lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 26 (Parte 5) - Todos tus sueños se harán realidad

Al regresar junto a Nero, Valeria se encontró con un espectáculo horroroso e impresionante a la vez.
Sobre los restos del dragón carnicero de Magnus se alzaba Majestad, sus garras hundidas en las entrañas de la bestia que había devorado a su ama, sus tres ojos brillando con un destello salvaje. El dragón de guerra había destrozado al carnicero y esparcido sus vísceras y sangre por toda la zona en una explosión de furia sin límites, una furia que estaba muy lejos de haber acabado.


Nero estaba de pie, su rostro lleno de golpes y manchado de sangre mirando a Majestad con una expresión indescifrable, su mirada fija y sin parpadear. Valeria no era un médico de batalla, pero había aprendido lo suficiente durante su instrucción como para reconocer a un hombre en estado de shock.
Si había pasado lo que le había explicado Peter, no podía culpar a Nero. Luchar contra un enemigo como Magnus, presenciar la muerte de Estrellita y de Miska… Aunque la egoísta mujer había muerto en un último acto de venganza, seguro que el ingenuo actor pensaría que lo había hecho para salvarle. Valeria se mordió el labio. Ojalá hubiese podido estar aquí.
A la espalda de Nero yacía el cadáver sin vida de Estrellita. Tanto el de Magnus como el de Ronick estaban tirados entre los restos del edificio, pero no había ni rastro del de Miska. Su cuerpo aún debía estar entre los colmillos del carnicero.
-Date prisa –dijo Peter en su oído, arrancándola de la mórbida fascinación que se había apoderado de ella. –El dragón de Ulekele ya casi está recuperado.
Ese desgraciado, pensó Valeria. Por lo que le había explicado el terrestre, el compañero de Ulekele había estado restaurando las heridas de su dragón con su poder mientras ellos se dejaban la piel contra el equipo de Magnus. Le habían bastado unos minutos para curar a una bestia que estaba más muerta que viva, y si estaba tardando más con las alas era porque antes de repararlas tenían que librarse de las piedras que las atravesaban. Pero como decía Peter, no tardaría en estar listo. Y entonces ganarían el mundial, y si no ellos, cualquiera de los otros equipos que iban detrás.
Después de todo lo que hemos hecho, de todas las muertes… ¿Ha sido todo para nada? Sus finos labios se juntaron hasta ser poco más que una línea. Apretó los puños. No es justo.
No debería sorprenderse. El mundo no era justo, esa era una verdad que sabía desde que era una niña y su madre dejó Ozonne abandonándola a su suerte. Aun así, no pensaba permitir que eso la derrotase. Seguía siendo Valeria Mallecchio. Se había ganado el nombre de la mujer que superó todas las pruebas de la Torre y se convirtió en Dios.
Ya no era una niña asustada.
Alzó la barbilla, desafiante, y empezó a caminar hacia la bestia de oscuras escamas. Paso a paso, metro a metro, con seguridad, sin una sombra de temor en su corazón.
Majestad se giró hacia ella, sus mandíbulas medio abiertas y su lengua sibilina oteando el aire en dirección a la joven. La bestia no había extendido las alas, no había preparado sus poderosos músculos para atacar ni rugido amenazadoramente, pero… En sus ojos, fríos e inhumanos, brillaba una llama sin control que amenazaba con desbordarse de un momento a otro y devorarla.
Intentar dominar a un dragón de guerra furioso, se percató Valeria, es muy diferente a hacerlo con uno recién despertado de una siesta. La sensación de amenaza, de muerte inminente era casi una certeza. Más aterradora que el aullido del lobo en la noche oscura, más paralizante que el frío filo de una espada contra la piel de la garganta.
Valeria dio un paso más hacia adelante.
Majestad bajo un poco la cabeza, sus tres ojos fijos en ella, su cola retorciéndose lentamente entre las ruinas del edificio. La bestia sacó la pata delantera del cadáver del carnicero y la sostuvo en el aire como el hacha de un verdugo a punto de cobrarse su premio.
-¿Qué haces, Valeria?
La joven se detuvo. ¿Quién? Pestañeo sorprendida al darse cuenta qué era Nero quién le había hecho la pregunta. El actor sonreía mientras caminaba hacia ella, su rostro levemente inclinado hacia un lado, sus pies deslizándose grácilmente, casi como si estuviese bailando.
Al principio le había dado la impresión de que era otra persona, pero… Eso es imposible, pensó frunciendo el ceño.
-Tengo que dominar a Majestad, Nero –dijo Valeria, observando con atención al actor. Hace unos breves momentos estaba congelado, superado por la situación, y ahora se movía como si estuviese en una fiesta.  –Necesitamos un dragón para acabar la carrera, antes de que Ulekele o cualquier otro…
Valeria cerró la boca al darse cuenta de lo que estaba pasando. Nero caminaba hacia ella, hacia Majestad, y el dragón no le amenazaba. De hecho se había relajado, y en cuanto el actor dejo atrás a Valeria incluso bajo la cabeza hasta su altura, frotando su morro contra Nero en un gesto cariñoso.
-¿Y por qué ibas a hacerlo? –preguntó Nero, acariciando con la punta de los dedos las suaves escamas de debajo del cuello del dragón. -Majestad es mío.
El actor rio por lo bajo, las comisuras de sus labios torciéndose en una sonrisa seductora y depredadora que Valeria sólo había visto en una persona antes.
-¿Miska?
Nero no respondió. Extendió su mano hacia la antigua caza-recompensas, la palma hacia arriba invitándola a unirse a él.
-Vamos, Valeria. Ganemos el mundial.

