Las
palabras de Miska le trajeron recuerdos. Hace muchos años sus pies caminaron
por una tierra de fuego y llamas, donde el aire quemaba en la garganta y las
bestias de ceniza se saciaban con la carne humana. Aquélla había sido una dura
prueba, pero la había superado. Magnus siempre las superaba.
Con
un leve movimiento de su muñeca tiró de su látigo de sangre hacia atrás,
preparando su siguiente ataque. Aún de rodillas Miska le miraba fijamente, el
único ojo que le quedaba vacío de toda expresión y vida. No temblaba. No
intentaba escapar, ni luchar; había aceptado su muerte. Se había resignado a lo
inevitable.
Al
final, todos se resignaban. Ya fuese una muerte rápida o una lenta y agónica,
en el último instante antes de que la vida abandonase sus cuerpos Magnus
siempre veía la misma expresión en los ojos de sus rivales.
-Al
final no eras tan especial como te creías, ¿verdad? –preguntó Magnus inclinando
la cabeza hacia la mujer y acariciándole un mechón de sus hermosos cabellos
azules con los dedos. –Nadie lo es.
Iba
a matarla cuando escuchó un poderoso rugido a su espalda. Se giró y vio como a
unos trescientos metros de distancia al oeste el dragón mantícora de Ulekele aullaba
de dolor al acercarse al segundo de los dedos. Como había sucedido con Majestad
antes la bestia empezó a caer entre contracciones, pero al contrario que el
dragón de guerra no consiguió amortiguar
el aterrizaje en el último momento si no que se estrelló contra una colina en
el borde de la montaña con un golpe que estremeció la tierra. En cuanto el
polvo se retiró Magnus pudo ver a la bestia yaciendo con el espinazo retorcido,
la cola colgando por el abismo y sus alas rasgadas por infinidad de rocas.
Magnus
sonrió. Ulekele era otro superviviente de la Torre, un viajero que había
superado decenas de pruebas. Con su dragón fuera de combate, esta carrera…
-¡A
un lado, Miska!
¿Qué?
Se
dio la vuelta justo a tiempo de ver como el dragón de guerra Estrellita se le
echaba encima a toda velocidad. Extendió la mano en la que tenía el látigo, la
diestra en la que se había cortado antes de la carrera, utilizando su poder
para que la sangre que caía por la herida adoptase una forma más adecuada para
protegerle.
Una
fracción de segundo más tarde un escudo de color rubí se formó delante suyo,
tan alto como su persona y del mismo grosor que una hoja de papel. A simple
vista parecía débil, pero Magnus sabía por experiencia propia que era más
resistente que el acero.
Y
así fue. El escudo aguantó sin romperse un zarpazo de la enorme bestia que
hubiese destrozado sin problemas una pared de hormigón, pero aún así la fuerza
del golpe arrojó a Magnus varios metros hacia atrás por el aire.
¡Es imposible!
Cayó al suelo dando una vuelta sobre sí mismo para disminuir la fuerza del
impacto y se incorporó a toda prisa. Debería
estar retorciéndose en el suelo, incapaz de moverse como el resto de dragones.
El
dragón de guerra soltó un rugido de furia y dolor y de un salto se abalanzó
sobre él, las enormes fauces abiertas de par en par revelando unas hileras de
dientes del tamaño de espadas.
Magnus
dio un rápido giro dibujando un círculo a su alrededor con su mano
ensangrentada, creando una esfera semitransparente de un color rojo suave que
lo envolvió. Las mandíbulas del dragón de guerra se cerraron sobre ella con una
presión descomunal, agrietándola más y más a cada instante que pasaba. En unos
pocos segundos se rompería y los colmillos le harían pedazos.
Unos
segundos era todo lo que necesitaba Magnus. Resistiendo el fétido aliento de la
bestia se llevó la mano izquierda a la boca y la mordió hasta que brotó sangre.
La
esfera estalló como un globo de aire pinchado.
Con
un chasquido metálico los dientes golpearon los dos escudos que había creado
Magnus, uno por encima suyo y otro por debajo inclinados de tal manera que la
fuerza del mordisco no le aplastase.
Todavía no, todavía no, bestia, pensó
Magnus con una sonrisa al escuchar el gruñido de protesta del dragón de guerra,
incapaz de traspasar sus defensas. Sin embargo la sonrisa se le murió en el
rostro cuando, lenta pero inexorablemente, las mandíbulas de Estrellita
aumentaron su presión. Una telaraña de pequeñas grietas empezaron a aparecer en
los escudos.
Entonces
escuchó el rugido de furia de Cuchillo, su propio dragón carnicero. Estrellita
abrió la boca para soltar un chillido de dolor y Magnus cayó hacia el suelo,
libre al fin de sus mandíbulas. Levantó la cabeza dispuesto a crear un nuevo
escudo para protegerse cuando vio retroceder al dragón de guerra, su cuello
presentando una profunda herida por la cual se derramaba la sangre.
