la distancia que los separaba. Miedo. Pero no por ella, sino por lo que le pasaría a Nero. Por lo que tendría que hacerle. –Sólo es un último intento a la desesperada de alcanzarnos. Si cogemos la ruta del oeste podemos…
-Hermana…
-No tenemos porque luchar contra ellos, Ronick. Escúchame. Podemos…
-No son los únicos que nos persiguen, hermana.
-¿Qué? ¿Qué quieres decir…
Las palabras murieron en su garganta cuando vio a qué se refería Ronick. El dragón mantícora de Ulekele estaba a unos cuantos cientos de metros por detrás de Nero y ya se estaba dirigiendo a la ruta del oeste. Si intentaban evitar a Estrellita y se dirigían al oeste, les interceptarían.
Y Ulekele era un rival al que no podían enfrentarse.
-Hermana –dijo su hermano, su voz transmitiendo toda la preocupación que sentía por ella. –Sabes lo que tenemos que hacer. Lo siento.
Miska se mordió sus carnosos labios hasta hacérselos sangrar. Recordó cuando Nero le había deseado suerte en el mundial. Un deseo sincero, sin segundas intenciones. Un amigo que se preocupa por otro.
-Sí, lo sé –acabó diciendo la mujer de cabellos azules. No quería hacerlo, pero se lo debía a su mundo. A su familia. -Aplastaremos a Nero y ganaremos esta carrera.

Su hermano vio la lágrima que cayó por su mejilla, pero tuvo el suficiente tacto para no decir nada.

2 comentarios:

  1. hola,
    Me ha gustado bastante esta parte. Todo el esfuerzo de Peter por transmitirles el mensaje a sus compañeros de equipo esta muy bien, aunque después de pensarlo hay algunas cosas que no me cuadran (te lo comento en el próximo para evitar spoilers). Lo que mas me gusta es la frialdad de Miska sin llegar a ser despiadada. La lagrima del final no me convence porque me parece que la lleva demasiado cerca del melodrama para mi gusto.

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  2. Hola Jaime,
    En tu siguiente comento me explayo más, en este sólo decirte que tienes razón, la lagrima del final no me acaba de convencer. Creo que la cambiaré

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