Majestad y el dragón mantícora de Ulekele se separaron tras un breve escarceo, sus cuerpos mostrando nuevas heridas allá donde las garras y los dientes habían hendido las escamas y la carne.
A unos pocos cientos de metros, en el primero de los dedos de la Mano del Diablo, miles de gargantas gritaban al unísono. El clamor de los espectadores era tan atronador que ensordeció los rugidos de los dragones mientras giraban en el aire para volver a atacarse.
El mundial estaba a punto de acabarse, y el ganador se decidiría en este combate.
Majestad es más fuerte, pensó Nero agarrándose a las riendas, esforzándose por ser Miska y controlar al dragón de guerra, pero ese maldito mantícora no le va muy por detrás. El actor abrió los ojos con espanto al darse cuenta que las heridas del mantícora se cerraban en un instante gracias al poder del compañero de Ulekele.
Un segundo después, las dos bestias volvieron a chocar.
El golpe sacudió a Nero de un lado a otro, torturando su castigado cuerpo con nuevos latigazos de dolor. Gritó, pero sus gritos quedaron ahogados por el caos del combate. Su poder se desvanecía, sus sentidos se nublaban.
Soy Miska, pensó mientras luchaba por retener su personaje. Si lo perdía, el dragón de guerra se revolvería contra ellos. Juego con los demás, los engaño, los seduzco, los hago bailar al son de mi música. Los utilizo.
El mantícora hundió sus garras en Majestad, agarrándose a la bestia más grande e inmovilizándola. La sangre tiñó las escamas negras de un rojo escarlata.
Lo único que importa es superar la prueba de la Torre, lo sé, pero…
Valeria le arrojó un cuchillo a Ulekele, pero el negro tatuado lo rechazó de un manotazo como si estuviese espantando moscas.
Me gusta el teatro, con sus historias de amor y drama. Los comentarios picantes, los chistes ingeniosos, las charlas entre amigos en un buen restaurante con música.
Majestad torció el cuello e intentó morder al jinete del mantícora, pero Ulekele se limitó a golpearle con una fuerza titánica, rompiéndole un par de colmillos y haciéndolo retroceder. Los dientes como espadas del dragón de guerra no habían logrado ni siquiera lastimarle la piel.
Me gustan los espectáculos, los vestidos bonitos y ser el centro de atención.
Los dos dragones daban vueltas en el aire, enredados en una batalla que el mantícora estaba ganando. Sus heridas se restauraban con rapidez mientras que las de Majestad se agravaban a cada segundo que pasaba, llevándose con ellas su fuerza y velocidad.
El clamor del público se hizo aún más ensordecedor.
Me gusta vivir.
El tiempo pareció detenerse para Nero. Reparó en Valeria a su espalda, luchando por desenvainar su espada mientras se agarraba con una mano a las cintas que impedían que saliese volando. Vio como las garras del mantícora se hundían aún más profundamente en la carne de Majestad. Vio, como una vela que se apaga lentamente pero sin marcha atrás, que la victoria se les escapaba de las manos.
Y entonces Nero miró al negro tatuado, y en sus ojos brilló un resplandor dorado.
-Déjanos ganar –ordenó el actor, su voz sonando clara a pesar de la batalla y los gritos de los espectadores.
Ulekele abrió la boca, pero ninguna palabra salió de ella. El corpulento hombre tiró de las riendas y separó al mantícora de Majestad, cumpliendo con la orden de Nero.

El mundial había acabado.

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