-Vaya,
vaya –murmuró divertido cuando Cuchillo se colocó a su lado, protector. Has dejado solo a Melías, pensó mirando
de reojo a la bestia, pero has venido en
el momento justo. El dragón carnicero se relamió los dientes con una lengua
bifida, saboreando los frutos de su ataque sobre la otra bestia. –Ahora estamos
más igualados.
O puede
que incluso se hayan girado las tornas por completo, pensó Magnus
entrecerrando los ojos. Ahora que podía observar a Estrellita con más calma, se
dio cuenta que el poder que había derrotado a Majestad y al dragón de Ulekele
también la estaba afectando. Lo resistía, sí, pero ni era de lejos inmune. El
dragón de guerra se tambaleaba, le costaba respirar y tenía los ojos vidriosos.
Estaba sufriendo una tortura, pero de alguna manera seguía en pie.
-Te
debes de estar preguntando cómo es que Estrellita puede moverse, ¿no? –le
preguntó Nero.
Magnus
parpadeó, sorprendido al notar como se le ponía la piel de gallina. El jinete
parecía una persona normal y corriente, pero su voz era tan fría que arrebataba
el calor del cuerpo con solo escucharle. Y sus ojos… en sus ojos no había
miedo, furia o cualquier otro sentimiento humano que pudiese reconocer. Sólo un
enorme vacío.
Por
primera vez en muchos años, Magnus sintió miedo.
Gana tiempo. Tragó
saliva, usando su poder para crear dos látigos, uno en cada mano. Averigua qué está pasando. Averigua qué clase de criatura es.
-Me
ha pasado por la cabeza, sí –respondió Magnus. A su lado, Cuchillo soltó un
gruñido de irritación. La sanguinaria bestia reaccionaba agresivamente siempre
que se sentía amenazada. –Mi compañero Melías y yo nos tomamos muchas molestias
durante la Liga para ocultar hasta donde llegaba su poder de dañar a los
animales. Sólo haciendo pequeños y aburridos trucos aquí y allá para no llamar
la atención y así garantizarnos que en el mundial pudiésemos tomar a todo el
mundo por sorpresa.
-Es
un buen plan –dijo Nero. –Quedarse atrás, escondidos y acabar con los equipos
sin enfrentarse a los dragones. No estás tan loco como dicen los rumores.
-Oh,
no, claro que estoy loco, pero eso no me hace estúpido –dijo Magnus soltando
una risita de hiena. Mientras hablaba estudiaba a su enemigo, perplejo por la
diferencia entre su apariencia humana y su actitud. ¿Era alguna clase de bestia
que había poseído a un humano? ¿O sólo era un fraude que fingía ser lo que no
era? –De todas maneras, aún no me has dicho porque tu dragón resiste el poder.
El dolor debería ser tan intenso que no debería ni poder mover ni un músculo.
-Estrellita
es mi siervo –respondió el jinete. –Aunque cada paso que dé sea una tortura,
aunque el sólo respirar haga que gima de un dolor insoportable, ella seguirá
moviéndose porque yo se lo ordeno. Mi resolución es firme: el dolor no es una
excusa para no cumplir mi voluntad, la voluntad de Noshern.
Eso es una
pasada, pensó Magnus moviendo la cabeza a un lado y soltando un silbido de
admiración. ¿Qué clase de voluntad debe de tener un jinete para que su dragón
siga obedeciéndole incluso cuando está agonizando? Ningún ser humano sería
capaz.
En
cualquier caso, no importaba. Por mucho que sea un dragón de guerra, ninguna
bestia puede soportar una tortura semejante durante mucho tiempo.
Tiempo…
Estrellita
no duraría mucho bajo los efectos del poder de Melías. Antes o después su
cuerpo acabaría cediendo y se derrumbaría. Entonces, ¿por qué su jinete no
atacaba? ¿A qué estaba esperando?
Fue
entonces cuando Magnus se dio cuenta.
¿Dónde está Valeria?
Hola,
ResponderEliminarEsta parte me ha gustado mucho. La parte del principio en que relacionas las ultimas palabras de Miska en el capitulo anterior con sus recuerdos de lo que precisamente parece un infierno son un puntazo, te hace sentir interés por el personaje de Magnus.
Las escenas de acción también me han gustado, tanto el control de Noshern sobre Estrellita a pesar del dolor que sufre, como las maniobras evasivas de Magnus hasta que llega su dragón están muy bien. Lo único que no me acaba de convencer es el plan que tenían. Me gusta la forma en que has ido revelando gradualmente los puntos que quedaban por resolver. Realmente el poder es impresionante y muy útil en la carrera, es casi imposible que nadie pudiera hacer algo, ya que el radio de acción parece muy grande. Pero aun así, me imagino un punto en el que suficientes dragones hubieran caído, los siguientes en pasar por ese punto se imaginarían algo al verlo no? ya se que la reticencia a colaborar entre ellos seria muy grande o imposible, pero sigo teniendo la sensación que falta algún aspecto por definir.
El final en que Magnus se da cuenta de la ausencia de Valeria esta muy bien.